Eduard eran aficionados a escribir. Se confesaba al escribir, era liberador para el, pero había un propósito aún más profundo para hacerlo, el Estaba obsesionado con nunca olvidar, con perpetuar, por eso escribía, por eso el pendulo de movimiento perpetuo, como un símbolo de un tortura que nunca se detiene, de ese constante sentimiento de culpa y coraje que lo invadía, el sonido inmortal era su forma de decir que aunque el tiempo avanzara nunca se borraban las cicatrices, nunca acababan las pesadillas y fantasmas de dolorosos recuerdos que lo acechaban en madrugadas frías, que aunque el tiempo avanzara su propósito de venganza sería eterno.Eduard me dejó entrar en su mundo a través de sus cuadernos y descubrí Que era un manojo de traumas del pasado. Traumas mal procésados que habían crecido hasta convertirse en bestias enjauladas en su pecho que rugían por salir, Desgarrando, arañando desde adentro
A los pocos meses de haberse mudado en la cabaña, Eduard convenció al dueño de comprarle la propiedad, fue una sorpresa cuando él apareció con las llaves, porque ese se había convertido en mi segundo hogar, en nuestro hogar.
El propósito de Eduard era reformarla y hacerla nuestra, que tuviera nuestra esencia, fue por eso que nos pusimos a trabajar juntos para hacerla más acogedora.
La cabaña comenzaba a parecer nuestra, con nuestra decoración, y el exquisito olor de Eduard por todas partes, era nuestro escondite ahora, y decimos Eduard todo buen escondite tiene que albergar nuestros tesoros, por eso me pidió que llevara lo que más atesoraba. Hicimos un lugar especial para ello, casi como un altar. Él puso sus cuadernos negros, y el péndulo con bolas de metal que marcaban como un reloj personal los eternos minutos de nuestras conversaciones interminables.
Por mi parte, llevé mi colección de libros de poesía, que solíamos leer por las noches, cuando arrastrábamos las cobijas a nuestro castillo de sabanas y leía para él a la luz de la chimenea.
Mientras arreglábamos nuestros tesoros Eduard sacó una tijera, era la primera vez que veía duda en sus ojos. Pero no tuvo que decírmelo, sabía lo que quería, tomé las tijeras de su mano y elegí un mechón de mi largo cabello que caía en hondas hasta mi cintura. Le entregue el rizo, el brillo en sus ojos era fascinante al estudiarlo sobre su mano, lo acarició con su pulgar con tanta suavidad como si se trataba de la criatura más frágil y hermosa del mundo, cuando abrió su cofre para depositarlo, vi por primera vez lo que guardaba dentro, un único rizo tan rojizo como el mío. Eduard lo guardo con mucha delicadeza, totalmente satisfecho de comprobar que ambos eran del mismo tono.
Por las tarde después de su trabajo, pasaba por mí al instituto y avanzábamos en la reforma de nuestra cabaña. Yo ocupaba de sembrar flores que crecían trepando los cimientos de cabaña mientras Eduard avanzaba con la pintura, pronto teníamos una bella cabaña de color blanco rodearás a de dulces floreces.
No podíamos estar más orgullosos.
Una tarde en particular, hacía un clima caluroso, Ed se había quitado la camisa y había salido afuera porque construía un estante de madera para mis libros, vestía únicamente un par de jeans que colgaban de sus delgadas caderas. Trabajaba, martilleando la madera, muy concentrado, yo me había dado a la tarea de regar mis flores.
—Te ves hermosa cubierta de tierra, Flo. —habló Eduard, rápidamente mi mirada fue hacia el, lo encontré observándome detenidamente. No me había dado cuenta, llevaba únicamente un over all sobre y mi bra, algo de tierra había caído por mis hombros. El sonreía dulcemente, en esas tardes sencillas era cuando yo deseaba hacer un trato con el tiempo y para poder detener ese momento, y vivirlo una y otra vez, y seguir siendo una pareja normal y feliz para siempre.
Eduard era un chico muy dulce, era increíble que esos ojos azules, pudieran ser lo último que algunos hombres miraran antes morir.
Hubieron señales, por supuesto que lo hubieron, pero uno las prefiere ignorar, solo uní las piezas tiempo después, porque yo no lo quería ver en ese momento, porque algunos aspectos de Eduard prefería ignorarlo, concentrarme únicamente en lo dulce que él era.
Al limpiar la tierra de mis hombros, descubrí un hematoma, al pasar mis dedos sobre la zona dolió, tragué grueso porque lejanos recuerdos vinieron a mi mete, empujé los recuerdos y me concentre en seguir limpiando mis flores.
Eduard me observaba mientras dormía.
Lo sabía, lo sentía.
Y no sé qué oscuros pensamientos pasaban por su mente pero solo deseaba pensar que le gustaba verme dormir.Él me había succionado con sus labios, lo recordé como un vago sueño lejano, pero el moretón estaba ahí, no fue un sueño. Ed de verdad me beso mientras dormía. Besó mis hombros succionando con fuerza.
Recordé que el dolor me hizo despertar, me llevé una mano al hombro mirándolo con reproche y algo confundida en medio de mi somnolencia.
Un par de ojos vacíos que desconocí me devolvieron la mirada, sin expresión alguna. Él seguía acostado a mi lado con una mano reposando sobre mi cintura, analizando mi reacción.
—¿Ariel?...¿donde está...? —atiné a decir.
-Oh. No lo sé, perdido en algún lugar de su oscuro bosque, supongo. —respondió, al tiempo que estiraba su cuello hacia un lado, como si sintiera su cuello entumecido y doliera. Un claro tic de Ariel.
Frotaba mis ojos terminando de despertar, cuando lo sentí besar mis labios, la mano en mi cintura comenzó a entrar a mi camisa, acariciando mi piel desnuda. Como si no hubiera pasado nada.
Retrocedí y lo alejé de mi, empujándolo por el pecho.
—¡No! —le dejé en claro, y salí de la cama.
Él se tumbó rendido y me miró con aburrimiento mientras yo salía de la habitación.—Aquí Podemos ser libres, Flo. —habló Eduard cuando me notó ausente, sus palabras me trajeron de vuelta a la realidad. Dejó el martillo a un lado y se acercó a mi con un repentino entusiasmo, y una sonrisa traviesa en los labios. —Aquí podemos ser tan libres como los petirrojos que vuelan despreocupados y tan felices como los ruiseñores, que cantan sin tener motivo.
Aquello me confundió.
Ed Alargó una mano invitándome a ponerme de pie.
—...¿me concedes esta pieza?
Dudé, entre divertida y confundida, tomé su mano y al segundo siguiente me tomó por la cintura acercándome a él, sonriendo, comenzó a bailar lentamente.
—¿que canción bailamos? —pregunté, disfrutando de sus movimientos y su cercanía.
Eduard se movía lentamente, al compás de una suave balada.—El mundo nos considerará locos por bailar solos, pero sencillamente no pueden escuchar nuestra música. —repuso, haciéndome girar lentamente.
—¿debería acercarme más a ti para escuchar la canción que suena en tu cabeza?. —cuestioné, bromista. Coloqué mis brazos al rededor de su cuello, moviéndome con el.
—Escucha. —pidió,elevó la mirada hacia la copa de los árboles, que eran el hogar de muchas aves, que regresaban para dormir sus siestas, lo escuchaba ahora, ellos cantaban animosamente, todos regresaban a las ramas, a su hogar, y sus cantos que se unían formando una hermosa sinfonía.
Volví mi mirada a él, seguía observando la melodía de las aves, pero yo lo observaba a él, solo pude besar su bella sonrisa.
¿Como podía ver yo a un monstruo? No, el era más que eso, y me demostró que no necesitábamos nada más que a nosotros para ser felices, en las cosas sencillas, como un baile en medio de la cabaña al compás de la melodía de las aves.
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Petirrojo
Mystery / ThrillerFlorence está obsesionada con el asesino serial apodado Petirrojo, lee sobre él en foros de misterio, su forma de actuar es fría, calculadora es inteligente y escurridizo, su firma personal: un petirrojo que dibuja con la sangre de sus víctimas. La...