Eithan preparaba una sopa sencilla, con agua, algo de verduras y polvos saborizantes, en una olla negra sobre un fogón eléctrico. De vez en cuando se giraba a ver a su hermano, que estaba sentado en el salón, sobre un sillón, con una manta que cubría sus prendas a la moda, con manchas de sangre y suciedad. Zavriil seguía con la mente perdida y embotada, como cuando intentas recordar algo sobre un sueño y todo resulta a la vez muy reciente pero lejano en el tiempo. Todo carecía de lógica y los recuerdos no llegaban, pese a saber que estaban allí.
Sus manos estaban cubiertas por vendas y asomaban bajo la manta para sujetar los brazos que se cruzaban sobre las rodillas. La mirada estaba posada sobre una pared aleatoria de la estancia. No había demasiado que ver. La estancia era amplia pero cuando llegaron a instalarse allí sólo tenían unas pocas pertenencias que habían recogido de su casa en la Aguja donde vivían sus padres. Algunas seguían allí después de años, como los libros sobre arqueología apilados en una mesita de café, que Eithan había leído cientos de veces, y que antes le pertenecieron al padre de ambos.
En un intento de salir de su estupor, Zavriil zarandeó su cabeza y se llevó las manos a la cara, sintiendo las gasas rozarle la piel de las mejillas, un tacto áspero y molesto pero que le conectaba al presente. Aun así, no parecía suficiente para aclarar toda esa información que llegaba rápida e inconexa a su cerebro. Se levantó y siguió rondando la sala como un depredador cautivo en una jaula, buscando salidas y puntos ciegos, pero no en la sala que ya se conocía, si no en su propio pensamiento. Cuando pasó un rato cerró el ciclo y se dejó caer de nuevo en el sillón para enterrar la cabeza entre las rodillas.
—¡Joder! Esta vez creía que me iba a acordar por fin— gritó de desesperación con el sonido acolchado por sus propias piernas. — Casi lo tenía y se me ha ido de pronto...—dejó la frase en el aire, cayendo dentro de su mente otra vez, retomando su búsqueda.
Antes de darse cuenta, el brazo de su hermano pequeño, fuerte pero cuidadoso, estaba a su espalda, y la mano callosa le acariciaba la cabeza.
—No te preocupes Zav, ya te acordarás y saldremos adelante, como siempre— el chico desgarbado sonreía como nadie que Zavriil hubiera visto. Era la única persona conocía que siempre tendría fe en que las cosas fueran a mejor, por muy dura y terrible que fuese la situación. Al principio no fue así, cuando llegaron a aquella casa por primera vez, Eithan era un niño diferente. La muerte de sus padres lo había destrozado a muchos niveles y pasó bastante tiempo hasta que siquiera miraba a los ojos a nadie e incluso hablaba poco con Zavriil. Pero el tiempo a solas leyendo, su última conexión con ellos, hizo que se interesase por los mismos temas que su padre y recobró su chispa. — Mira, papá también creía que todo era posible de solucionar en algún punto. Incluso que nosotros somos la prueba de que hasta el final del mundo puede ser un nuevo comienzo, a su manera. — dijo, pasando a Zavriil uno de los libros de arqueología de la mesita. Su título era "Del final al principio. Que conocemos y a donde vamos. (P. K. Nóctina)" uno de los libros que su padre escribió sobre sus estudios del pasado de la ciudad de Tiresia y su importancia tras la Caída y hasta la actualidad. Zavriil recogió el volumen de las manos duras de su hermano y ojeó las páginas, leyendo algún que otro párrafo completo, recordando la voz de su padre, pero también su pasión y carisma como orador.
Resultaba curioso, parecía que Eithan y él se habían distribuido los dones de sus padres. Mientras su hermano contaba con la pasión y dedicación al estudio de su padre, sumado al corazón y esperanza de su madre, él por otro lado era la cara más frívola y maquiavélica de la combinación, la belleza y el encanto físico de su madre, junto el don del habla y convicción de su padre.
Su hermano ya había regresado a su tarea de cocinero antes de que Zavriil se diera cuenta de ello. Él seguía ojeando el ejemplar, ahora más calmado, cuando en una hoja aleatoria vio el símbolo que lo había estado rondando desde su visita en la Aguja de Háthor. Estaba inscrito manualmente, con carboncillo de lápiz. No era una copia exacta del que había visto con anterioridad, en la tarjeta que misteriosamente había desaparecido entre la explosión y la aparición de Eithan, pero sí que se acercaba lo suficiente para darse cuenta de que existía una relación directa entre ellos.
—¿Esto siempre ha estado aquí? — preguntó mientras se acercaba a la cocina para que su hermano pudiera ver mejor el pequeño dibujo al margen del libro.
—Oh, creo que sí, pero nunca he sabido que se supone que era. Simplemente estaba ahí, sin relación a nada. Creo que incluso aparece en otros libros de papá. — respondió el hermano menor ya con los platos a medio servir— ¿Debería de sonarme? Sabes que a mi todo eso de la política no me gusta así que no se si es algo del estilo. Pero bueno, al menos eso te ha quitado el ceño fruncido, otra vez hay que darle las gracias a papá— dijo con otra de sus sonrisas, al tiempo que ofrecía un plato de sopa a Zav.
Zavriil lo recogió y cerró el libro para que no sufriera ningún daño. Se sentó en una mesa que había en la propia cocina y comenzó a comer. Al probar la sopa se sorprendió por lo buena que estaba. Ese talento no provenía de ninguno de sus padres, era algo que Eithan había aprendido por su cuenta mientras que Zav hacía de político y charlatán.
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[Nilsa #1.] Ciudad de Pandora
Science FictionEn un mundo post-apocalíptico, Nilsa es una joven buscadora de palabras, obsesionada con descubrir los secretos del pasado que llevaron a la caída de la civilización. En su camino, su destino se cruzará con el de Zavriil, un poderoso joven de una ci...