Capítulo 25. Adiós.

2 0 0
                                    

Mis piernas apenas quieren avanzar más a pesar de que tengo que llegar a aquel campo cerca del lago.

Me siento cansado.

Mis lágrimas resbalan por mis mejillas, cristalinas como tus ojos.

No quiero recordar aquel rostro lleno de dolor que me habías mostrado las últimas veces que te vi.

Solo quería volver a escuchar tu dulce y cariñosa voz diciéndome que fuera contigo a la cama, tus cálidas manos acariciando mis mejillas y la alegría que transmitían antes de aquella tormenta.

No podía aún creerme que ya no estabas, a pesar de que te tenía tan cerca.

Los árboles lloraban hojas que caían bajo mis pies, crujiendo de dolor con cada paso que avanzaba.

Caminaba lento porque lo que más me pesaba era que tuvieras que acabar así.

Por mi culpa.

El claro aparece frente a mi, el árbol donde siempre nos sentábamos a mirar las nubes da la bienvenida con tristeza.

Ya había dejado el material posado en las raíces donde nos acurrucamos con anterioridad.

Me detengo frente al lugar. El surco ya estaba cavado, solo faltaba el cuerpo.

Te miro por una última vez, entre mis brazos. Todavía me acuerdo aquel día que deseé esto mismo: Tenerte entre mis brazos durante toda la vida.

Ahora me arrepiento de todas y cada una de aquellas palabras.

No deseaba esto, jamás podría haberlo deseado.

Mis lágrimas caen en tus mejillas y me apresuro a limpiártelas.

—Siento que me tengas que ver llorar.

Te poso con cuidado en las raíces del árbol y no puedo evitar pensar en lo guapa que estás, a pesar de que tu piel porcelana ahora estaba quebrada.

El vestido que te pusiste en nuestra primera cita te quedaba incluso mejor que aquella vez.

Sonrío entre mi lamento, de verdad te amaba.

Te sigo amando.

Bajo al hoyo mal hecho que iba a ser tu cama a partir de ahora.

Odiaba tener que enterrarte sin ataúd, no te merecías aquello.

Aunque pensándolo bien, tú misma escogerías no tenerlo si te dieran la opción a elegir.

Siempre eras tan simple, tan conformista...

Pero merecías más, mucho más de lo que te he dado.

Desde el fondo te acerco con cuidado y te poso sobre el lecho de mantas con las que nos tapábamos los sábados mientras veíamos películas.

No quiero engañarte, en aquel lugar cabían dos personas.

Pero si yo dormía abrazado a tu lado nadie podría taparnos para que no tuvieras frío bajo aquella gélida noche.

Te beso la frente, a sabiendas que sería la última vez porque ni siquiera en mi descanso podría verte nunca más.

Tu estarás en un lugar y yo iré al otro.

Era un adiós.

Salgo de la tu lado y cojo la pala.

Me acerco al montón de tierra y, aunque mis manos tiemblan nuevamente, cojo el primero montón de tierra.

No quería decirte adiós.

La tierra empieza a cubrir tu cuerpo entre mi llanto y mi vacío interno.

Tuve que detenerme un par de ocasiones, la ansiedad me dominaba por completo.

Sentado en las raíces, mirando el cielo y llorando tu muerte. Si alguien me lo hubiera dicho jamás le creería.

Pobre ingenuo, no era consciente de todo lo que me esperaba.

Pero era verdad, lo estaba viviendo.

La tierra te sepulta por completo y dejo de verte.

Coloco las flores que había preparado para plantar en aquel lugar justo encima de la tierra todavía blanda.

Presiono para que se fijen y me siento exhausto, no por tener que hacer una tumba, pues había enterrado a más personas de las que era capaz de recordar, pero jamás me hubiera imaginado cavando la tuya. Y eso me agotaba y desgarraba internamente.

Miro lo que tendría que haber sido nuestra tumba y lloro, no puedo dejar de hacerlo.

Las estrellas me miran desde lo más alto e intento imaginar que eres una de ellas.

—He tardado, cariño, pero por fin tienes el jardín de flores que tanto deseabas.

DOS VIDASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora