(COMPLETO) EL CANTO DEL FÉNIX. Llamada al Alba (Canto Primero) Nacimiento

Capítulo 108, La Academia, no es para tanto

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Bordeamos la laguna, que aún nos llevó un buen trecho. De no haber sido por mi cansancio seguramente habría disfrutado más las vistas. Era un lugar precioso, y a la luz de las antorchas era incluso más impresionante.

A lo lejos, al otro lado de la laguna, se veían los edificios de la Academia. Y digo edificios porque eran varios. De primeras me imaginaba la Academia como un gran palacio o algo similar a un castillo, pero no. Era algo más parecido a una aldea de varias casas construidas en torno a un edificio central, y cada casa de su madre y de su padre.

El que más destacaba era el torreón, que además coincidía con el edificio que se veía desde la colina del valle. Era el edificio más alto, tenía una estética como de historia de terror; debía de ser de algún granito oscuro, lúgubre, alto, fino y desafiante. Daba la impresión de que si alguna paloma de más se apoyaba donde no debía, todo se vendría abajo. Esperaba que nunca pasase. Y menos si yo estaba cerca.

Junto a este torreón alto y estilizado alguien había tenido la idea de construir el edificio más diferente posible. Una construcción baja, de dos plantas y una base gigantesca. Era tosco, de piedras calizas o mármol. Si el otro edificio parecía un escenario de terror, este era el lugar idílico para una fiesta.

El tercer edificio era una casita de madera y piedra, parecidas a las de Hassen. Tejado a dos aguas y muchas ventanas con maceteros. Si se podía escoger casa yo me pedía esa. Las fachadas eran simples, a excepción de una de ellas que se extendía como uniéndose con un segundo edificio. Este segundo edificio era todo de cristal, y se veía como varias plantas trataban de escapar por entre las juntas de los cristales.

Luego se veían también otros edificios más pequeños como un embarcadero, o un campo de arena parecido al que Zigor tenía bajo su casa de Hassen. Imagino que habría más cosas, pero el resto quedaban tapados tras el gran edificio que se situaba en el centro entre los tres principales. Enorme en comparación con los otros tres. Se trataba de una construcción de unas tres plantas de altura, todo el de piedra y cristal, como si fuese un pequeño palacio de cuento.

Pensé que veríamos a cientos de personas al llegar, pero no. Quise imaginar que estarían cenando en algún tipo de comedor gigante dentro del palacio, y eso me reconfortaba. Sentía mis tripas rugir desde hacía ya un buen rato.

Una vez llegamos a la aldea Lara se encaminó hacia la casa grande. Yo la seguía a poca distancia. Caminaba con prisa, como si se acabase de dar cuenta de que llegábamos tarde. Muy tarde.

Mi mirada se escapaba hacia una de las ventanas entreabiertas por las que juraría que salía el mismísimo rastro de una tarta de manzana como la del abuelo, y eso hacía que mis tripas rugiesen como la bestia feroz que son.

Pero no íbamos a la casa, sino que la bordeamos para mi desgracia. Y mi nariz perdió el rastro.

Tras la casa había un bonito jardín, como esos que los reyes suelen tener en sus palacios para asombrar a sus invitados, pero mucho más pequeño. En este jardín todo estaba ordenado en hileras y estructuras, no como el bosque donde todo crecía en libertad. Era impresionante pero, para mi gusto, prefería el estilo del bosque. En el centro del jardín una pequeña fuente rodeada por bancos chapoteaba y, en uno de esos bancos, descansaba una figura bien encogida y remetida en una larga túnica.

En cuanto nos acercamos la figura se puso en pie con dificultad, apoyándose en una vieja vara de madera. No nos vio acercarnos, porque su mirada estaba fija en una enorme camelia, así que supuse que tendría un buen oído.

-La belleza perfecta no exhibida –dijo la figura como para sí. Vi como arrancaba con sutileza una pequeña flor blanca del árbol y se la guardaba para sí.