Capítulo 20

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Meneé la taza tanto que el espresso estuvo a punto de desbordarse. El líquido caliente regresó al fondo, dejando a su paso un rastro de color acaramelado en la loza blanca. Hice lo mismo con la jarra espumadora, notando que la textura de la leche jamás me había quedado tan perfecta. Quizás era el día.

Pero no lo fue. En cuanto comencé a integrar ambos líquidos, mi muñeca adquirió una rigidez impresionante, hasta tenía la sensación de estar enyesada. Y como consecuencia, esa distracción hizo que no tomara en consideración que la taza estaba a nada de llenarse hasta el borde. Detuve la caída de la leche, acerqué el pico de la jarra tanto como pude a la superficie del latte y recé internamente para que no fuera demasiado tarde.

Justo entonces noté que mi taza no estaba inclinada y que con tan poco espacio no iba a lograr sacar ninguna figura, mas que una mancha blanca de bordes irregulares.

Austin miró la bebida que le dejé en la charola y suspiró. No era para menos, la noche anterior nos quedamos una hora extra después del cierre en una clase improvisada de arte latte.

Y si bien mi petición fue basada en la desesperada necesidad de evitar charlar con James, llegué a creer que lo aprendido daría sus primeros frutos porque, contra todo pronóstico, me encontré fascinada con la teoría y práctica de Austin.

Zoe decía que él era un fanfarrón. No es como si lo conociera del todo, el muchacho venía a cubrir esporádicamente a mi amiga cuando ella tenía prácticas en la escuela u obras de teatro, así que no entendía cómo es que había llegado a tal conclusión.

—¿Trataste de hacer un corazón? —preguntó Austin.

—¡Pff! —desdeñé como solía hacerlo Zoe, echando el cuello hacia atrás e inflando los cachetes—. ¡No! Solo dejé caer la leche como de costum... Bueno, sí. Ya sé que no salió.

Rodé los ojos, vano intento de dejar pasar mi fracaso.

—Con la práctica, Mar —animó, dándome un golpecillo en el hombro.

Antes de que se fuera a dejar la bebida, le avisé que iría a la bodega a contar los insumos. Tomé la libreta del inventario y me encerré, sabiendo que en cualquier momento llegaría Bob —el mesero—, en compañía de Bob —el dueño del local y buen amigo de Leah Parker—. Al parecer, compartir nombre con alguien aumentaba las probabilidades de una amistad, o eso decían ellos.

Se me fue el tiempo mientras examinaba los productos y revisaba las fechas de caducidad. Era una tarea sencilla, incluso relajante, cuando tenía a alguien de confianza del otro lado que sabía que podía sacar el trabajo de forma eficaz.

—¿Puedo pasar? —preguntó de pronto Zoe, en el marco de la puerta.

Estaba tan distraída acomodando el estante de los saborizantes que su presencia me sorprendió.

—Claro, Zoe. Pasa.

Mi amiga cerró la puerta tras de sí y tomó la libreta que dejé en una mesita, concentrada en mis garabatos.

—¿Va a venir el señor Bob?

Sonreí al escuchar su forma tan curiosa de pronunciar el nombre del propietario. Según ella, tenía un marcado acento texano.

—Sí. Dijo que llegaría como a las cinco.

Desde hacía días tenía la intención de cambiar de proveedor y darle un pequeño giro a la cafetería, pero también tenía otros asuntos administrativos que lo mantenían ocupado.

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⏰ Última actualización: Aug 31, 2022 ⏰

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