La siguiente vez que vi a James fue el sábado para terminar de ver Memphis. Como no lo había visto en toda la semana, no sentí que estuviera apropiándose ni de mi tiempo ni de mi espacio, por lo que aquel día llegué a su departamento por mi propia voluntad.
Claro que eso no fue una garantía absoluta de que mi sistema nervioso lo aceptara de buenas a primeras porque, ni bien elevé el puño para golpear la puerta, el emparedado de horas atrás se apretujó de forma desagradable, queriendo regresar por donde había llegado. Si no hubiera sido por Cooper, que avisó inoportuno mi llegada, tal vez yo sí hubiera hecho lo que mi sándwich no.
Por fortuna, mis miedos fueron infundados. La tarde con James transcurrió como la anterior; terminamos el musical en confortable compañía y el contacto se limitó a entrelazar los dedos cuando yo me sentí lista para dar ese paso.
Él, por otra parte, intuyo que quiso más; lo noté por la forma en que su cuerpo se preparaba para hacer un movimiento mayor. Y eso, por el contrario a lo que se pueda pensar, no fue sino un gesto empático, ya que yo desbordé en un mar de lágrimas para la segunda mitad del segundo acto.
La siguiente semana improvisamos una caminata vespertina, mientras hablábamos sobre nuestros trabajos y amigos. Y la que siguió fue un picnic en mi hora de comida porque él tenía el tour de fantasmas y casas embrujadas por la noche.
***
—¿Darás algún tour el martes? —pregunté, tratando de limpiar el desastre de mi cono de helado sin soltar su mano. El suyo, por otro lado, no se veía tan caótico como el mío.
Nos habíamos sentado en una banca en el parque de las Leyendas Musicales, frente a la fuente, para comer el helado con tranquilidad, pero era una tarde más cálida de lo normal y la crema se estaba derritiendo con bastante rapidez.
—Uno de comida, a las doce. ¿Por qué?
—Porque..., bueno, ese día le daré clases a la señora Parker y habrá comida, y...
Carraspeé. Todo sería más fácil si no estuviera tan distraída con lo pegajoso que se filtraba entre mis dedos.
O quizás no.
—Sí me gustaría ir a comer a tu casa, Marion. Gracias —dijo a la ligera, aunque por la sonrisa que puso supe que el intento de invitación le había gustado. Generalmente era él el que organizaba los planes.
Al notarlo tan contento percibí la forma en que pudo haberlo tomado. Hacía cosa de un mes acordamos vernos un solo día a la semana, y nuestra relación no había dado grandes saltos a partir de entonces. Ya podía presumir de sentirme cómoda a su lado y un rato había dejado de bastarme; de hecho, quería verlo más seguido. Claro que eso no lo externé porque no quería que él se sintiera comprometido a nada; tenía sus cosas que hacer en la semana, como todos.
—¿Te conté de la vez que Steve y yo nos aventamos a un lago en Minnesota? —preguntó jocoso, parpadeando repetidas veces, al tiempo que soltaba mi mano y me rodeaba los hombros en un abrazo tenso y torpe—. Yo tenía trece años y él, seis. Cuando lo hice no pensé que él me imitaría, ¿sabes? Pero cuando salí a la superficie y escuché los gritos de mis padres...
Sonreí, tanto por la anécdota como por sus intenciones. A veces solía ser así, dábamos un pequeño paso sentimental y él lo dejaba pasar como si no se diera cuenta de que lo dábamos.
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Bourbon Street
RomanceEn el corazón del Barrio Francés, Marion Delarosbil lucha cada día por dejar atrás todo de lo que un día huyó. Sin embargo, las cosas que se evaden vuelven en formas y situaciones inesperadas para recordarnos que los monstruos no se van si no se exo...