Capítulo 17. Quién sabe dónde

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Luisita sostenía el teléfono escuchando como Amelia, al otro lado de la línea relataba con preocupación la extraña desaparición de su amiga. Milagros no se había ausentado ni un día, del convento, sin explicar dónde estaría, por lo que a la morena estaba más preocupada aún.

—A ver, a ver, ¿cómo va a desaparecer? Igual anoche bebió un poco de más y se quedó durmiendo en otra habitación.

Trataba de buscar una explicación para tranquilizarla.

—Que no —negó convencida. —La hemos buscado por todo el convento. Incluso le hemos dado a Berni una prenda suya a ver si él la encontraba.

—Ni que fuera un perro policía. —Se le escapó una carcajada.

—Toda ayuda es poca —sentenció Amelia con seriedad.

—¿Habéis mirado en el confesionario? Lo mismo se sintió mal por beber y fue a hablarlo con Dios.

—Luisita, que ha desaparecido —espetó de mal humor para hacérselo entender—. Y te llamaba para ver si tus amigas la habían visto o saben algo.

—¿Mis amigas? —Se frotó la nuca—. No, no, no sé... —contestó dubitativa.

—Dile que estamos durmiendo por la resaca —murmuró Marina.

—Están durmiendo, Amelia, tienen un resacón importante. Si quieres, cuando se despierten, les pregunto, pero dudo que sepan algo. Marina se fue con Esperanza, y Susana...

—¡Qué no des tantas explicaciones! Eso solo lo hace quién esconde algo —susurró Susana.

—Excusatio non petita, accusatio manifesta —confirmó Milagros con esa expresión en latín y Luisita frunció el ceño.

¿Qué coño ha dicho?

—Bueno, pues no sé, Amelia —dijo nerviosa. —Voy a ver si me entero de algo y luego te llamo ¿vale?

—Vale, yo voy a llamar a los hospitales, a ver si se sintió mal y como nunca ha probado el alcohol, se fue a que le hicieran un lavado de estómago —contestó Amelia preocupada.

—Cualquier cosa, me dices.

—Sí, un besito, Luisi —se despidió melosa, cosa que no pasó desapercibida para la rubia.

—Otro para ti. —Colgó con una sonrisa infinita dibujada en la cara. El tono dulce de su monja la había llevado de vuelta al sofá donde la noche anterior se habían comido a besos, pero un carraspeo de Susana la trajo de vuelta al salón —¡Sois unas descerebradas! Es que joder, anda que no hay mujeres en el mundo para que te las tires, pero no, ella tenía que liarla.

—Luisi, que ha sido un flechazo —explicaba Susana. —Al verla sentí mariposas, la ví receptiva y me dije: Susana, es tú momento.

Milagros la miró embobada y la cogió de la mano.

—Flechazo el que te voy a dar yo a ti. —Le tiró lo primero que encontró en la mesa.

—Luisita, colega, ¡mi mechero! Que se lo birle a la Espe anoche—se quejó Marina.

—Por favor, no os peleéis —intervino la monja.

—Milagros, por favor, coge tus cosas y vámonos al convento que están preocupadas por ti. Ya me invento yo algo sobre la marcha. —Se acercó a ella, pero la Susi se puso en medio—. Quítate si no quieres que te quite yo de un guantazo —amenazó a su amiga.

—No me voy a ir a ningún sitio, yo quiero estar con Susana. Me he enamorado —confesó la monja y Luisita abrió los ojos de par en par.

—Voy a por una cerveza que esto se pone interesante —soltó Marina antes de desaparecer rumbo a la cocina.

ConventoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora