Capítulo 15. Alabalo

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—¿Ya has elegido, Milagros? —preguntó Amelia cuando vio a su compañera de habitación en ropa interior, mirando hacia la cama dónde tenía dos prendas completamente estiradas.

—Emmm... —La miró confundida y con dudas. Había jurado guardar el secreto de la fiesta.

—Ahora no te lo pongas, que tenemos que bajar a cenar y no todas estamos invitadas —aclaró Amelia.

Las monjas más mayores, desconocían el evento de la hermana Esperanza, para asegurar que no se terminaran enterando sor Benigna y La Madre superiora, por eso, y porque tampoco estaban para muchos trotes. El sitio del convento donde iban a montar el sarao estaba muy lejos de las habitaciones, el aislamiento de los gruesos muros del convento y la sordera producida por la edad evitaría que el ruido las despertara.

—Ah, ¿pero tú lo sabes?

—Sí, claro, Milagros, hace unos días. Me lo dijo Luisita.

—Ay, por favor, qué peso me quitas de encima. Que a mí me cuesta mucho callarme las cosas, Amelia.

—Solo tienes que aguantar el ratito del comedor —rio.

—Ay, que no sé si voy a poder. Que a mí se me nota enseguida todo en la cara.

—Bueno, no te preocupes, voy a ducharme. Vas a estar guapísima con ese vestido tan bonito —dijo sonriendo.

—¿Cuál? —La miró con ilusión.

—El rojo estampado.

Amelia cogió sus cosas y se fue al baño. La ducha le daría el momento de relajación que necesitaba, como agua de mayo. Se tomó su tiempo, quería aclarar sus ideas después del inesperado encuentro con Luisita. No entendía qué le estaba pasando. ¿Era una locura? Obviamente sí, pero se estaba dejando llevar por lo que le provocaba la rubia. Su espontaneidad, su gracia y la forma en que la trataba le había gustado desde el primer día, por no hablar de que sus ojos castaños y su sonrisa la volvían completamente loca. Nunca se había sentido tan viva, tan feliz, ni tan ilusionada.

Las dos monjas se pusieron el hábito para cenar con el resto de las hermanas, pero se dieron prisa para terminar y volver a prepararse.

—¿Qué te pasa? —preguntó mientras cerraba la puerta.

—Es que estoy muy nerviosa, Amelia —contestó.

—A ver. —Se acercó y se sentó en los pies de su cama—. Cuéntame.

—Pues es que nunca he ido a una fiesta —Agachó la cabeza.

—Yo también estoy nerviosa, Milagros. —Se acercó y le cogió la mano—. Pero nos vamos a tranquilizar y a vestir, que si no vamos a llegar tarde.

—¿Tú tampoco has ido nunca a ninguna fiesta?

—Bueno, sí, pero también estoy nerviosa.

Si tú supieras, Milagritos.

Los nervios de Amelia por esa fiesta no se parecían en nada a los que sentía su compañera. Claro que había estado en fiestas, y claro que no se parecerían en nada a las que había asistido. En esta, corría el riesgo de que lo que empezara a sentir la dejara en evidencia frente alguna de sus compañeras

—¿Qué tiene de especial para ti?

—Pues que... —Dudó—. Nunca he asistido a un cumpleaños de una monja—rio por la mentira que acababa de inventar para salir del paso.

—¿Ni a los de tu tía Maruja?

—Ay sí, a esos sí, pero era mi tía, no cuentan —se excusó para que su mentira no se le viniera abajo. —Aunque también celebramos en familia los de su amiga Silvana. —Se le ocurrió contarle para desviar la conversación de lo que en realidad le alteraba.

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