Capítulo 113, Resulta que lo de los caballos no era necesario

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Lo primero que hice al salir del bosque fue entregarle el estandarte a Tania. Por no decir que me lo arrancó de las manos.

Los guerreros no parecían muy contentos, de no haber sido por los profesores lo más probable es que me habrían dado una paliza.

Nota mental, evitar las cercanías del lago en los siguientes meses. No quería que me hiciesen ahogadillas, ya me llegaba con las de Jasón.

Todo el gremio de exploradores y el de alquimistas festejaba la hazaña, aunque muchos de ellos tendrían que pasar por la enfermería al final del día. La verdad es que todos estábamos para el arrastre. Todos menos los curanderos que, daba la impresión, ya habían gastado sus reservas de curas en sí mismos.

El que peor pinta tenía era Vince, que volvía a perder el color de la piel. Lo que fuera que lo había curado no duraba.

Busqué con la mirada a Emma, pero no la encontraba. Quizás seguía en el bosque. Zigor por su parte hablaba con Lara, que ya había regresado de donde fuera que estuviese, y con el profesor Amílcar. Tampoco había rastro del profesor Asher.

Algo que noté rápido era que la Academia estaba especialmente llena de gente adulta. Hasta ahora sólo había visto a un puñado de profesores y adultos por la academia, no llegarían ni a media docena entre todos, pero al finalizar el juego había al menos una veintena de adultos. Y también habían llegado alumnos mayores, debían de ser de quinto, sexto y séptimo año.

Me acerqué al grupo de Zigor para que me explicase qué estaba pasando, pero él estaba más interesado en conocer a mi nuevo profesor de Órama. Amílcar le explicaba a Zigor la historia de cómo había acabado en la Academia, y Zigor escuchaba atento, como un sabueso.

Al final solo Lara me hizo caso.

-Lo has hecho genial –me felicitó. –Todos estábamos muy tensos, Zigor lo negará pero se mordía las uñas. Al final no le quedó otra que intervenir.

-¿Lo estabais viendo? ¿Por qué no hicisteis nada cuando visteis que Vince estaba mal? –pregunté molesto. Lara me miró compungida.

-No se nos permite intervenir en el juego. Las cosas deben suceder a su manera –soltó. –Aunque si hubiese estado en peligro real habríamos intercedido.

-¿Fuisteis vosotros los que lo curasteis durante la noche? –ella negó con la cabeza.

-Fue tu ingenio lo que lo salvó. Dos veces –recalcó. –Primero con esa agua curativa, que impidió que la herida se abriese o se infectase, y luego acudiendo a los Alux. Supongo que no lo sabes pero esos duendecillos bromistas tienen el don del bosque. Ayudan a crecer a las plantas y pueden suprimir el efecto de una enfermedad durante un poco de tiempo. EL justo y necesario para tener ayuda externa.

-Fue suerte –dije. –No sabía nada de eso.

-No te quites mérito –respondió molesta. -¿También fue suerte cuando salvaste a Owen, dos veces de nuevo? Quizás no seas el mago más hábil aún, pero tienes buen corazón. Y eso es algo que no se aprende en ninguna escuela. Tu abuelo estaría muy orgulloso.

Esas palabras fueron las más calurosas que había sentido desde la desaparición del abuelo. Eran como un abrazo en una fría noche de invierno, curaban. Más incluso que cualquier medicina.

Esa noche cenamos cerdo, y para mi sorpresa no faltó comida. Yo esperaba que con tanta gente las cocinas no diesen abasto. Por primera vez desde mi llegada la mesa de exploradores estuvo llena, a reventar. Echaba de menos cuando éramos un puñado.

Por primera vez el gremio de exploradores era grande, teníamos dos docenas de miembros y todos celebraban la victoria como suya. No les culpaba. Si era cierto que Zigor había logrado cuatro victorias consecutivas en su época, y Owen otras tres, eso implicaba que en los últimos doce años al menos siete victorias, sino más, eran de guerreros.

Luego supe que el total ascendía a nueve para guerreros y tres para exploradores, no era algo de lo que sentirse muy orgullosos.

Por su parte los alquimistas también estaban contentos, pero ni de lejos lo festejaban como nosotros. Lo mismo ocurría con los curanderos, que parecían bastante tranquilos a pesar de lo sucedido.

Los que verdaderamente estaban furiosos eran los guerreros. Aunque Owen parecía bastante tranquilo, y eso me preocupaba. Tenía que vigilar bien mis espaldas.

Emma seguía sin aparecer, ni tampoco había señales de Asher. En su lugar Amílcar era quien ocupaba el puesto de honor en la mesa de los profesores, a su izquierda una mujer mayor que no reconocí, y a su derecha Zigor.

Al terminar la cena la gente empezó a dispersarse, algunos se fueron a sus gremios, otros a continuar con la fiesta. Yo por mi parte volví a probar suerte con Zigor, y al fin logré hablar con él desde el incidente con el monstruo.

-Te veo muy apagado –me dijo Zigor. –Después de una victoria como la de hoy, cualquiera estaría eufórico.

La verdad es que él estaba mucho más contento que yo.

-Es solo que... -empecé. -¿Por qué estás aquí? Quiero decir, me alegra verte pero... creía que estabas buscando al abuelo –le dije.

Quizás sonó a reprimenda, pero en parte era lo que buscaba. El abuelo estaba en peligro y yo estaba aquí, jugando y divirtiéndome, o eso pretendía. Ahora Zigor me miraba mucho más serio.

-Que yo esté aquí no significa que no busquemos a tu abuelo. Tengo a todos mis medios desperdigados buscándole, y pronto el encontraremos. –aseguró.

-¿Pronto? Eso dices siempre, pero ya hace tres meses desde que desapareció. –ahora sí que era un reproche, con todas las de la ley. –Perdón –me disculpé. –Es solo que...

-Lo echas de menos –concluyó Zigor. –Lo sé. Yo también –me aseguró. –Te prometí que lo encontraría y lo haré, y te prometo que lo salvaré de cualquier peligro. Ya sabes cómo es nuestro trato –dijo muy serio, recordando la promesa que hicimos en Hassen hacía ya mucho tiempo. Yo asentí.

-Y sino iremos juntos a por él –confirmé. Zigor asintió.

Ya no estaba molesto ni enfadado, no podría. Tenía que confiar en él, no tenía a nadie más en quien hacerlo. Casi nadie más.

-¿Sabes algo de Emma y Asher? –pregunté cambiando de tema.

-Por supuesto, tengo entendido que están revisando el muro, con algunos de los exploradores y guerreros de sexto curso. Buscan el hueco por el que el bicho se coló.

-¿Tampoco vosotros ? –pregunté, al notar que no lo llamaba por un nombre concreto. Zigor negó con la cabeza.

-No lo había visto en mi vida. Era alguna raza de jabalí, eso sin duda –afirmó, -pero muy extraña. Demasiado agresivo, demasiado grande, demasiado duro. Me melló la hoja –dijo mirando el mango de su Sinsarés. –Oye –dijo cambiando de tema, -no es por cambiar de tema pero, ¿has hablado con ese profesor, Amílcar?

-Sí –le dije, -nos da clase de Órama. Bueno, solo nos dio una hasta ahora –me corregí.

-¿Y ha visto que tienes el don? –se interesó Zigor.

-Más o menos, en realidad no llegué a tener ninguna visión, aunque estuve cerca –expliqué. -¿Por qué? Antes te vi hablando mucho con él... -bromeé.

Zigor negó con la cabeza.

-Tenía curiosidad. Me contó que estuvo trabajando en la corte de Calhas. Yo nunca había oído hablar de él, aunque es cierto que quizás tiene que ver con el hecho de que llevo cuidando de un mocoso durante los últimos siete años –bromeó. –Quizás de haber estado por ahí me lo habría topado.

(COMPLETO) EL CANTO DEL FÉNIX. Llamada al Alba (Canto Primero) NacimientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora