XI. Él, yo, y ellos.

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La parte más difícil de ser parte del cuerpo de la unidad de homicidios es sin duda el notificar la perdida de una vida a la familia, es mucho más difícil cuando son vidas tan jóvenes, vidas que van comenzando. Zain no sabía lo que era perder un hijo, jamás tuvo uno, y, sin embargo, ahí estaba él. Observando a los padres de los jóvenes llorar sin consuelo, entre suplicas y gritos que desgarraron las barreras de los oficiales que le acompañaron.

No quiso quedarse a oír más, dejo a Juliet y a los oficiales de uniforme en la casa. Malik salió del condominio con el sol golpeando su rostro con fuerza. Un molesto pitido atravesó sus tímpanos, insistente y tan desesperante como el calor que sentía ese día. Tomo en seco una de sus pastillas y siguió su camino al auto.

Subió al lado del copiloto y coloco sus lentes de sol sobre sus ojos, sus parpados cerrados fuerte y un gruñido bajo emergiendo de su pecho. Últimamente, los dolores de cabeza eran más intensos, se sentía más sensible y las alucinaciones comenzaban a salirse de control. No entendía que podía estar mal puesto que estaba tomando la medicación tal y como se le fue recetada. Cada mañana despertaba con la sensación de malestar en su estomago y un dolor tan intenso en el lado izquierdo del pecho, tan intenso, que a veces no lo soportaba y terminaba vomitando en el baño. A veces se reía, porque quizás estaba enfermando para morir, y él, de algún modo, se sentía listo para morir. Era una sensación que siempre lo acompaño desde los 10 años. En la policía los preparaban para ello, para dar la vida sirviendo a la sociedad.

Zain estuvo listo siempre. De algún modo, él sabía que moriría en algún momento de su joven vida. Era muy joven cuando sintió el primer soplido de la muerte en su cuello, como si, burlona, le susurrara la muerte cercana. Pero esta jamás llegaba.

Recargo la frente contra su palma izquierda, su respiración acelerada, escuchando las voces amontonarse en su cabeza, un eco de los gritos y llamados hicieron palpitar su cabeza. Frunciendo el ceño cuando el dolor aumentó y los gritos fueron más altos. Entre todas las voces distorsionadas una se escuchó más clara que el agua.

—No es tan malo como parece, muchacho. Solo míralo de este modo—dijo esa voz, de un tono suave y condescendiente—Realmente no estas matando humanos, solo son...cerdos sacrificados para un bien.

A través de sus parpados fuertemente cerrados apareció la sangre roja y espesa escurriendo por la piel de un cadáver femenino, yacía muerta sobre el suelo de una habitación amplia y de matices rojos. Zain frunció el ceño, solo podía ver parte del desnudo cuerpo, sin embargo, la cabeza estaba partida en dos partes, y era de donde la mayoría de la sangre había pintado el suelo.

Fue cuestión de tiempo para innumerables escenas de sangrientos asesinatos se dispararán uno tras otro, podía sentir el dolor, el miedo, la agobia. Pero también la satisfacción, el deseo y la sed por la vida desapareciendo de las cuencas de las victimas qué no reconocía.

Un par de golpes a la ventana del auto lo soltaron de esos pensamientos, Juliet lo miraba, seria. Estudiando las expresiones qué su jefe había colocado mientras mantenía los ojos cerrados, vio la dilatación en las pupilas y un color más brillante en el color café normal de sus orbes.

Bajo el vidrio completamente.
—¿Qué pasa, Wolfe?

Su voz, apenas un sonido entendible. Ronca y tan baja. Por un momento, la mirada en el azabache intimidó a su compañera. Una mirada iluminada, pero intensa y bañada en una ligera capa de locura. Había visto esa mirada un par de veces en los sospechosos qué resultabas culpables. Jamás la había visto en su compañero.

Rodo el auto y subió al asiento copiloto, el auto fue encendido, por ese momento, nadie dijo nada. Pero Juliet Wolfe sintió el ambiente denso e incómodo. Sofocante, como si el clima estuviera tan caluroso como en verano.

No Digas Su NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora