Capítulo XV: promesas

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Estar junto a Isabel es muy agradable. He venido, junto a Jhonny, cada que hemos podido desde el festival de talentos. Me encuentro sentado en un pequeño sofá para una persona, Isabel se sentó en el brazo de este y se recuesta en mi hombro y el respaldar del sofá, pasando su brazo por detrás de mi cuello. Me siento muy bien con esta cercanía, puedo sentir su calor y ella juega, por momentos, con mi cabello, lo que me encanta.

La plática es muy casual, muy normal entre Isabel, Jhonny, Lissette y yo. Por momentos me pongo a hablar con Isabel y al volver la vista a ella puedo aspirar su aroma con facilidad mientras ella se inclina para responder mirándome a los ojos. Su mirada oscura muy profunda me acelera el corazón levemente y mi respiración se descontrola cuando sonríe estando tan cerca de mí; me gusta y aunque quisiera, dudo poder disimularlo, aún así, ella no ha dicho nada al respecto, quizá ignora realmente lo que me sucede, y parece disfrutar de mi compañía tanto como yo la de ella.

Quizá disfruto más su compañía ahora que es más escasa, pues poco después del festival se ha visto muy limitado lo que puedo hablar con ella, ya que hoy no puedo escribirle y mensajear hasta tarde. Tampoco he tenido mucho tiempo para bajar a la escuela cuando salen y hablar; esto me hace sentir celos de José a veces, pues ella lo viene a ver a su salida. Quizá nunca le diga a ella cuánto me duele ver que prefiera hablar con José que conmigo, en parte porque no quiero que sepa de mis celos, sería tentar mi suerte; y más importante, en cuánto estoy con ella ya no importa nada, no me preocupa nada y pues, es mi cabello el que acaricia, soy yo el que puede sentir su calor y recostarme en sus piernas, soy yo el que la abraza con cariño mientras ella también me abraza; soy yo quien puede recostarse en su pecho y hablar mientras escucho su corazón. Soy yo quien tiene su cariño y eso hace que nada importe, que lo único que piense sea disfrutar su cariño lo más que pueda.

¿Y cuando no estoy con ella? Estar con ella y sin ella son cosas tan diferentes que me parecen mundos totalmente ajenos. Trato de acostumbrarme a estar sin ella, después de todo, es lo único que puedo asegurar, ella tiene a Carlos. Aún consciente de esto, es muy difícil estar lejos de Isabel, pero he tratado de llenar esos vacíos.

He estado hablando mucho con Michelle este tiempo, platicar con ella atenúa mi dolor de estar lejos de Isabel. Algunas veces viene a saludarme mientras Isabel está donde José y, por otro lado, se contiene de esto las veces que Isabel está hablando conmigo. También me ha visitado durante días sin clases, uno de esos días hablamos por horas e incluso me recosté en sus piernas, ya existía ese nivel de confianza entre nosotros, y ella jugó con mi cabello. Ese día llovió, dándonos más tiempo de hablar, y al final terminé acompañándola a su casa, con una sombrilla, claro.

La última vez había llegado a mi casa con un hermoso vestido azul que mencionó y le pedí usara. Debo admitir que tengo una debilidad por los vestidos y el de ella no era excepción; un vestido sobre la rodilla, azul claro con decorados de colores celestes y blancos; un escote cerrado; sin tirantes y solo con un reborde fruncido debajo de los hombros que se extendía sobre el pecho. El vestido marcaba su figura esbelta, generando unas curvas poco pronunciadas pero atractivas; el área descubierta permitía ver su cuello y poco más que su clavícula de un color de piel claro.

Su pelo castaño estaba dividido en una delgada trenza que recorría, de un lado al otro, por detrás de su cabeza, sobre el cabello suelto y semi colocho. Traía unos tenis muy en desacuerdo con el vestido pero ¿Podía esperar que combinara sus zapatos? Creo que el ponerse un vestido era ya una muestra de cariño enorme, sabiendo que lo había hecho solo por mí.

Ese día me sentí tan bien, me sentí feliz, me sentí vivo, aún lejos de Isabel, al menos un momento. Hablamos durante horas, como siempre, sin ningún problema. Ella es tan linda conmigo, aún con su frialdad implícita, es muy dulce, sobre todo con actos como el de ponerse un vestido solo por complacerme. La quiero.

— Alexis — me habló Isabel — ¿Puedo hablar contigo? — parece preocupada.

— ¡Claro! — asentí rápidamente, pero tengo miedo.

— Vamos a fuera — me dijo levantándose y caminando hacia la puerta y se situó justo después del marco de la puerta.

— ¿De qué quieres hablar? — trato de sonar despreocupado al hablar estando ya frente a ella.

— Es que... — no me mira a los ojos y eso me preocupa — ... has estado hablando con Michelle ¿No?

— ¡Ah! — no me lo esperaba — Sí, he estado hablando con ella ¿Por qué? — no estoy seguro de oírme tan despreocupado como quiero.

— Es que... quiero que me prometas algo.

— ¡Claro! — ¿Por qué no me miras a los ojos? — ¿Qué quieres que prometa?

— Ya viste cómo terminó José, muy dolido y con el corazón roto por estúpido — la frustración en su voz es palpable —... Prométeme que tú no terminarás así.

— ¡Ah! Eso, no te preocupes, Isabel — si supieras que te amo a ti.

— ¡Hablo en serio! No quiero que tengas nada con ella — al fin me mira y encuentro una mirada llena de dolor y suplica — ¡No soportaría volver a verte como te vi por culpa de la Alicia!

— Isabel — está preocupada por mí, porque me quiere, porque le importo —, no te preocupes — coloco mis manos en su hombro y sonrió —, no pasará nada entre Michelle y yo.

— ¿Seguro? — sus ojos son una súplica llena de dolor — es que... no te quiero ver con el corazón roto de nuevo.

— Tranquila, no lo harás, no me verás con el corazón roto — tú y solo tú tienes mi corazón, pienso en mis adentros pero desecho el pensamiento antes que me afecte —. Te prometo que no pasará nada. Tranquila ¿Sí?

Ella asintió aún con una súplica en su mirada y yo la abracé. De nuevo puedo sentir un abrazo lleno de preocupación y cariño, un abrazo protector; un abrazo al alma, al corazón.

Poco después de esta charla, llegó la hora de irnos con Jhonny, Isabel volvió abrazarme con mucho cariño y preocupación, haciéndome sentir como solo ella puede. — Tengan cuidado — fue lo último que dijo, esperando nuestra promesa de tener cuidado, la cual hicimos.

Aún en la última mirada que intercambiamos pude ver esa súplica en su mirada, esa necesidad de que cumpla mi promesa.

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