El nerviosismo se apodera de mi al ver la bestia erguida frente a mi. Mis extremidades temblaban, pero eran incapaces de moverse, de correr, o simplemente de huir.
A su espalda, los que hacía apenas unos minutos me habían deseado buenas noches prometiendo vernos en la mañana siguiente incumplieron su promesa.
La bestia enseña sus colmillos en una extraña mueca que danzaba entre la risa y la amargura. Dejándome claro que aquello había sido intencionado y que la única persona responsable estaba ante mi.
Vuelvo a mirar a lo que antes consideraba familia. La sangre empapaba su ropa y cara, todavía fresca. Su pelo también estaba manchado con la agridulce maldad de un carnívoro.
Las náuseas recorren mi garganta, pero no logran salir al exterior. Estaba tan petrificado que ni siquiera eso podía hacer.
La bestia avanza un par de pasos hacia mí, extendiendo su brazo derecho para agarrarme.
Pero, ya sea por la distancia como porque mi cuerpo por fin consigue reaccionar, no logra alcanzarme.
Agarro con fuerza mi ropa, negándome a que me tocara, pero no sirve de nada.
Los pasos que avanza yo los camino en dirección contraria negando con la cabeza.
—Por favor— consigo escuchar.
Extiende el puñal como una invitación.
¿Se estaba burlando de mí?
No consigo ni responder, no quería oír las plegarias de aquel asesino.
Me volteo con rapidez y echo a correr escaleras abajo, pensando en todo, lo que había ocurrido, en lo que se había convertido mi hermano y, sobre todo, en mis esperanzas por sobrevivir.
No logro escuchar las palabras de la bestia, que expulsa como aterradores aullidos que resuenan en la habitación.
Tropiezo incontables veces bajando las escaleras de los dormitorios sin saber exactamente cómo no me había caído.
"Papá y mamá jamás volverán". Repetía mi cabeza mientras atravesaba el umbral de la puerta.
La noche era tranquila, los grillos resonaban en la lejanía con una alegría que envidia en aquellos momentos.
¿Por qué el mundo entero no se detenía? ¿Por qué no importaba la muerte de mis padres?
Trato de correr hacia la carretera, pero esta vez sí que caigo a la grava, raspándome las muñecas y las rodillas y manchando las piedras con mi propia sangre.
Ni siquiera me dolía, había emociones mas fuertes dominando mi inferior.
Miro a mis espaldas esperando que aquel monstruo me siguiera los pasos.
No puedo creerme que no lo hiciera.
Sólo se dedicaba a mirarme desde el marco de la puerta, se apoyaba en la madera con resentimiento, como si estuviera herido o dolido.
Claro, era imposible que mis padres cayeran sin luchar.
Sobre todo mi madre.
El recuerdo de ella tendida en el borde de la cama rasga todavía más mi corazón. Sabía qué significaba estar así, me lo habían enseñado muchas veces, a través de las cartas.
Jamás podría perdonarle.
La bestia coge algo que resplandece bajo el foco de la farola.
El puñal.
Lo lanza con todas sus fuerzas hacia mí.
Era imposible que me hubiera alcanzado, pero aún así lo intentó con todas sus fuerzas.
Me arrastró hacia él creyendo que era mejor estar armado en aquella extraña situación.
Seguía manchado de sangre.
No sabía de cuál de los dos era, pero no puedo hacer otra cosa que llorar y abrazar el objeto con toda mi fuerza, haciendo un pequeño corte en mi antebrazo.
Le miro con ira. Todo aquello era su culpa.
Adopto una posición defensiva en cuanto veo que sale del interior de la casa y comienza a caminar hacia mi.
Vuelve a extender su brazo, esta vez a modo de invitación.
Mis manos se vuelven temblorosa en aquel mismo momento.
Pronuncia una frase que no logró descifrar entre el pitido de mis oídos.
Volví a escapar de él, apretando el puñal.
Y jurando que vengaría a mis padres.