—Luisi, ¿abrimos esta? —preguntó Susana señalando una botella de ginebra.—Sí —contestó Marina. —Porque, si tenemos que esperar a que conteste la enganchada al móvil, me vuelvo virgen.
Al escucharlo, levanté la vista del teléfono y miré a mis amigas.
—¿Qué pasa?
—Nada, nada. Que nos vamos a echar unas copas aquí, no estamos para tirar el dinero —soltó Marina.
—Me parece perfecto. Además, este alcohol es cortesía de mi querida Hermana Esperanza.
—¡Qué dios la tenga en su gloria! —Susana alzó la copa para que brindáramos con ella.
—Tronca, qué no se ha muerto.
—¿Eso solo se dice cuando alguien se ha muerto? —preguntó Marina mostrando un desconocimiento total por las expresiones eclesiásticas, y yo asentí. —¡Pues brindemos por ella!
—¡Brindemos! —dijimos las tres e hicimos chocar nuestras copas.
Al terminar de decir eso, volví a la conversación que tenía con Amelia.
—Oye. —Susana llamó mi atención—. Ya nos contarás con quién hablas tanto, porque qué sepamos, no has traído ninguna churri a casa desde Sara.
—¿Tú cómo sabes eso?
—En este grupo no hay secretos, querida —dijo Marina antes de darle un trago a su copa. —Además, me muero de ganas de saber quién será la próxima, que tengo una apuesta con la Susi.
—¡Qué no me llames Susi, hostia! —Se quejó.
—Te hemos bautizado así y te jodes —Mojé el pulgar en el gin tonic, y le hice en la frente la señal de la cruz—. In nómine patris et fili et spíritus sancti, amen —pronuncié en latín y Susana me miró atónita.
—¿Qué coño has dicho? —intervino Marina.
—En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo, amén. —Traduje como si fuera yo bilingüe.
—Me pinchan y no sangro, colega —concluyó bebiéndose el cubata de un trago y yo hice lo mismo. —Subo la apuesta otros 20 pavos —dijo mirando a Susana.
—¡¿Queréis dejar de apostar conmigo?! —protesté. —Prepárame a mí otra. —Le pedí a Marina que se estaba sirviendo una para ella.
—Ah, no, no. Que me acuerdo aquella vez que me hiciste ganar 50 euros y ahora mismo me vienen superbién —comentó mi amiga riéndose. —Pero la copa sí, te la preparo. —Me guiñó un ojo y yo contesté al último mensaje que me había enviado Amelia.
—Hija de puta, tuviste suerte, esta vez voy a ganar yo —sentenció Susana.
—Paso de vosotras. —Bufé, le di un trago a mi bebida y seguí con mi conversación virtual. La cosa se estaba poniendo interesante.
—¡Qué está hablando con Amelia! —gritó Marina al asomarse para mirar mi móvil.
—Pero ¿esa quién es? A mí no me suena, ¡eh!
—No la conocéis. Dejadme tranquila. —Aparté el teléfono.
—Venga, Luisi, que somos tú círculo de confianza. Cuéntanos quién es esa tal Amelia.
Le di un trago a mi copa y me sinceré con ellas.
—Es una monja del convento que está... Tremenda, y ya sabéis... —Hice un gesto con las manos.