Estábamos uno frente al otro, mirándonos, inmóviles.
La cara de aquel hombre encapuchado reflejaba sorna y malicia mientras que mi cuerpo se debatía entre la frialdad del shock y la ardiente angustia.
—Y bien... ¿Has hecho lo que te ordené?— me dijo él con cansancio.
No hablé, solo le tendí la pequeña caja de madera con manchones de sangre.
Mi brazo temblaba a pesar de que ponía todos mis esfuerzos por que no ocurriese.
Él cogió la caja con rapidez, llevándose consigo todos los recuerdos bonitos de mi familia para que mi mundo se oscureciera con un suspiro.
Quise estirar de nuevo el brazo y coger la caja, pues era lo único que me quedaba. Pero sabía que aquello solo complicaría todavía más las cosas.
Quería llorar, la ansiedad aplastaba mi hormigueante cuerpo.
El hombre encapuchado abre la caja y, como si fuera el tesoro más valioso, suelta una carcajada que estremeció los árboles que nos rodeaban.
—¿Los has matado?
Su descarada felicidad desapareció con esa única pregunta.
No quería que la realidad me golpease de aquella manera tan temprano, mis palabras no querían formar aquella frase.
Suspiré hondo y simplemente asentí.
Pero aquel hombre solo ansiaba regocijarse en mi sufrimiento.
—En voz alta, quiero escucharlo— me dijo.
—Les he matado— respondí a pesar del peso de mi corazón.
Él sonrió y acarició las palmas de sus manos como signo de victoria.
—¿Dónde está ella?— pregunto, sabía que solo necesitaba su abrazo para saber que todo aquello había valido la pena.
Él volvió a sonreír.
Odiaba aquella sonrisa.
Hizo un gesto al aire, había tranquilidad en sus lentos movimientos.
Mi mujer, de cabello apagado y ojos tormentosos, aparece en la escena. Sus pasos son débiles y su vestido está manchado con ceniza y tierra.
Corro a sostenerla entre mis brazos en cuanto noto que tambalea, provocando las carcajadas del villano que nos miraba desde arriba, como un ser omnipotente.
Ella me mira directamente a los ojos y sin vocalizar absolutamente nada, como si pudiera sentir el dolor que le habían hecho pasar.
Quise hacerlo y armarme de valor para poder acabar con la vida de aquel hombre, pero solo fui capaz de imaginarlo.
Le estreché entre mis brazos en un cálido abrazo que no llegó a calar en su corazón.
—No te preocupes— me dijo con sorna— está mejor de lo que estará.
Le fulminé con la mirada, no era capaz de asimilar lo que acababa de decir.
—He hecho lo que me has pedido— respondí, con ella todavía entre mis brazos.
—¿Crees que soy tonto?— dijo enfurecido.
En ese preciso instante, mi novia comenzó a retorcerse de dolor y a clavar sus uñas en mi piel. No era capaz de entender que estaba ocurriendo hasta que él sonrió.
La había convertido en un demonio para tenerme vigilado.
Quise llorar pero no me salían las lágrimas.
—En realidad no me importa que tu hermano siga vivo— confesó y ella cayó dormida— pero has desobedecido mis órdenes y eso trae consecuencias.
—¿Qué demonios quieres de mí?— alcé la voz para mirarle con desprecio.
Se acercó como respuesta y posó su mano en mi barbilla.
—Más de lo que te imaginas... Tengo tantos trabajos para ti con los que me puedes compensar...— volvió a hacer otra pausa— a no ser, claro está, que mates a tu hermano. Si haces eso te perdonaré.
Mis labios se tornaron en una mueca de angustia que me culpaba de absolutamente todo lo que había pasado.
Bajo mi mirada para encontrarme con el angelical rostro de mi mujer durmiendo entre mis brazos. La abrazo fuerte para recordarme a mí mismo que había cumplido mi misión.
—¿Si hago lo que me dices le dejarás tranquila?
Él solo asintió.
Acaricié su mejilla como si llevara años sin hacerlo, bañando su rostro entre lágrimas.
—Entonces lo haré.