Llegó mayo y con él la gran afluencia turística de la zona. La cafetería se llenó de gente a todas horas, personas de distintos sitios que querían ser partícipes de los diversos eventos artísticos que ofrecía Nueva Orleans.
La novedad era el Jazz & Heritage Festival¸ que había iniciado días atrás, por lo que esa semana estábamos hasta el tope de trabajo. Entraban cada dos por tres y se arremolinaban en la barra o en las paredes en espera de que algún sitio quedara libre.
—¡Limpia eso! —ordené al nuevo mesero del turno vespertino, señalando un diminuto charco de café casi seco sobre la encimera del azúcar—. ¡Ahora!
Cuando fui a tomar la orden de una de las mesas, vi que Steve entraba de la mano con su pareja, quien no era Jackson, sino Samuel. Y eso lo supe porque una semana atrás habían ido a desayunar y nos presentó.
Mi relación con él, cabe decir, había dado grandes pasos en una dirección que antes no me imaginé. No éramos de la clase de amigos que se hacían confidencias profundas, pero sí del tipo que organizaba planes ocasionales para ir a bailar o por unos tragos cuando la oportunidad se daba.
—¡Hola, Sagé! —saludó Steve al pasar junto a mí. Una vez que habíamos salido con Jesús lo escuchó llamarme así, y desde entonces se le hizo divertido imitarlo—. ¿Noche ajetreada?
—Y eso que apenas empieza. ¿Lo mismo de siempre?
—Sí, gracias.
Los insté a sentarse en donde encontraran lugar con la promesa de que su pedido saldría cuanto antes. Todavía faltaban unos emparedados, bebidas frías y pasteles por emplatar.
—Un latte con amareto para la mesa cuatro y una tarta de frutas, por favor —le dije a Jesús quien, del otro lado de la barra, nos ayudaba como podía pese a que solo había ido por su segundo muffin de pasas del día—. Y una crepa de cuatro quesos para la seis.
—Sabes que no tengo la menor idea de cómo hacer una crepa, ¿verdad? —Si le dediqué una mirada de fastidio no fue porque no lo supiera; después de todo, él nos apoyaba como podía. Más bien, fue porque ni en esos momentos de estrés parecía dejar de lado esa actitud despreocupada que lo caracterizaba—: ¡Bien! ¡Bien! No es hora de ponerme gracioso, lo sé. ¡Oye! ¡¿Esos son los tórtolos?! ¡Iré a saludarlos! De seguro arman un plan para más al rato.
Así, dejando la licuadora encendida con un smoothie de yogurt y mango, Jesús olvidó todo y fue a saludar a Steve y su novio.
Esa situación siguió por largo rato. Zoe llegó a apoyarnos como a eso de las siete, aunque la gente disminuyó considerablemente porque a las ocho y media había un concierto en el teatro Mahalia Jackson.
—Es el cumpleaños de un amigo de Sam, chicas —dijo Jesús, palmeando la barra mientras nosotras terminábamos de hacer el arqueo de caja—: Salimos en veinte minutos.
—Yo sí voy —respondió Zoe, sacando los reportes de la terminal—. ¿Hasta dónde es?
—Eso es lo increíble. —La señaló con aprobación, como si esa pregunta fuera la que él estuviera esperando—: Es en Lake Shore, ¡justo frente al lago! ¡Habrá fogata y todo! —El sitio desencantó a Zoe y eso lo pudimos ver los dos en una fracción de segundo. Casi de inmediato, Jesús añadió—: Pero llevaré el carro y las puedo traer a casa a la hora que quieran.
Esas fueron las palabras mágicas.
—¡Ay, sí! ¿Crees que el chico nuevo pueda hacer el cierre?
Tanto Jesús como Zoe me miraron esperando una respuesta afirmativa.
—Me quedaré a ayudarlo —contesté un poco harta. Pensar en ir a una fiesta después de soportar a tanta gente me ponía de peor humor.
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Bourbon Street
RomanceEn el corazón del Barrio Francés, Marion Delarosbil lucha cada día por dejar atrás todo de lo que un día huyó. Sin embargo, las cosas que se evaden vuelven en formas y situaciones inesperadas para recordarnos que los monstruos no se van si no se exo...