Parte 15

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Detective Arauz


Cuando me contaron de  la captura de Ariel J. Preston me quede completamente atónito, no podía creerlo, jamás ni en mis sueños más rebuscados habría imagino que estaría a menos de cinco kilómetros de distancia de él, era lo más cerca que había estado de atraparlo nunca y ni siquiera sabía que él seguía en el tranquilo pueblo de Middleton. Cuando me trasladé a Middleton luego que encontraron la atroz escena en la choza, asumí que Ariel Preston estaría ya muy lejos de aquel lugar, como solía hacerlo. Esta había sido mi primera victoria en años, el tablero para mi había estado por años en desventaja, desde que me asignaron el caso de Ariel nunca estuve verdaderamente cerca de atraparlo, pretendía estarlo, pero solo conocía la ruta que iba haciendo por el rastro de sangre que dejaba a su paso, y este rastro lo dejaba a propósito, como una pequeña carnada, iba dejando caer pequeñas piezas de un puzzle más grande, alimentando mi curiosidad, invitándome a seguirlo en su juego diablolico.

Yo no era para Ariel más que otra de sus piezas que él movía como deseaba, y vaya que lo conseguía, yo había dejado atrás mi vida por llegar a obsesionarme con resolver este caso y la primera vez que anoté fue para ganar.

Pronto descubriría que no había ganado nada, que sencillamente él se había aburrido de su juego y decidió terminarlo, hasta el último momento Ariel lo tuvo todo controlado, hasta su captura la planeó él.

Pero por el momento sólo podía concentrarme en que lo teníamos. Eso era lo único que importaba, el cómo ya no importaba.

Lo habían capturado en pleno acto en un motel de carretera, estaba planeando huir, y esta vez llevaba compañía.

Entré a la sala de interrogación sin poderlo creer, estábamos frente a frente después de mucho tiempo.

Vestía totalmente de negro estaba esposado de muñecas y pies, de las esposas de sus muñecas salía una cadena que lo sujetaban a la mesa.

Aún así sonrió con su elegancia tan personal al verme entrar, fue una sonrisa burlesca.

El brillo de la satisfacción brillaba en mis ojos. Quería sentirme orgulloso, quería darle esa mirada y decirle: te tengo.

Se acabó Ariel.

Tu juego se acabó, yo gané.

Pero aún esposado no tenía la mínima apariencia de parecer derrotado. Me miraba con burla sabiendo que era él quien me había dado esta victoria y si algo debía hacer yo era agradecerle.

Me senté frente a él y continuamos viéndonos en silencio.

Ariel fue el primero en abrir la boca

—Buenos días detective. —dijo.

Ariel se había convertido en un joven muy alto y aunque delgado, lucia fuerte, no había cambiado en casi nada, su rostro un poco más pálido tal vez, y la pequeña cicatriz encima de su ceja un poco más visible.

La última vez que había visto a Ariel era un niño, y lloraba. Pero aún en medio de esas lágrimas silenciosas ya brillaba el odio en su fría mirada azul.

—Buenos días, Ariel. —le devolví el saludo en el mismo tono frívolo, y sarcástico.

El escrutó mi rostro atentamente, yo sabía que apariencia tenía, había pasado todo el día y toda la noche en esa choza analizando el regalito que Ariel había dejado ahí, y conducido toda la madrugada para llegar a este pueblo, tenía ojeras por no dormir bien en meses pero me sentía más energético que nunca.

—Así que aquí estamos otra vez después de mucho tiempo. —continuó hablando Ariel, en su tono afilado. —¿Qué tal está Inés, y los niños? ¿atrapan muchos hombres malos como su padre?

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