James resultó ser un gran conversador; me contó anécdotas graciosas que le habían sucedido en su actual trabajo y cómo es que había llegado a él en primer lugar. Al final nos sentamos en los escalones de la entrada del parque en la calle Chartres, justo frente a la catedral de San Luis, con dos capuchinos irlandeses y el traste de los postres en medio de ambos.
—¿Puedo tomar tu mano? —le pregunté, consciente de que no podía ver el tupper—: Para guiarte.
Si bien frunció el ceño, extendió el brazo hacia mí. Me bastó con sostener su muñeca para dirigirlo al lugar correcto.
—Eres la primera persona que me pide permiso. —Mientras hablaba, sus yemas exploraban el contorno; luego, al dirigirse al interior, tomó el primero que tocó y lo sacó con cuidado—: ¿Siempre eres así?
—Sí. Creo que sí.
—¿Por qué? —preguntó después de darle un mordisco a la galleta. A diferencia de su hermano, James no se preocupaba tanto en la imagen que daba al mundo—: Digo, no me molesta, pero ya te había dado un sí en la cafetería cuando te pedí que me indicaras dónde estaba el azúcar, ¿recuerdas?
Fije mi vista en la fachada de la catedral, tratando de darle coherencia y honestidad a mis palabras.
—No sé. El contacto físico no es algo con lo que me sienta muy cómoda —dije por fin.
Tal vez su pregunta había sido por compromiso, o tal vez decidió no seguir indagando. Cualquier motivo que haya sido, agradecí cuando cambió de tema.
—Dijiste que vivías en Bourbon Street, ¿cierto? —Como en ese momento masticaba, mi respuesta solo fue un sonido gutural—: ¿Cómo es que llegaste a vivir a la calle más emblemática del Barrio Francés?
Suspiré. Esa era fácil de contestar para mí, pero difícil de explicar a los demás porque muchos no se daban abasto con las respuestas sencillas.
Una farola que titilaba en la esquina me hizo pensar en Bourbon Street. Ahí, a las afueras de Jackson Square, la iluminación en las aceras era distinta. Las lámparas en el enrejado negro del parque le daban al sitio un toque romántico, con las calandrias tiradas por caballos yendo hacia la calle Decatur, y los artistas exponiendo su trabajo en puestos improvisados.
Era una escena digna de admirar, sí; pero nostálgica.
—Desde muy joven quise vivir ahí —confesé, con una sonrisa que James nunca podría interpretar—: Me atraían sus colores vivos, los letreros neón y la sensación de que el tiempo no pasa. Todos salen en la noche como si al día siguiente nadie trabajara; y el ruido, irónicamente, trae tranquilidad. Me gustan sus casas antiguas adaptadas a negocios, los balcones de hierro y la atmósfera que llega con los primeros rayos del sol, pacífica y perezosa, como si siempre fuese domingo.
"Fue difícil. Todavía lo es. La renta es muy cara y a veces no es tan agradable vivir entre clubes nocturnos con todas esas voces traspasando las paredes viejas. Pero...
El silencio duró si acaso diez segundos. Jamás había dado un argumento tan largo del porqué había elegido aquel sitio como mi hogar.
—A ti te hace feliz —completó sereno.
—Sí, mucho.
Él asintió al tiempo que tomaba un sorbo de su café.
—¿Puedo preguntar...? —Buscó los macarons con su mano y tomó otro—: ¿Cómo es que una mujer francesa, que por cierto cocina postres franceses a la perfección, llegó a Norteamérica?
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Bourbon Street
RomanceEn el corazón del Barrio Francés, Marion Delarosbil lucha cada día por dejar atrás todo de lo que un día huyó. Sin embargo, las cosas que se evaden vuelven en formas y situaciones inesperadas para recordarnos que los monstruos no se van si no se exo...