Capítulo 104, Parte 2, Zigor me da una paliza

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Pensé que el tratamiento de Zigor sería muy rápido, pero aún le llevó varios días, cerca de una semana. Lo bueno es que ya podía hablar, y nos contó un poco de lo ocurrido.

-Tenías razón –admitió. –Era una trampa, de no ser por tu aviso, probablemente no lo habría contado –agradeció. –Tendré que informar por los soldados que han caído...

Quiso erguirse, pero Rosa no se lo permitió. Aunque Zigor estaba mucho mejor, Rosa seguía muy preocupada.

-No debes moverte –lo regañó. Zigor asintió.

-Debes continuar tu entrenamiento –me dijo. –Yo... no puedo ayudarte ahora mismo, pero Rosa estará encantada –se mofó. Rosa suspiró.

-Si no hay más remedio...

Según Zigor, debía continuar intentando lo de la esfera de metal hasta lograr que esta fuese una extensión de mí. Yo, siendo sinceros, no tenía ningunas ganas de repetir ese evento traumático, pero supuse que no había otro camino.

Esa noche todos descansamos, y ninguno tuvo sueños extraños ni nada por el estilo. Bueno, quizás yo tuve alguna pesadilla con esa esfera, pero poco más.

A la mañana siguiente me desperté como de costumbre, Plata correteando por la habitación y, a menudo, por mis sábanas. Quería salir pero a la gente del pueblo no le convenía ver un lobo gigante cerca.

Bajé a desayunar con calma. Rosa estaba a lo suyo con el pan, y Zigor debía de continuar en su habitación.

-Mírate lo de la práctica tú primero, y luego bajaré a ayudarte –me dijo Rosa. Era demasiado temprano para ir metiendo miedo a la gente.

No sabía si lo decía en serio, me quedé callado esperando.

-¿No me oyes? –soltó. –Échale un ojo porque luego vamos a entrenar –repitió.

-Mm, va... vale –le dije.

En cuanto terminé el desayuno bajé a la sala de entrenamiento de Zigor. Todo seguía igual que la última vez que bajé.

Algo que me gustó era que según ibas bajando las escaleras, las antorchas se iban iluminando solas. De primeras pensaba que era algo que Zigor hacía con su magia, pero supuse que sería un hechizo de las propias antorchas o de la casa.

Me acerqué al mueble donde tenía los objetos de entrenamiento, como las esferas de metal, los bastones, brazaletes y todo tipo de artilugios que no parecían armas. Tomé la esfera y jugueteé con ella como había hecho con Zigor.

La pasaba de mano a mano, con los ojos cerrados, intentando crear una imagen de ella en mi mente. En palabras de Zigor sonaba muy sencillo.

Por una parte sentía como que sí la veía, pero que no la controlaba. Como si estuviese nadando en un mar de tormenta, sí que sabía nadar, pero no tenía el control de la situación.

Cada poco tiempo tenía que hacer alguna breve pausa, porque la cabeza empezaba a dolerme y las manos se me agarrotaban. Plata se pavoneaba por la arena, hacía hoyos y agarraba las manoplas de los muñecos con los que Zigor entrenaba. Y luego enterraba esas manoplas en la arena. A Zigor no le haría demasiada gracia cuando se enterase.

Después de mucho rato a solas, acabé aburriéndome y cambiando de juego. Me apetecía probar alguna de las armas que tenía expuestas en su pared. Agarré un par de cuchillos, y un muñeco se puso en pie solo. Me llevé un susto de muerte. Por poco no salgo corriendo escaleras arriba. Plata también se asustó y se colocó en posición de ataque.

Luego me calmé al ver que el muñeco solo se colocaba en el campo para ser una especie de "rival", pero que no atacaría. No demasiado.

Yo sí. Intenté hacer algo espectacular, pero probablemente fuese sólo el ridículo. El muñeco me desarmó con un solo gesto. Los cuchillos eran complicados. Seguramente la lanza o el arco serían más sencillos.

No fue así. El arco podría ser sencillo si no fuese porque el muñeco se movía y esquivaba los tiros. La lanza sencillamente era imposible. Para usarla era importante mantener la distancia, y el muñeco no me lo permitía.

-Deja eso antes de que alguien salga herido –me soltó Rosa desde la puerta.

Dejé rápido las cosas en su sitio y recogí la esfera.

-Zigor me ha explicado un poco de cómo va el tema... -suspiró, parecía igual de perdida que yo. –A ver si hay suerte. Toma la esfera con tu mano, cualquiera de las dos vale.

-Sí, esa parte me la sé –bromeé. Parecía como si hiciese un repaso mental de cada parte.

-Bien, ahora fíjate en la esfera, mírala bien, y manoséala. Tienes que aprenderte sus detalles, sus marcas, rasguños, muescas...

-¿Pero no era con los ojos cerrados? Zigor dijo...

-Sé lo que dijo –me cortó. –Pero eso era para la primera toma de contacto. Ahora quiere que lo hagas así.

Miré a la esfera. No había gran cosa en que fijarse, era lisa y brillante, de bronce aparentemente. Pesada, pero no demasiado. No tenía marcas, o eso pensaba.

Empecé a fijarme más, la acerqué a mi rostro para verla mejor. Sí que tenía muescas. Símbolos tallados pero muy poco marcados, como si se hubiesen borrado con el tiempo. También había huellas por todas partes, aunque la esfera seguía siendo igual de brillante. Un lateral de la esfera estaba algo hundido, como si se hubiese llevado un golpe.

-Lo notas, ¿verdad? –dijo de fondo Rosa. Notaba su voz como lejana, como si estuviésemos separados por un cristal enorme. Asentí, sin siquiera mirarla. –Bien, ahora cierra los ojos y visualízala. Los mismos detalles, pero sin verla. Solo por el tacto.

Así lo hice. Cerré mis ojos y ahí estaba, era como si la siguiese viendo frente a mí. Tan nítida, sobre mi mano. La hacía girar y sabía perfectamente donde estaban las marcas.

-Bien, ahora es repetir lo mismo, no abras los ojos –dijo Rosa. –Igual que antes retiraste la vista, ahora debes retirar el tacto de ella. Debes mantenerla en tu mente, pero sin tocarla. Si la mantienes visualizando, esta se mantendrá en el aire.

En mi mente esto sonaba absurdo, era imposible. Si retiraba mi mano la esfera caería, pero no le respondí. Solo seguí sus pasos.

Abrí mi mano para dejar libre la esfera y la seguí visualizando. Se suponía que esta tendría que levitar, pero la notaba aún en mi mano. Notaba su peso, sus imperfecciones, sus muescas... No estaba funcionando, era evidente.

-Esto es absurdo –solté abriendo los ojos. Miré mi mano y no había nada.

Rosa estaba asombrada.

-Lo estás haciendo –me dijo, -¿no lo ves? –ella miraba hacia arriba, por encima de nuestras cabezas.

Miré donde ella, y vi la esfera dando vueltas lentamente sobre mi mano, pero a mucha altura. Justo cuando la miré, esta cayó a plomo en la arena y se quedó quieta.

-¿Cómo demonios...? –empecé.

-Shh –me cortó Rosa. –No invoques ninguna criatura.

(COMPLETO) EL CANTO DEL FÉNIX. Llamada al Alba (Canto Primero) NacimientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora