Enamorarme de James fue como meterme al mar por primera vez.
Fue aterrador.
Caminé hacia su encuentro, un paso a la vez, mientras él se acercaba y se alejaba justo en el momento preciso para no espantarme. Poco a poco, silencioso en su invasión hasta que, sin darme cuenta, ya estaba ahí, con el agua hasta el cuello y la seguridad de la arena demasiado lejos como para querer volver.
Y entonces, ocurrió. El tirón que revuelve tu presente, que te hace consciente de que no te estás ahogando, que flotas en amistoso equilibrio dentro de aquello que temías. No sientes el suelo bajo tus pies, pero no te preocupa porque sabes que estás a salvo, que la marea está tranquila y que, de sentir cualquier perturbación, serás capaz de regresar a tierra firme. Durante ese momento todo está bien.
Y un día, que resulta no ser tan especial, descubres que ya solo hay agua a tu alrededor.
Te acostumbras a su presencia, a verlo ya no solo una vez a la semana, sino después del trabajo si los horarios coinciden; no te aterra verlo leyendo en la sala de tu casa en tu día de descanso ni te molesta pensar en qué platillo caería bien un miércoles por la tarde. Haces planes para dos. Admiras en silencio la concentración con la que toca las páginas bajo sus yemas y te preguntas qué pasa por su mente o qué pensaría si supiera que han pasado diez minutos y tú no has despegado la vista de él. Si pudiera hacerlo, ¿también te observaría con la única intención de descifrarte? ¿Acaso querría hacerlo si supiera que, bajo las aguas en las que él nada, habitan monstruos que tratas de mantener a raya porque no concibes la idea de que lo afecten? Y si los conociera, ¿lo harían huir o terminarían por corromperlo como a todos los demás?
—El siguiente viernes será el cumpleaños de Steve —dijo James, salvándome de un torbellino de pensamientos al que no quería darle tantas vueltas.
—Ya treinta años —murmuré, pensando en mi propio reloj.
—Sí. Está emocionado porque entrará a la mejor etapa de su vida, o algo así dice —agregó pensativo, frunciendo el ceño hasta que sus cejas pobladas quedaron a nada de tocarse—. El punto es que tenemos una tradición, ya sabes. Algo familiar en Iowa y...
—James —interrumpí, consciente del nudo en mi estómago—, no tienes que sentirte culpable por cancelar los planes de un día que todavía no habíamos contemplado.
Giró su rostro hacia mí con la viva representación facial de la confusión. Una de las cosas más fáciles de salir con él era que lo único que tenía que controlar era mi voz.
—No, no. De hecho, me preguntaba si Zoe quisiera cubrirte durante el fin.
—¿Cubrirme?
—Sé que lo que más te preocupa de faltar a tu trabajo no es la disminución de tu depósito semanal, sino dejarlos sin un par de manos cuando hay más clientes.
Elevé las cejas sin entender bien de qué iba todo aquello. Él, al igual que Jesús, había notado mi preocupación excesiva en el funcionamiento de la cafetería cuando yo no podía estar ahí para ayudarlos. Claro que no pasaría por tanto estrés si el gerente no fuera el hijo consentido del dueño que adora el ocio y cree que por presentarse una hora, una vez a la semana, todo marchará sin problema alguno.
—¿Por qué no habría de ir el fin de semana?
—Porque estaba pensando en que te gustaría conocer Madison County —alegó con una sonrisa—. Nuestros padres son unos personajes, no lo voy a negar. Pero les encantaría conocerte y...
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Bourbon Street
RomanceEn el corazón del Barrio Francés, Marion Delarosbil lucha cada día por dejar atrás todo de lo que un día huyó. Sin embargo, las cosas que se evaden vuelven en formas y situaciones inesperadas para recordarnos que los monstruos no se van si no se exo...