Capítulo 3. Santa y pura

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—¡Niña, esa boca! —Sentí que me daban una colleja.

Al comprobar que la profe buenorra de Catalina, compartía cuerpo y alma con Sor Amelia; espeté aquel «hostia puta» sin que la idea pasara por montaje.

—¡Me cago en Dios! —Protesté sin pensar donde estaba mientras me frotaba la zona.

—¡No se blasfema en presencia de Nuestro Señor! —dijo la monja que me había recibido al llegar.

—Vaya hostia le has arreao, Sor Benigna, ¡ni las del Padre Emilio! —soltó la Hermana Esperanza.

—¡Joder con las monjas! Están en todo —murmuré para mí.

—Discúlpate —ordenó Sor Benigna.

—Perdón, mi Señor. —Junté las manos, miré al cielo a modo de súplica y todas las monjas se santiguaron.

—Seguro que te ha escuchado —me aseguró la hermana Milagros frotándome el hombro a modo de consuelo.

—Espero que me perdone el jefe, que me viene muy bien el trabajo —contesté con ironía y ella asintió risueña. 

—Bueno, ¿alguien me explica quién es esta muchacha? —inquirió Sor Benigna.

—Mire, hermana —le contestó la monja de la petaca. —Esta chica es la que llamó ayer por el anuncio de la radio. ¡Por fin podré leer el evangelio en mi pequeña sección, que se me están amontonando las lecturas!

—¡Claro! Si hablamos ayer por teléfono. Perdóname, hija, que entre tantas medidas para los huesitos, los huevos para las yemas... Tengo la cabeza en las nubes —se disculpó.

—¡Anda! ¡Cómo nuestro señor! —exclamó Milagros inocentemente.

—Hermana Esperanza, no tenga prisa, que aún no la hemos contratado. Luisa, ¿no?—me preguntó sonriente Sor Amelia.

—Luisita o Luisi, pero tú puedes llamarme como quieras —conseguí decir tras unos segundos admirando su belleza.

—Encantada, Luisa. Yo soy la Hermana Amelia o Sor Amelia, como prefieras. ¿Me acompañas y vamos a la zona donde tenemos montada la radio? Allí te lo podré explicar todo mejor.

—Sí, Sor Amelia se encargará de la entrevista —comentó Sor Benigna.

—Claro, claro —afirmé. —Yo te acompaño hasta el mismísimo infierno si tú me lo pides —susurré mirándola de arriba a abajo intentando imaginarme lo que había debajo del hábito.

Comenzamos a andar las dos solas, en silencio, mientras escuchábamos cómo cuchicheaban las otras monjas de fondo. Llegamos a otra estancia del convento y Sor Amelia abrió la puerta invitándome a pasar.

—Aquí es donde tenemos la radio —explicó señalando los aparatos que parecían bastante antiguos—. Sé que te dijo Sor Beningna que te reunirías con la Madre Superiora, pero le ha salido un imprevisto de última hora y me ha dejado a mi a cargo. ¿Has traído el currículum? —preguntó mientras se sentaba en una silla y me hacía un gesto para que yo hiciera lo mismo.

—La verdad es que no —negué tras tomar asiento. —Ayer Sor Beninga me dijo que no hacía falta porque era la única que había llamado —le expliqué sin apartar la vista de sus ojos.

—Ya, Luisa. —Nunca escuchar mi nombre de pila me había puesto tan cachonda—. Pero nosotras necesitamos saber la experiencia que tienes porque la Hermana Adolfina se marchó, y nos dejó con una mano delante y otra detrás. Fue la que fundó la radio y entendía del tema. El resto no tenemos ni idea. —Continuó hablando pero yo no había prestado mucha atención desde que le había escuchado decir mi nombre—. ¿Luisa?

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