Capítulo 15. El viento y el lobo.

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-¡Una carta!- exclama el muchacho mientras corre hacia el porche.

El niño levanta el objeto al aire, agitándolo con ilusión mientras hacía crujir la madera del interior de la casa.

Era como un torbellino de ilusión que rompía todo a su paso y lo convertía en polvo de estrellas.

Su hermano le esperaba con una sonrisa en una de las tres sillas que se encontraban en el porche trasero de la casa, admirando el enorme lago que descansaba frente a él y crea un aura mágica con luces danzantes.

Él ya sabía que había una carta, como cada quincena, siempre enviaban una, por eso le había dicho a su desanimado hermano que fuera a investigar el buzón aquella mañana.

El niño de siete años llega a su altura y se sienta al lado del adolescente, enseñándole el botín que había conseguido.

Ambos sonríen impulsados por la felicidad del momento.

El hermano mayor le enseña el abrecartas que está en la mesilla, justo a su derecha y el niño lo usa para abrirla.

Esperan expectantes lo que le tienen que decir sus padres.

Desdoblan el papel para descubrir el contenido de la carta mientras el pequeño se sienta al lado del mayor.

-¡Es la letra de papá!- exclama el de melena castaña.

Su hermano le pasa la carta para que la lea, él sonríe orgulloso. A pesar de que siempre le dejaba leer a él, el pequeño siempre se ilusionaba como si fuera el primer día.

-"Hola, hijos, hace dos días nos encontramos a una mujer que estaba empapada pero que un zorro le robó el agua"- el niño se lleva las manos a la boca, enfadado.

-Los odio, esa chica era inocente- dice el niño.

-Los zorros son muy malos- dice el que le acompaña.

-Sigue leyendo, seguramente tenga un final bueno.

-"No os preocupéis, paramos aquella cacería en los árboles y acabamos con el zorro malo".

"Al menos pararon la violación" piensa el mayor pero no dice nada, no quería que su hermano pequeño conociera el verdadero significado de aquella carta.

-"Volveremos en un par de días, espero que el lobo siga escapando del viento"- narró como si no pasara nada, finalizando la carta.

La sonrisa de ambos se recalca en cuanto leen las últimas palabras, orgullosos de su contenido.

Ambos acarician las palabras que su padre les había escrito, atesorándolas en un pedacito de su corazón y abrazándose hasta que se hacen uno.

Echaban de menos a su familia, era lo único que tenían. Pero también sabían que no podían quedarse mucho tiempo en la casa para no poner en riesgo a los niños.

-Les echo mucho de menos- dice el pequeño, sorprendiendo a su hermano.

Las lágrimas resbalaban por sus mejillas con cuidado, como si fueran capaces de dañar el corazón del niño.

El chico de cabellera negra aprieta la mandíbula, sabía que lo que más quería su hermano es la compañía de la familia y que, a pesar de las explicaciones, era incapaz de comprender la situación. Pero no podía hacer nada más.

Trataba de ponerse en su lugar, pero la brecha de edad era tan alta que había cosas que era incapaz de comprender, al fin y al cabo, le tenía a él.

Sonríe e intenta animarle.

-Ya has leído la carta- dice cogiéndola y acercándose para que pudiera leer con claridad- van a venir en breves, no te preocupes.

-Pero se volverán a ir.

-Y volverán a volver- sonríe- además, la carta te ha puesto una misión muy importante.

El niño abre sus ojos, sorprendido y repasa la carta, pues no era capaz de encontrar el símbolo.

-Aquí solo pone que el lobo debe escapar del viento- dijo tras analizarlo.

-Exactamente- dice su hermano colocando sus manos como garras y sonriendo- te pillaré.

-¡No!- exclamó el pequeño.

Ambos comienzan a correr por el jardín, persiguiéndose entre risas y jadeos de cansancio.

Los pasos se pierden en el tiempo, las risas se convierten en lamentos y lo único que quedan...

...Son los jadeos de cansancio.

DOS VIDASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora