El bosque acompañaba los pasos de la delicada mujer de vestido de seda blanco que vagaba perdida. Había elegancia en sus confusos movimientos en busca de una puerta que le condujera a la ansiada salida.
Su peinado, como rayos del sol y decorados con una diadema de margaritas, se mueve como un tormentoso día de verano. Todo está oscuro y su frente tiene el brillo perlado del nerviosismo.
Las ramas de los pequeños matorrales arañaban las piernas de la muchacha, intentando agarrar su carne y atraerla hacia ella, rasgando, de forma atroz, la delicada tela y tornando en azulado su color a sus pies.
El camino cada vez se hace más largo y pesado, el barro que se forma trata de cautivar a la muchacha hacia él, sepultándola bajo tierra. Ella lidia con cansancio, obligándose a avanzar con cada pesado paso que da, luchando con uñas y dientes por mantenerse cuerda en aquella pesadilla llena de oscuridad.
Las lágrimas le abrasan las mejillas y la ansiedad se apodera de sus movimientos, que continúan siendo erráticos, impulsados por la desesperación. Los aullidos la acompañan en su lento paseo; la luna la observa con piedad, proporcionándole la única visión que la pobre muchacha tiene. Pero siendo, por desgracia, insuficiente para calmar su angustiado corazón y detener las sombras que la rodean.
Las frágiles margaritas que decoraban su pelo son arrastradas a la desesperación para volverse de un color púrpura, como un jacinto que cae y forma una vibración que ondea en el agua, transmitiendo el caos en tranquilidad que ella es incapaz de encontrar en sus pensamientos.
Las pesadillas van inundando la cabeza de la muchacha con la misma facilidad con la que se le entrecorta la respiración. Su mente se oscurece con cada chasquido entre la maleza que le persigue y le recuerda que no está sola.
Pero cuando parecía que todo estaba perdido, que la oscuridad había ganado aquella batalla, la pequeña luz que tanto ansiaba aparece frente a ella, escondida entre la foresta. Le mira con calidez, observando los movimientos de la dama que le devuelve la mirada con sorpresa. Sus manos se mueven temblorosas hacia la esfera brillante, tratando de agarrarla de alguna forma y haciendo que ese mismo movimiento le impulse a caminar hacia ella.
La calidez arropa su corazón con cada paso que avanza y la esperanza disipa las sombras que la atormentaban segundos atrás. Ya no le importan como las ramas secas producen picor en sus tobillos ni como las piedras se clavan con perversidad en la planta de los pies.
Tampoco le importa el camino de sangre que acompañaba sus pasos.
Comienza a perseguir aquella ilusión. No sabe cuanto tiempo pasa, ni siquiera la distancia que recorre pero, tras aquellos momentos, consigue llegar al asfalto de una carretera.
Ella sonríe, arrodillándose ante el pavimento, aliviada por haber superado aquella procelosa prueba, suspira y, de nuevo, las lágrimas resbalan silenciosas hasta su mentón . La tranquilidad la inunda y consigue articular una única palabra al cielo
"Gracias".
No consigue una respuesta por parte de su esperanza pero su cuerpo se relaja a la espera de algún coche que le pueda llevar de nuevo a su casa.
Pero todo se nubla, una espesa niebla rodea a ambos, ella busca con la mirada la cálida luz pero lo único que consigue ver es como esta se torna poco a poco en oscuridad impulsada por una sonrisa brillante y puntiaguda.
La mandíbula se abre y rodea el cuerpo de la muchacha, enguyéndola en la desesperación con dolor.
Eran colmillos de zorro.
Las margaritas se convierten en rosas negras. Y las sombras vuelven.