Capítulo 104, Zigor me da una paliza

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En un principio la voz me resultó amenazadora, pero pronto vi su figura y me relajé. Se trataba de Jasón, que debía de haber salido a darse un paseo nocturno. A su lado Plata disfrutaba de las caricias de mi amigo. Se la veía feliz, como si no entendiese que todo había cambiado en solo unas horas. Ojalá tener su inocencia.

-¿Qué tal estas? –se interesó. Supe que lo preguntaba por el abuelo, pero que no quería mencionarlo. –Es culpa mío –se apresuró. –Tenía que haberos advertido antes de los maleantes, quizás si hubiese insistido más...

-No –le corté. Yo también había vivido ese diálogo interno, y aún lo tenía. No llevaba a nada. –No es tu culpa, no es culpa de nadie –añadí, -más que de los que lo hicieron. –Y pagarán –aseguré.

-He visto que algunos guardias de Hassen han ido al bosque estos días –coincidió. –Ojalá pronto lo encuentren. Mis padres estaban muy asustados y nos hemos vuelto al pueblo, estamos en una posada. Se llama la Taberna del Cuervo.

-Ojalá que sí –dije refiriéndome al abuelo, -y ojalá pronto podamos volver a la normalidad –mentí. Sabía que yo no volvería a la granja, había hecho un trato con Zigor para ir a la Academia.

-Bueno... -vaciló Jasón. –Creo que mis padres tienen otros planes. Me han dicho que quizás nos mudemos con unos familiares que viven en Calhas, una ciudad muy grande del este. Quieren que estudie un oficio allí...

Eso significaba que posiblemente esta era la última vez que vería a Jasón en mucho tiempo, se estaba despidiendo de mí. No solo perdía a mi abuelo, también a mi mejor amigo.

-Pronto saldremos para allí –me dijo. –A mí no me apetece nada pero... ya sabes. –Asentí.

-Es lo mejor –le solté. –No podías pasarte la vida metiéndonos en líos –bromeé. –Algún día tendrías que espabilar.

Ambos nos reímos, aunque con amargura. Sentía que lo echaría muchísimo de menos, y que no sería la última vez que lo viese, no lo permitiría.

Al final cada uno se fue por su lado, yo me volví a la panadería y él a su posada con sus padres.

Rosa seguía en la misma posición, como una lagartija sobre una roca en pleno verano, aprovechando el calor al máximo. Plata se acercó a olisquearla, pero yo me fui directo a mi cuarto. Me habría gustado seguir leyendo el libro, pero solo quería llorar. En la intimidad.

A la mañana siguiente me desperté mucho más tranquilo. Bajé a desayunar seguido de Plata hasta la cocina, donde un maravilloso olor a pan recién horneado curaba los males de cualquiera.

-¡Buenos días! –dijo una enérgica Rosa. Se le veía con ganas de comerse el mundo.

-Buenas –solté yo, aún dormido. Plata se fue corriendo a la puerta que daba a la panadería, pero no podía pasar. Agitaba la cola rápido y arañaba.

Agarré la leche de la cazuela y me serví. En una cesta había medio centenar de panecillos recién horneados, no como en la granja. Era como estar en el cielo de los panecillos. Tomé cuatro y me los coloqué estratégicamente. Uno en la taza, otro en la boca, el tercero en el bolsillo del pijama, y el cuarto en la mano libre.

-Dile que pare –refiriéndose a Plata. –Y te va a doler la tripa –me soltó Rosa. –Tú verás...

Ella se terminó su café y se fue a abrir la panadería. Cargó la primera cesta y oí como abría la puerta, un segundo después la cesta golpeó el suelo.

-¡Rápido, ayúdame! –gritó Rosa corriendo de vuelta a la cocina y sacando cientos de cosas de los cajones. Trapos, tijeras, alcohol...

Plata daba vueltas a su alrededor. Yo me puse en pie con pereza y dejé mi taza en la mesa.

-Es Zigor...

En cuanto lo dijo sentí como si doce tazas de café entrasen en mi cuerpo, me desperté al momento. Ella iba delante, yo detrás. Entramos en la panadería. En el suelo, tumbado hecho un ovillo, estaba Zigor. Tenía un pequeño charco de sangre debajo. Estaba herido, muy herido.

Pero estaba consciente y despierto. Musitaba unas palabras ininteligibles y nos miraba asustado.

-¿Qué ha ocurrido? –pregunté. Rosa actuaba como si no fuese la primera vez, aunque sí la más grave.

-Ayúdame con el vendaje –me dijo.

Yo le agarraba el brazo mientras ella le limpiaba las heridas y lo vendaba. Al mismo tiempo susurraba unas palabras que yo no entendía, pero que parecían un hechizo para ayudarlo.

-Está muy mal –se decía para sí misma.

-Mi sueño era cierto, le dije que era una trampa –dije yo, recordando nuestra conversación.

Tenía la espalda llena de zarpazos, como si una familia de leones hubiese paseado por allí. Por suerte ninguna herida era demasiado profunda, ninguna era una perforación o un corte sucio.

Rosa sin embargo parecía muy preocupada. Quizás no por la situación sino por la tendencia.

-Esta es la clase de vida que tienen los héroes –dijo. –Breves y dolorosas. Por eso me parecen unos idiotas –concluyó.

Pensé en el libro que estaba leyendo, todos los héroes que salían morían jóvenes y por causas similares a las de Sinsarés. Engaños o tretas que otros les tendían, o bien sacrificándose por un bien mayor.

-Necesitará descansar, mucho –dijo Rosa. –Ayúdame a llevarle a su cama.

Intentamos llevarlo pero pesaba mucho, al final lo dejamos en el sofá del salón. Rosa volvió para limpiar el resto del suelo de la panadería, y yo me aseguré de que Zigor no volvía a sangrar. Tenía la temperatura muy alta y los ojos enrojecidos.

-Debes ir... -susurró Zigor con gran esfuerzo.

-Descansa –le dije yo. –Debes descansar, estás muy débil.

-Debes ir... academia –insistió. –No seguro. Para ti.

Entendí perfectamente lo que quería decir, y de no haberlo hecho, tampoco habría importado porque se durmió al momento. Se pasó durmiendo toda la mañana y gran parte de la tarde, momento en que se despertó para tomar algo de sopa y volver a dormir.

Yo por mi parte me pasé el día con otro libro que Rosa me dejó, uno cuyo título decía algo así como: "Animales, Humanos, Monstruos y otra clase de Bestias, Una guía de cómo evitarlos", por Norman Clark".

También ayudé a Rosa con las cosas de la panadería y, más tarde, con las curas de Zigor. Teníamos que cambiarle los vendajes. Lo bueno era que estaba asombrosamente mejor. Seguía con heridas, pero estas ya estaban cicatrizando.

Después de cenar saqué a Plata, igual que el día anterior. Recorrimos las calles totalmente a solas, y esta vez de verdad. Jasón no se presentó como la noche anterior, ni ninguna otra persona.


(COMPLETO) EL CANTO DEL FÉNIX. Llamada al Alba (Canto Primero) NacimientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora