Amelia entreabrió los ojos desorientada. Tan solo pasó un rato desde que se habían dormido, pero lo suficiente para despertarse desubicada. Al tener a Luisita en su abrazo y estar envuelta en su olor, recordó los infinitos besos que se habían dado en ese mismo sofá; la sonrisa se le dibujó al instante, sin ser, siquiera, consciente de ello. La apretó contra su pecho y dejó sus labios posados en su pelo. El pequeño agobio que sintió porque se hubiera hecho de día mientras dormían juntas, se vio aplacado por el reloj digital que le devolvía la hora desde la pared: las 04:40, marcaban los números retro iluminados.La periodista murmuró algo ininteligible, que provocó la risa en Amelia, y la sacudida del cuerpo la monja, termino por despertarla.
—¿Qué hora es? —murmuró sobre su cuello. Había sido su refugio el tiempo que había durado el sueño.
—Las cinco menos veinte —susurró Amelia.
La noche es joven, pensó la rubia. Algunas de sus noches de fiesta habían empezado a esas horas, sonrió con picardía y besó la piel que tenía a su alcance, hundió los dientes con suavidad y humedeció el mordisco con su saliva.
—Luisi, por favor —pidió sin convencimiento alguno.
—¿Por aquí? —preguntó mientras continuaba con su tarea.
—Sí. —La respuesta afirmativa salió en forma de suspiro placentero—. Digo, no —rectificó.
—¿Mejor por aquí? —Bajó un poco más con la intención de perderse en su escote.
—Luisi, deberíamos parar —suplicó por miedo a que alguna de sus hermanas las pillara.
Aunque la rubia no cesaba en su empeño de dejar un solo centímetro de la piel de la monja sin besar, ésta logró pronunciar esas palabras que tanto le habían costado. Se habían ausentado de la fiesta el tiempo suficiente, para que alguna de las monjas decidiera buscarlas por el convento, y aunque la puerta del estudio de radio, tenía la llave echada, ¿cómo iban a explicar que se hubieran encerrado juntas, de madrugada?
—¿Paro? —La miró con expresión de niña pequeña.
—Yo creo que será lo mejor. —Le dio un último beso antes de que la rubia se apartara para que pudiera levantarse—. Deberíamos volver —comentó poniéndose de pie y colocándose el vestido.
—¿No te ha gustado? —cuestionó con la miraba en sus zapatos.
—Claro que me ha gustado —se apresuró a decir, al ver los ojos de Luisita—. Es solo que no creo que sea el sitio idóneo para terminar la fiesta, ¿no?
La cara de la rubia recuperó su luz y volvió el mood al que Amelia estaba más acostumbrada.
—¿Quieres terminarla en tu cama? —preguntó con descaro al tiempo que invadía su espacio personal.
—¡Luisita! —Le dio un pequeño golpe en el hombro.
—Tenía que intentarlo. —Alzó las palmas de las manos en señal de tregua—. Aunque no sabes lo que te pierdes —expresó con suficiencia. —Pero tienes razón, creo que no es el momento ni el lugar.
—Me alegra que lo entiendas —contestó y la abrazó por los hombros, escondiéndose en su cuello.
Luisita le rodeó la espalda y con las palmas de sus manos intentó abarcar la máxima superficie posible. Se quedaron un rato así, abrazadas, disfrutándose y guardando ese momento entre sus recuerdos. Al cabo de un rato, deshicieron el abrazo y se dieron un último beso antes de volver al lugar dónde habían dejado a las demás, pero para su sorpresa, estaba casi vacío.