El sonido susurrante del gas que se colaba por las grietas al despresurizar el mecanismo de cierre de la tumba de hormigón y concreto donde se encontraba el diáfano apartamento, llegó temprano a los oídos de Nilsa, desperezándola. Su fuego interno la instaba a no perder tiempo.
Aún se encontraban en horas crepusculares, con el sol brillando bajo pero potente en el firmamento. El cierre de seguridad no esperaba a la entrada de la noche, en los barrios exteriores de Pandora se concentraba la población trabajadora y por tanto no era extraño que trabajadores tuvieran que salir al exterior en horas intempestivas, ataviados de gruesas protecciones solares a llevar a cabo trabajos que personal más cualificado no quería desempeñar. Para Nilsa suponía la hora de comenzar sus expediciones bajo condiciones tolerables por su organismo, al menos durante la mayor parte del año, cuando el campo magnético de la Tierra bloqueaba los niveles más nocivos de radiación solar. Sin embargo la época de manchas solares y de más horas de luz se acercaba y ni siquiera ella, con su resistencia a la irradiancia solar, podría salir durante horas de luz. Tampoco en horas crepusculares como en ese momento. Otro motivo más para ponerse en marcha.
Dragda estaba hecho un ovillo sobre una manta raída junto al cuenco de su comida, subiendo y bajando el lomo al ritmo de su respiración. Las pantallas mostraban más noticias sobre las palabras clave insertadas en el logaritmo de búsqueda con en que estaba programado el sistema de servidores telaraña. Ninguna especialmente relevante, juzgó Nilsa. Durante el tiempo que había pasado durmiendo había sudado un poco, por lo que se refrescó la cara con un paño humedecido un poco con agua de una garrafa, retirando los restos de sudor, un poco verdoso por la dosis de Elixir, sobre su frente e hizo lo mismo con sus axilas y pecho. La muda seguía siendo usable, por lo que no se molestó en cambiarla, eso solo supondría un malgasto de agua y su precio estaba ascendiendo últimamente de nuevo. Al refrescarse recordó la cantimplora que llevaba en uno de los bolsillos de su pantalón. Estaba casi vacía.
Muy a regañadientes la rellenó con cuidado de no derramar ni una valiosa gota. El Elixir eliminaba casi cualquier necesidad biológica básica, incluida la sed, pero solo lo hacía de una manera moderada, la exposición al sol deshidrataba tanto que, aun con una dosis de Elixir tan reciente, era necesario para Nilsa consumir agua de manera regular en sus expediciones. Y también estaba Dragda, el animal no disponía de las ventajas del Elixir.
Guardó de nuevo la cantimplora, esta vez en una mochila pensada para expediciones más largas o que supusiesen cargar con equipamiento especial. A un lado de la mochila colgaba la culata de un rifle de plasma viejo desmontado, más práctico para espantar a asaltantes que para hacer uso de él, aun así de ser necesario podría herir bastante feo a un enemigo que se acercase más de la cuenta.
Con los preparativos que había hecho el día anterior asegurados y corregidos se puso los pantalones cargo con los bolsillos amplios para que Dragda pudiese acompañarla, las botas con suela reforzada y, sobre la camiseta ajustada de tirantes que usaba cuando estaba en lugares seguros de la influencia térmica o del sol, se puso una chaqueta protectora larga ajustable mediante correas. Sobre la chaqueta añadió un peto protector para cuidarse de ataques y los guantes negros que subían hasta el codo. Una vez ya equipada, con su mascota a bordo (se había desperezado mientras Nilsa se vestía) y el visor sobre la cabeza echó un último vistazo hacia la montaña de ropa sucia que iba creciendo con el paso de los días. Levantó la chaqueta de cuello de plumón y sacó un pin dorado del bolsillo interior. Colocó el amuleto con forma de semicírculo en el bolsillo interior de la chaqueta de correas, en el mismo lugar que ocupaba en la anterior, cerca del corazón y abandonó la morada.
Mientras daba los primeros, iluminada por la luz natural, la cabeza de Nilsa daba vueltas debido al nerviosismo. Después de tanto tiempo seguía pasándole al inicio de cualquier expedición, especialmente de las largas como era el caso. El viento corría más de lo habitual, tanto como para traer un leve olor a salitre desde la costa Oeste del continente. Su camino sin embargo se dirigía en la misma dirección del viento, al Este, hacia las montañas. Su informante había dicho que se sospechaba que allí se habían asentado personas en el tiempo de cambio, huyendo, con la intención de refugiarse a una altura donde las inundaciones, que ya habían devorado con paciencia las antiguas ciudades costeras, no llegasen. Sin embargo ya no había poblaciones humanas en las montañas que llamaban Sierra Nevada (según un viejo mapa físico que Fey encontró y que en su mayoría era ilegible).
Un misterio y una pista, eso era lo que solía mover a Nilsa para dar el siguiente paso, eso y el fuego que seguía vivo en su interior. El fuego que ardía después tantos años de añoranza, acompañada de más misterios pero menos pistas, pensó la joven mientras miraba en la dirección hacia la que se dirigía y rememoraba con pena los ojos sin brillo de Iñigo al hablar de su pasado común.
La marcha transcurrió monótona y sin sorpresas durante el primer día de viaje hacia las montañas. El sol se ocultó pasadas varias horas, cuando ya había dejado Pandora en la distancia, hundida en el valle geológico donde se encontraba. Mientras ascendía hacia zonas más elevadas el clima se enfrió lo suficiente para que una vegetación pequeña y leñosa, protegida por espinas duras, se alzara unos pocos centímetros sobre el suelo cada vez menos arenoso y más apelmazado. No era la primera vez que Nilsa se alejaba de la urbe y contemplaba como la naturaleza tomaba el terreno que no era ocupado por el ser humano. Aunque también podía ser lo opuesto, que las personas reclamaran el terreno para su beneficio, convirtiéndolo en yermo, como pasaba en las historias que le contaba Iñigo cuando era niña, sobre espíritus que habitaban en la vegetación y en los elementos como el viento, agua y fuego, y que maldecían los pasos de los hombres cuando estos les perturbaban.
Cuando cayó la noche no oyó el zumbido de los motores de plasma ni a los habitantes de Pandora comenzar su rutina, en medio de la nada, provista de un farolillo eléctrico que había cargado en la mochila, Nilsa vio otros habitantes hacer acto de presencia. Los animales tomaron el terreno, recolectando semillas y otros alimentos para guardar en sus madrigueras. Evitaban la luz pero el brillo de sus ojos resplandecía en las inmediaciones del camino que la chica seguía. Cuando algún pequeño animal, demasiado curioso para su bien, se acercaba Dragda gruñía en su dirección y este se escondía. Incluso en un momento la mascota corrió por el suelo y volvió con un reptil de piel escamosa y oscura, mordisqueado y a medio consumir, en su boca.
Siguió caminando en la noche mientras las temperaturas seguían descendiendo, en parte por ascender hacia el accidente geográfico, en parte por el calor que perdía el ambiente mientras pasaban las horas crepusculares. El aliento de la joven formaba nubes de humedad condensada en el aire iluminado por la luz artificial. El sonido de las botas, los pasos firmes sobre la tierra desnuda, eran un ritmo hipnótico que animaba a perder el sentido del tiempo transcurrido a solas. Cuando los arbustos espinosos comenzaron a ser más verdes y altos, aunque no por ello menos pinchudos, y la muralla de gigantes de troncos gruesos y cuyas copas parecían estirarse e intentar tocar el firmamento, aparecían ya a la distancia, los primeros rayos de luz saltaron sobre la pared de roca dónde se dirigía la muchacha. Indicaba que era momento de detenerse y montar un campamento.
En la mochila llevaba una gran tela oscura y circular, de un material similar a su ropa protectora, y unos tubos que se extendían sobre su propia longitud varias veces, de forma que pudiese montar una tienda más alta que una persona promedio en su centro y que caería hacia los bordes que clavaría al suelo para evitar que su techo saliese volando mientras descansaba. Dentro de la tienda extendió una esterilla y una manta gruesa sobre las que se recostó, puso la mochila, desequipada de las piezas del rifle y otras herramientas duras, bajo su cabeza y cerró los párpados, arropada con el sonido de la brisa mientras se sumía en el sueño.
No terminó de caer dormida cuando escuchó un grito. Nilsa se tensó. Alguien había gritado. Alguien había gritado su nombre.
Permaneció quieta, con el oído atento y los músculos en tensión. No volvió a oírse nada fuera de lugar. Algunos pájaros aprovechaban la mañana, aún fresca, para cazar pequeños insectos y bayas. También cantaban llamándose unos a otros antes de volver a refugiarse del calor excesivo que produciría el Sol en poco tiempo. Pero su canto no fue interrumpido por ningún grito. Nilsa permaneció a la espera algún tiempo más antes de convencerse que era una mala pasada que le había jugado el paso al letargo. Entonces volvió a cerrar los ojos, con fuerza para evitar mantenerse en vilo, y durmió unas pocas horas.
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[Nilsa #1.] Ciudad de Pandora
Ciencia FicciónEn un mundo post-apocalíptico, Nilsa es una joven buscadora de palabras, obsesionada con descubrir los secretos del pasado que llevaron a la caída de la civilización. En su camino, su destino se cruzará con el de Zavriil, un poderoso joven de una ci...