Capítulo 108, Parte 2, La Academia, no es para tanto

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Pensé que soñaría con el abuelo, como la vez que me quedé inconsciente después de entrenar con Zigor, pero no. No soñé con nada esta vez. No sé si lo prefería así.

Oía el barullo de la gente yendo de un lado a otro, pero estaba demasiado cansado como para abrir los ojos. Sentía que llevaba años durmiendo, o una noche larguísima.

-Eh, despierta –me dijo una voz masculina. No la reconocía. Aunque para ser justos ni siquiera abrí los ojos para ver quien me hablaba.

Quise mandarlo a freír espárragos, pero apenas musite unas palabras. Creo que fue algo así como déjame dormir, pero no puedo asegurarlo.

-Venga despierta, necesitamos ese catre para alguien –insistió la voz.

Me giré hacia el otro lado y me agarré la manta. No sirvió de mucho. Noté un tirón y la manta ya no estaba. Y lo siguiente fue un empujón.

Caí de la cama directamente al suelo y diré, aquí en confidencia, que eso despertaba más que el cubo de agua fría del abuelo.

Me puse en pie de un salto y miré a mi alrededor. Estaba en una sala de columnas de madera y paredes de piel de animales, como una gran tienda de campaña. Había un par de hileras de catres como el mío, todos ellos llenos de gente quejándose de heridas o agarrándose rodillas y codos.

-Vete, ya estás sano –dijo ese mismo chico. Necesitamos los huecos.

Yo me quedé estupefacto, no había necesidad de ser tan borde. Miré al chico esperando que me dijese algo más tipo, a donde ir, quien era o donde estábamos. O donde estaban Lara y Asher.

Pero no. El chico iba de un lado para otro como loco. Vestía algo parecido a lo que llevaba Rosa cuando la conocí. Un mandil blanco y un sombrero que le recogía todo el pelo. Tendría unos dieciséis años aproximadamente. Piel morena bronceada y bastante musculoso, aunque no tanto como los de las camillas. Su rostro ni se percibía porque no paraba de girarse e ir de una cama a otra llevando botes con ungüentos.

-¿Estás sordo? –me dijo al fin, mirándome contrariado. –Necesito que te largues, vete a tu gremio.

-¿A... mi gremio?

-Sí, a tu gremio. –me tomó la muñeca y vi que tenía colgando una pulsera. En ella se podía leer "explorador".

-Venga, a tu gremio –me repitió. Se notaba que se estaba cansando porque cada vez su tono era más enfadado.

-Igual está amnésico –dijo un chico joven que acababa de llegar con un bote enorme.

-Bueno, pues si está amnésico ya le atenderemos, no es prioritario –concluyó. Pero se lo debió de pensar dos veces porque me agarró de la cabeza y me abrió bien primero un ojo y luego el otro. –Nah, está bien. Estará aún medio dormido por el efecto de la camelia. Llévalo tú mismo a su gremio y tráeme más miel.

El chico se me acercó, me tomó de la mano y me arrastró fuera de la tienda. El Sol me pegó un fogonazo nada más salir. Era pleno día y ahora sí que se veían a cientos de personas por las casas, entrando y saliendo. Cargando con cosas de un sitio a otro. Otros jugaban en la laguna o practicaban en la arena con armas.

Caminábamos hacia unos matorrales, como de vuelta al bosque. Sin embargo, en cuanto llegamos, pude ver que una casa no muy grande que se ocultaba entre el verde de las plantas. No era muy diferente a la casita de las plantas, solo que aquí las plantas no solo habían logrado escapar del invernadero, sino que habían invadido todos los alrededores de la casa.

(COMPLETO) EL CANTO DEL FÉNIX. Llamada al Alba (Canto Primero) NacimientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora