Capítulo 103, Parte 2, Un fantasma me roba mi perra

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Veía como Zigor se alejaba al galope hacia el bosque, y algo me decía que era una mala decisión. Que estábamos cometiendo un error.

La luz del amanecer asomaba por las montañas del este, y la tranquila villa de Hassen se despertaba como de costumbre. Nada nuevo había ocurrido. Nada extraño ni fuera de lo común.

Envidiaba a la villa entera por ser tan ingenua. Hacía una semana yo era igual de ingenuo, ahora ya no.

Rosa y yo entramos de nuevo en la casa, y vi como ella se encargaba de preparar la masa para hacer el pan. Plata dormitaba en el sofá del salón, y roncaba como un cerdo. Yo mientras tanto paseaba por la casa aburrido.

-Puedes bajar a por libros, si quieres –dijo Rosa. –Zigor dijo que hay alguno que te gustaría.

-Pero la puerta está cerrada –comenté.

-¿Cerrada para un mago? Creo que aún no has asimilado lo que eres –se burló ella.

-¿Tu puedes abrirla?

-Para nada, yo no soy bruja. Tú sin embargo, sí que eres un mago. Tienes que empezar a aprender los hechizos. Y sobre todo los básicos como este. El que se usa habitualmente para abrir puertas es fosgail. Prueba, anda.

Me acerqué a la puerta y probé. Dije las palabras en alto, pero no pasó nada.

-Pon la mano en la puerta –me dijo Rosa desde la cocina.

Así lo hice. Me concentré en la puerta, y en esa maldita cerradura. Repetí las palabras, y al principio no ocurrió nada. Después, un leve cosquilleo, y la puerta se abrió. Era algo instantáneo, mágico.

-Muy bien –me dijo Rosa. –Era un hechizo sencillo, pero te ha salido casi a la primera.

Bajé las escaleras de nuevo. La sala descansaba a oscuras, pero según iba bajando, se iban encendiendo los braseros uno a uno. En cuanto llegué al último escalón, todos los braseros que faltaban se prendieron.

Era un lugar precioso. Me fijé en que la arena tenía un círculo blanco pintado en el centro, muy grande. Como si se tratase del límite de un campo o algo similar. Me pregunté si Zigor bajaba aquí a jugar a algo o practicar algún deporte en concreto.

Definitivamente lo que no se le daba bien a Zigor era tirar cosas, porque estaba todo lleno.

Fui a la estantería de los libros y empecé a leer títulos. Estaba ordenados por temáticas, algo que noté rápidamente. Por un lado estaban los libros de consulta sobre animales, plantas y lugares de Aljana. La mayoría pertenecían a un tal Norman Clark. Supuse que el mismo tipo que Rosa había mencionado en el pasado. Debía de ser alguien famoso.

No tenía ni idea de quien era.

Luego estaban los títulos sobre magia de combate y estrategias. Quizás no me vendría mal de cara al futuro. Cuando tuviese que enfrentarme al que secuestro a mi abuelo.

En el último renglón estaban los libros de historias. Libros sobre la mitología y los dioses de Aljana, otros sobre los reinos, y otros sobre héroes famosos y sus historias.

Me picó la curiosidad de si habría algún libro sobre ese tal Sinsarés, del cuento que me había contado Jasón. Miré por las estanterías, pero no encontré nada. Supuse que no debía de ser un héroe demasiado famoso.

Había unos de héroes que decían ser hijos de dioses que me llamó mucho la atención, pero al final no lo saqué.

-Léete este –me dijo Rosa, que llegó hasta mi lado sin hacer el más mínimo ruido y por poco me provoca un infarto.

Señalaba uno que decía "Breve historia de Aljana". Y tanto que era breve, la mayoría de libros contaban con el grosor de mi puño, pero este apenas era un dedo de ancho.

Lo saqué de su estante con cuidado y lo desempolvé. En la portada había un dibujo de un hombre con una armadura plateada frente a una espada clavada en una roca.

-Aquí te habla un poco de la cultura general de la magia, te vendrá bien para informarte hasta que vuelva Zigor –comentó Rosa.

Eso si vuelve. Preferí no decirlo en alto para no asustar a Rosa.

Abrí el libro y empecé a leer. El libro se dividía en veinte capítulos, en los que cada uno te iba contando desde la creación hasta la actualidad. Prefería saltarme la historia de la creación porque... bueno, porque no me interesaba.

Empecé en el capítulo siete. La magia del Aljana.


3

Debo decir que el libro aun siendo breve resultaba molesto. El escritor daba saltos en la historia de forma muy incómoda y anticlimática y, aún con todo, acabé enganchándome. Al principio pensé que sería una lectura aburrida y técnica, pero en realidad estaba llena de aventuras e historias de personajes algo desgraciados.

El libro contaba los sucesos desde hacía tres mil años hasta los últimos trescientos. Y lo curioso es que la magia empezaba no hacía tanto, cerca de los últimos mil años. Es decir, que los primeros dos mil años no eran relevantes, o así lo consideraba la historia.

Aún con todo, las historias de los héroes se remontaban a mucho antes que la magia. La mayoría de héroes no usaban hechizos o pociones para enfrentarse a sus enemigos, sino la astucia y el intelecto. De hecho, el único héroe que se aprovechaba de dichas habilidades era Sinsarés.

Sin duda ese tipo era un genio en lo suyo, una lástima que el agua no le ayudase. En este libro encontré el cuento que Jasón me había contado, estaba descrito del mismo modo que él me había dicho. Quizás había sacado la historia de este libro.

De Sinsarés encontré alguna historia más. Un par en las que cumplía misiones para los dioses o los reyes, y unas cuantas en las que se enfrentaba a criaturas indómitas como una serpiente alada o un león con piel de metal.

Al final acabé devorando el libro, sólo lo dejé durante las comidas, y para cuando me di cuenta, habían pasado ya muchas horas, las suficientes como para que Plata empezase su famoso baile de ir al baño.

-Deberías sacarla –me dijo Rosa, muy perspicaz por su parte.

Apoyé el libro en una mesa del salón y asomé por la ventana.

-Es algo tarde, ¿no? –Rosa pareció ignorarme. –Supongo que tendré que salir ahí fuera... al peligro yo solo... -dramaticé. Rosa seguía a lo suyo.

-Cierra al salir –me indicó desde el sofá.

Lo último que vi fue como Rosa prendía la chimenea y se sentaba frente al agradable calor de la lumbre. A Plata y a mí nos tocaba darnos un paseo a la luz de la luna, por las frías calles de Hassen.

Frías para mí, Plata estaba en la gloria.

De todos modos nada malo me podía pasar con una loba huargo, si alguien trataba de atacarme Plata lo vencería con facilidad. Zigor exageraba pensando que yo estaba en peligro, ¡ellos estaban en peligro!

Plata corría calle arriba y calle abajo, olisqueando fachadas, postes, hierbajos y... bueno, cualquier cosa donde hacer lo suyo. Yo por mi parte me iba fijando en las fachadas de los edificios, que descansaban tras un largo día de trabajo.

Cada poco tiempo Plata aparecía con un palo que recogía y me traía para que se lo lanzase, yo lo tiraba tan lejos como podía, cada vez más lejos. Sin embargo, hacía ya rato que Plata no me traía ningún palo.

Miré a mí alrededor buscando en que estaba metida la loba, pero no la vi por ningún lado. Había desaparecido. Desanduve el camino atento a ambos laterales de la calle, por si estaba en algún callejón lateral o entre los matojos, empezaba a ponerme nervioso.

-¿Plata? ¿Dónde estás? –dije en alto. Nadie respondió.

La noche era oscura, y podía haberse tumbado a la sombra de alguna fachada, era algo que Plata solía hacer, aunque siempre respondía por su nombre. Siempre.

-¿Plata? –repetí. -¡Plata!

-Cálmate hombre –me dijo una voz desde un callejón oscuro. –Vas a despertar a medio pueblo. Está aquí conmigo.

(COMPLETO) EL CANTO DEL FÉNIX. Llamada al Alba (Canto Primero) NacimientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora