Capítulo 2. ¡Hostia puta!

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Me desperté temprano, estaba nerviosa por la entrevista y, además, tenía que llevar a mi hermana pequeña al colegio. Catalina tenía siete años y había empezado segundo de primaria. Salí de la cama, totalmente en contra de mi voluntad, me puse el primer pantalón que encontré y entré sigilosa a la habitación de Marina a robarle una goma de pelo, para hacerme un moño antes de salir de casa.

Me había independizado con mi amiga cuando había encontrado el trabajo en la redacción, y ahora necesitaba algo con urgencia, para no tener que volver al hogar familiar. La idea de dormir entre esterillas, pesas y una cinta de correr, en el gimnasio que habían montado mis padres en mi antigua habitación, no me atraía en absoluto.

—¡Hola, Luisi! —Se acercó mi hermana para darme un abrazo.

—Hola, Cati. —Le dí un beso en la mejilla—. ¿Estás lista?

Mi hermana se llamaba Catalina, pero era un nombre demasiado serio para una niña de siete años. Así que, yo unas veces le llamaba Cati, y otras Lina; aunque a ella no le hacía mucha gracia ese diminutivo por compartirlo con una señora que salía en las películas antiguas del abuelo.

—¡Sí! —afirmó enérgica. —Además, quiero llegar pronto porque mi seño Mercedes se ha ido, y hoy va a venir una nueva —dijo ilusionada.

—Ah, ¿sí? Pues venga, coge la mochila que nos vamos.

Antes de salir de casa, revisé que mi hermana llevase el almuerzo. Cati era tan despistada como yo, y no me equivocaba al querer comprobarlo; se lo había dejado en la cocina.

Nos despedimos de nuestra madre y salimos de allí rumbo al colegio. El trayecto se nos hizo corto. Cata no dejó de contarme todas las aventuras con sus amiguitos de clase.

—No la veo —dijo mi hermana mientras se fijaba en la zona donde siempre hacían la fila.

—Todavía es pronto, además no creo que la seño nueva esté preparada para aguantar a veinticuatro demonios.

—¡Oye! ¡Que yo soy buena! —exclamó la pequeña mirándome con el ceño fruncido.

—Por eso he dicho veinticuatro. —Le guiñé el ojo.

—¡Mira, Luisi, es esa! —gritó Cata mientras tiraba de mi brazo.

—Espera, espera, tenemos que asegurarnos —solté.

Yo lo que quería era ver mejor a esa nueva seño. «¡Joder! Si es que con profes así me están entrando ganas de volver a estudiar y pedir muchas tutorías».

—Luisi, mis amigos ya están en la fila —murmuró la pequeña. —¿Me puedes soltar? —suplicó.

—Cati, una cosa —Me puse de cuclillas para quedar a su altura—. Te doy cinco euros, si hoy en la presentación de tu seño nueva, averiguas su edad, si está casada y alguna otra cosita más, ¿quieres?

—Vale. —Se encogió de hombros.

—Pero esto es un secreto, no se lo vayas a decir a nadie, ¡eh! —Le advertí acercándole el dedo meñique para sellar el pacto.

—Y si averiguo más cosas... —Se quedó pensativa— ¿Me das diez euros?

—¡Vaya con la niña, qué lista! —Las nuevas generaciones me dejaban fascinada. Yo a esa edad no era ni la mitad de espabilada que ella—. Ya veremos, Lina. Ahora corre y acuérdate de la misión. —Ella asintió seria agarrándose a las dos asas de la mochila como si de un agente secreto se tratara.

Mi hermana, al escucharme llamarla así, me dio un puntapié en la espinilla.

—¡¿Qué haces, tronca?! —grité mientras me frotaba la zona. Mi hermana tenía piececitos, pero la tía me había hecho daño.

ConventoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora