Capítulo 112, Nos secuestran, pero todo bien

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Una vez echamos del lugar a los Alux, muy a pesar de Álex, pudimos reorganizar el sitio y recoger la comida que estos no se habían zampado. Que no era mucha. Vince necesitaba alimento rápido y, por suerte, Damos nos había metido comida de sobra.

Aun con todo era sorprendente la capacidad estomacal de esos pequeños duendecillos, para lo pequeños que eran, comían una barbaridad.

Nico y Álex se hicieron cargo de Vince, a quien le había subido la fiebre. Emma por su parte observaba los mapas de Damos y pensaba.

-¿Te ayudo? –le dije. Ella negó con la cabeza.

-Es una jugada brillante –dijo como para sí. –Si se desplazan por las copas de los árboles, pueden vigilarnos sin que nosotros nos demos cuenta, pueden estar ahora mismo viéndonos.

-Necesitamos un buen plan, algo que los pille desprevenidos –admití.

-Necesitamos un milagro –dijo Emma mirando a Vince.

-No pensé que te importáramos tanto los exploradores –bromeé. Ella pareció molestarse. -¿Qué ocurre? –dije sorprendido.

-No tiene gracia –soltó ella. –Es mi compañero –dijo señalando a Vince. –La broma de llevarse mal acaba cuando uno está en peligro. No entiendo porque lo dejaron ahí tirado los guerreros.

Yo me quedé callado, pensando en ello. Desde el principio esa disputa entre guerreros y exploradores no me hacía gracia, y tampoco la entendía. Tampoco me la habían explicado. Quise suponer que si lo habían dejado era por error.

-Creo que voy a tomar el aire –dijo al fin Emma. Agarró el marco de la trampilla y salió.

-Eh, no dejes que se vaya sola –me soltó Álex desde el otro lado. –Ve con ella –añadió. –Ya solo quedamos cuatro, no podemos perder a nadie más.

-Espera –dijo Vince. –Toma mi espada para defenderte –intentó hacer el gesto de tendérmela, pero apenas pudo señalarla.

Yo agarré la espada del suelo con cuidado. Era una espada corta y maniobrable, no me resultaba del todo incómoda, aunque sin duda mejor que las que Zigor tenía en su casa. Me la ceñí al cinto y salí tras ella.

Apenas la veía cuando salí, bajaba la colina a marchas forzadas, la seguí intentando llamar su atención, pero ella no se giró. Tampoco quería gritar para no alertar a los guerreros de la zona, así que eché a correr para alcanzarla.

Al principio parecía que vagaba sin rumbo, pero pronto me di cuenta de que iba a un lugar concreto. Yo trataba de alcanzarla, pero la maleza parecía en mi contra. Un par de veces me resbalé y por poco me quedo en el sitio. En otro par de ocasiones casi la pierdo, pero tuve suerte. Mi experiencia en moverme por terrenos complicados en la granja me ayudó.

Al final fue ella quien se detuvo por su cuenta, yo seguí llamándola pero era como si no me escuchase. Estaba sentada sobre una roca, observando atenta algo a lo lejos. Yo me acerqué y me senté a su lado. Tenía los ojos húmedos. Quise preguntar, pero sentí que era mejor quedarse allí sentado, a su lado. Era lo que ella necesitaba.

Me quedé mirando a la nada como ella. Era de noche, lo supe porque las Briseidas brillaban más fuertes al caer el sol. Fue algo que aprendí a los pocos días de estar en el bosque.

La vista era impresionante. La calma que se respiraba y, al mismo tiempo, una constante tensión por el juego. Y más ahora que podíamos estar siendo observados en todo momento. El brillo azulado de las Briseidas en el suelo dotaba al bosque de una calma poco usual. Pero no era lo único que brillaba.

(COMPLETO) EL CANTO DEL FÉNIX. Llamada al Alba (Canto Primero) NacimientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora