Capitulo XXXIV: cena

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Toqué a la puerta y me hicieron pasar, hablé un poco con la mamá de Isabel, mientras Isabel buscaba unas sandalias para llevar en lugar de los tacones; hablamos sobre la graduación, sobre el discurso, sobre el discurso de José para el que no estaba preparado, sobre mi oración y mi pequeño error; mientras tanto, Diego estaba sentado a mi lado solo escuchando. Cuando Isabel salió hablamos los tres, unos minutos más, y luego tuve que forzar el fin de la conversación.

Luego de prometer regresar a salvo a Isabel y despedirme, emprendimos el camino a mi casa con tranquilidad. ¡Cómo disfruto caminar con Isabel! Antes de llegar a la pasarela mi madre me llamó, para decirme que ya casi estaba la comida, así que debíamos caminar un poco más rápido; hice a Isabel tomar mi brazo y a ella no pareció molestarle; ojalá la haga feliz. Cuándo llegamos a la pasarela odié no ir solos, porque sentí la electricidad, sentí el deseo de besarla, pero nadie puede vernos, y mi hermano le contaría a todo el mundo.

Ya en casa procedí a presentar a todos con Isabel, que claramente estaba nerviosa pero, aún así, fue muy amable con todos e inclusive platicó con algunos. Al momento de cenar, no podía ser de otra forma, pedí que se sentara a mi lado. Isabel está nerviosa e incómoda, y como no estarlo, con tanta gente desconocida, con tantos familiares míos; come lentamente y de forma muy educada, yo la veo y río ligeramente, porque se que ella no come así normalmente.

Es un sueño hecho realidad que esté aquí, a mi lado, con toda mi familia; es la primera chica que podré decir traje a una cena familiar, y con cuánta familia: está mi tío Daniel, que casi obligó a que se diera esta cena, mi tío Rogelio y su esposa, mis primos, mis primas, el bebé de mi prima, mis padres y mis hermanos.

Mientras comemos mi tío bromea diciendo «y justo quedó a su lado, sin pedirlo, tuvo el puesto de honor», refiriéndose a Isabel, quien se sonrojó y siguió comiendo, el resto reímos un poco y seguimos comiendo.

Entre bromas y pláticas terminamos de comer Isabel y yo, entonces me llevo los platos, y luego salgo con ella a la parte de enfrente de la casa, donde hablamos con tranquilidad. Luego de hablar con Isabel unos minutos, me llamaron dentro, entonces me levanté y le pedí a Isabel que me acompañara y así lo hizo. Ya adentro mi tío Daniel me felicitó por graduarme y me animo con respecto al futuro que viene, luego caminó al patio y cuando regresó traía un regalo ¡Y qué regalo!, ¡Me traía una guitarra nueva! Con emoción la recibí y agradecí a mi tío por ella, luego volví a salir para poder tener un poco de silencio y afinarla; ya afinada toqué una melodía que Isabel reconoció, era una canción que me había dedicado: «con la cara en alto».

— ¿Cómo la debería llamar? — le pregunté a Isabel.

— ¿A la guitarra?

— Sí.

— Amm, no sé — contestó —, ¿qué tal... «guitarra»? — dijo lo último haciendo un arco con sus manos.

— Buena idea — reí un poco —, pero quiero un nombre real.

— Umm — pensó — ¿Nina?

— Perfecto — sonreí —, será Nina.

— ¿Seguro? Es tu guitarra.

— Muy seguro, me encanta.

— Está bien entonces — dijo ella.

— Ahora cuando la toque pensaré siempre en ti — dije con ternura y ella me sonrió con dulzura. —. Creo que ya es hora de ir a dejarte.

— Sí, creo que sí — contestó ella.

Entré y dejé a Nina en mi cuarto, luego le avisé a mi mamá que iría a dejar a Isabel y me volvió a hacer llevar a mi hermano menor. En cuanto salimos noté que ya estaba helado, porque está de noche, así que Isabel sentía frío con su vestido sin mangas; me quité la camisa manga larga, pues tenía una camiseta blanca debajo, y se la ofrecí a Isabel; ella se envolvió con mi camisa azul y noté que incluso la olió ligeramente.

— ¿No te dará frío a ti? — me preguntó

— No, tranquila — respondí con una sonrisa.

Mi camisa luce enorme para ella, pero me encanta verla así.

En la pasarela se repiten las sensaciones, los deseos, pero también se repite que mi hermano vaya con nosotros. Continuamos hablando hasta su casa, entre esas pláticas le traté de contar sobre la excusa que di a mi madre con respecto a no invitar a Michelle, pero los nervios no ayudan y creo que hubo un malentendido, por mi culpa, que no me dejará aclarar hoy, pero mañana la veré en la entrega de medallas y aprovecharé de explicarle con calma. Continuamos hablando hasta llegar a su casa, donde saludé a su madre y luego me despedí de Isabel, que, con cierta tristeza en la mirada, me devolvió mi camisa. Oh, Isabel, ojalá perdones a este tonto, sé que tu tristeza no solo es por separarnos, sino por la confusión, pero de eso tengo que encargarme mañana porque hoy no tenemos tiempo.

— Cuidado — susurra ella y me conmueve. ¿Como no tener cuidado, con la promesa de volver a verla?

— Lo tendré — sonreí y la abracé una vez más —. Hasta mañana.

Como me entristece soltarla ahora, pero la veré mañana; además, ahora mi camisa tiene su olor y, desde que me la vuelvo a poner hasta llegar a mi casa, disfruto mucho de saber que ella usó mi camisa por unos minutos. En mi casa ayudo con la limpieza de todo y luego todos vamos a dormir.

Amor y Amigos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora