Aproveché que Amelia me daba la espalda para rascarme el cuello, e inmediatamente maldije el momento en el que me corté las uñas porque la sensación no me era suficiente para distraerme de la incomodidad que sentía en su presencia.
—¿Y no extrañas tu hogar? —cuestionó tras apagar la licuadora. Ya había hecho las preguntas básicas, pero al parecer eso no le bastaba—. ¿O a tu familia?
—No —dije sin pensar. Carraspeé y traté de corregirlo porque quizá no fuera bien vista tal respuesta—: Quiero decir, mis papás tienen su vida y Saché es preciosa en el verano, pero soy feliz aquí. En América, quiero decir.
—Pero los visitas con frecuencia, supongo —afirmó como si tal cosa. Vació el contenido de la licuadora en la olla que tenía sobre la lumbre y se fijó en los trozos de cebolla que le había ayudado a cortar.
Volteé a la puerta con la esperanza de ver regresar a James.
—No tanto como quisiera. —Otra mentira piadosa—. Entre la renta, los servicios y el trabajo, bueno, no me es tan fácil costearme un viaje.
Tras condimentar lo que estaba cocinando, frunció el ceño y suspiró.
—Debe ser difícil. Mis hijos están a unas cuantas horas y no hay día que no piense en ellos, ¿sabes? —Tomó la cebolla y la agregó a su sopa—. En especial con James. Desde niño fue muy independiente, muy estable. Y se ha adaptado muy bien a esto. Es solo que...
Solo hasta ese instante, en el que Amelia encogió los hombros como si no fuera la gran cosa aquello que estaba diciendo, dejé mi intranquilidad de estar a solas con ella porque ahí estaba, un pequeño detalle que teníamos en común.
—Nunca deja de preocuparte, creo —completé—. Cuando se va tarde, cuando simplemente se va, no dejo de pensar en las cosas que podrían ocurrir. Y aunque James conoce el barrio mejor que nadie, me pone ansiosa imaginarlo vulnerable.
Hacer esa confesión en voz alta me dejó un regusto agridulce que se profundizó cuando la mujer rechoncha, recargada en la encimera, asintió en silencio.
—Creo que iré a dejarles esto —comentó segundos después al tiempo que tomaba una bolsa de maní—. No quiero que venga Arthur y vea que estoy usando cebolla. Él la detesta, ¿sabes? Pero el doctor se la recomendó. Siempre uso poca, ese es el secreto.
A pesar de que James había dicho que no me dejaría sola, su papá se lo había llevado junto con Steve al jardín trasero. Cuando Amelia cruzó la puerta, aproveché para ir al sanitario a refrescarme un poco.
Ya de regreso, en el pasillo que daba hacia el cuarto de baño, me entretuve viendo los marcos colgados en la pared. La mayoría mostraban la vida de la familia Wright cuando los chicos eran aún pequeños; paseos rurales, fotografías escolares y una que otra fiesta de cumpleaños.
Ver la versión joven de James me conflictuó sobremanera. Sus rasgos se conservaron; sin embargo, se podía notar cierto endurecimiento en sus facciones que me ponía a pensar si eso se debió a la pérdida de su vista o si fue algo más. ¿La enfermedad? ¿Dejar su antiguo empleo? ¿Su divorcio?
Con ese último pensamiento mi estómago se encogió. Rara vez pensaba en su pasado, no porque no me gustara, sino porque al hacerlo un abismo parecía abrirse entre nosotros. Él era un hombre que una vez estuvo casado, que sabía cómo sobrellevar una relación con un alto grado de compromiso y tal vez ya no estuviera para juegos ni para perder el tiempo.
En cambio, mi récord de una relación era de dos meses con la etiqueta de formal y de diez en la clandestinidad. Poco sabía yo lo que era ser responsable sentimentalmente.
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Bourbon Street
RomanceEn el corazón del Barrio Francés, Marion Delarosbil lucha cada día por dejar atrás todo de lo que un día huyó. Sin embargo, las cosas que se evaden vuelven en formas y situaciones inesperadas para recordarnos que los monstruos no se van si no se exo...