Parte 6

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Ese día yo llevaba un rato buscando a Ari. Había rastreado por todos los rincones donde ella solía ir, pero esta vez no estaba. Entonces seguí buscándola más lejos, y más lejos cada vez. Estaba la espesura del bosque, nunca habíamos llegado tan lejos. Ni se nos ocurría. Y esta vez, de tanto caminar me encontré delante del bosque y luego me metí dentro sin darme cuenta. Buscandola.

Repetía su nombre y seguía avanzando. Era difícil, cada vez estaba más oscuro y más espeso, pero yo seguía caminando. Tienes que entender que yo habría seguido hasta el final. Si hubiese tenido que cruzar todos los bosques del mundo, si hubiese tenido que arrasar, si hubiese tenido que arrancar todos los árboles uno por uno para encontrar a Ariana, lo habría hecho. Es importante que lo comprendas.

Me encontró ella. Como siempre. Apareció de golpe, estaba delante de mí, pero no se echó a reír. No, esta vez no se reía. Su vestido rojo estaba rasgado y tenía varios rasguños en su cuerpo, yo habría querido lamerselos para curarla. Sus ojos estaban aterrados. Vacíos. Sin vida.

Se llevó un dedo delante de la boca y me hizo señas para que la siguiera. Agarré su mano y ya no la solté. Así me condujo hasta la casa del diablo. En pleno corazón del bosque. Era una casa de verdad. Una cabaña de madera, muy pequeña,

La rodeamos procurando hacer el menor ruido posible. En la parte de atrás había una cuerda enrollada entre dos troncos de árboles y varias cosas que colgaban de ella. Primero pensé que eran murciélagos, pero luego me fijé y vi que eran ardillas.
Había una docena de ardillas colgadas por las patas traseras. Despellejadas.

Me aterró y solo quería salir de ahí, no entendía porqué Ari me seguía arrastrado de la mano conduciéndome más cerca de la cabaña.

La puerta no estaba cerrada con llave. Sólo tuve que empujarla un poco para que se abriera.

Asomé la cabeza en el interior. Tuve la impresión de que estaba vacía; había demasiada oscuridad para ver nada. Di un paso corto. Ari estaba pegada a mí y creo que hasta oía latir su corazón, o puede que fuera el mío.

Y luego mis ojos se acostumbraron y empecé a ver en la oscuridad. Vi una especie de colchoneta en el suelo, con varias mantas encima.

Eso fue todo lo que conseguí distinguir.

Después de eso vino el grito. Me atronó en las orejas y la cabeza entera. Lo que había en la colchoneta no eran mantas, era Ari, o lo que quedaba de ella, la falda de su vestido rojo estaba completamente rasgada y se derretía en estado líquido sobre sus muslos. Estaba inerte, pálida. Sin vida.

Miré a mi derecha donde Ari se había aferrado a mi brazo, me dio escalofríos descubrir que nadie sostenía mano.

Volví la mirada y ahí vi los ojos rojos en la oscuridad. En el rincón más alejado de la cabaña, el más oscuro, sólo había esos dos ojos, que parecían flotar solos en medio del vacío.

Estaban clavados en mi. En ese momento supe que era el diablo.

Escapé a todo correr. Corrí, corrí y corrí No sé si me siguió o no pero no dejé de correr hasta llegar a casa, mi corazón ardía amenazando con romper mi pecho. Me dolían los pulmones, me dolía la garganta, me quemaba de tanto correr.

En un momento resbalé y me caí de cabeza contra una piedra, hiriéndome justo encima de la ceja. Había sangre, pero no noté el dolor. Me volví a levantar y seguí corriendo.

La segunda vez que vi al diablo fue la última. Pero esta vez fui yo quien lo buscó.

Por mucho que me tape las orejas, todavía oigo el grito de Ari. Dentro de mi cráneo hay un ruido y es mejor que el silencio. Es mejor que nada. Ya lo ves, ella sigue aquí. Está conmigo. No me ha abandonado. Cojo su manita en la mía y la aprieto muy fuerte. La sujeto bien. Estamos siempre juntos los dos...

El reloj da las once.

Medianoche.

He crecido.

Mis brazos y mis piernas son más largos. La cama es más estrecha. Ari tarda en llegar. ¿Qué es lo que no me acuerdo de decir?... ¡Ah, sí! Desde luego que el diablo existe! Yo lo vi.

Yo Susurraba su nombre, la buscaba por todas parte, como cuando jugábamos a perdernos ¿Ves lo que pasa, Ari, cuando nadie responde? Da miedo. Es un juego cruel e idiota.

Dan las horas. El silencio es lo único qué hay

Estoy en mi cama y espero a que ella venga. Tarda en venir. O a lo mejor es que está jugando todavía a ese juego que odio. Juega a que se pierde; saldrá en cualquier momento delante de mí, aparecerá dando un salto y riendo como una loca.

Hazlo.

Esta vez te esperaré. Te lo prometo. Estoy aquí, ya lo ves. Te espero. Ya no corro más. Puedes pedirme lo que quieras, y lo tendrás. Puedes llamarme. Puedes gritarme, puedes susurrar mi nombre en secreto al oído del diablo, si quieres. Hazlo. Ari, mi Ari, llámame.
Te contestaré. Te esperaré. El diablo ya no me da miedo porque al diablo me lo comí yo.


***

Petirrojo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora