En más de una ocasión me pregunté si el tiempo realmente seguía su curso. Todo estaba tan tranquilo en esa zona que parecía que no; la suave brisa apenas si movía la vegetación y el sol matutino de Iowa iluminaba todo cuanto estuviese a su alcance. El agua del riachuelo fluía limpia y fría, libre. Cerca de ahí, en la copa de algún árbol, se escuchaba el canto de unas cuantas aves.
Nos habíamos despertado temprano y James le había pedido prestada la camioneta a Arthur, y si bien me había guiado primero hacia los famosos puentes, aquellas estructuras desgastadas no podían compararse con esa zona escondida a la que llegamos adentrándonos en un grupo nada especial de árboles junto a la carretera.
Alcanzar el sitio exacto fue un poco complicado debido al camino lleno de piedras y troncos caídos; no solo temí por mi propio equilibrio, sino también por el de James.
Sentados sobre el césped crecido, en completo silencio, me acurruqué en su pecho, luchando por no caer dormida al sentir sus dedos haciendo figuras en mi espalda.
—Dime cómo haces un capuchino —pidió James con voz tranquila.
Su curiosidad sonaba tan genuina como la de un niño de cinco años que se pregunta por qué los dinosaurios son tan cool.
—Pues... —comencé, no tan segura de encontrar aquel tema tan interesante—, veamos, primero caliento la leche con el vaporizador. Pero no es solo calentarla, ¿sabes? Hay que texturizarla, introducirle aire para darle volumen y que se cree la espuma. Y es importante hacerlo sin exceder la temperatura porque podría quemarse, y que la espuma no esté tan aireada, sino con una textura más consistente, que sea tersa y agradable en el paladar.
—Suena sensato —agregó confidente.
—Esa leche la agrego a una carga de espresso. Algunos clientes gustan de la canela sobre la espuma; y otros, como tu hermano últimamente, piden cacao en polvo.
Su carcajada reverberó en la quietud del sitio.
—Lo dices como si juzgases sus gustos.
Mis mejillas se encendieron.
—Me sorprenden, más bien —aclaré por si estaba dispuesto a saltar por Steve—. Tantos meses siendo un hombre de puro americano... No sé, creo que el mundo dejó de ser el mismo cuando cambió la seriedad de su rutina matutina por los capuchinos de soya con cacao.
—¿Sabías que su novio es vegano? —Su pregunta tenía un tono particular, como si eso justificara todo—. Que no te sorprenda si el día de mañana llega pidiendo un matcha latte con leche de arroz.
—No manejamos ninguno de esos productos —dije como si ese sí fuera uno de los datos más interesantes del universo—. El dueño quiere mantener un estilo apegado a lo tradicional.
—¡Qué alivio! ¿Has probado esa cosa? El otro día llegó con un café para mí. Entró con prisa y solo dijo que lo dejaría en la mesa. Nunca teníamos conflictos de interés, ni yo la necesidad de olfatear a través de la boquilla de las tapas para saber cuál era el mío en dado caso de que los dos estuviesen en el portavasos desechable porque, si era así, eso significaba que no había bebido de ninguno. Daba igual, ambos eran americanos.
"Tomé el primero que encontré y le di un sorbo. ¡Dios! ¡El sabor me dio escalofríos!
James sacó la lengua en un gesto de desagrado.
—Sí, el té matcha tiene un sabor bastante peculiar. Zoe es fanática de esa cosa, solo que ella prefiere la leche de coco o la de macadamia.
—En mis tiempos las leches vegetales no estaban de moda. ¡Ni siquiera son leches!
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Bourbon Street
RomanceEn el corazón del Barrio Francés, Marion Delarosbil lucha cada día por dejar atrás todo de lo que un día huyó. Sin embargo, las cosas que se evaden vuelven en formas y situaciones inesperadas para recordarnos que los monstruos no se van si no se exo...