XVIII. Conviértete en la bestia part. I

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"el niño que no sea abrazado por su tribu, cuando sea adulto quemara su aldea para poder sentir su calor"

Octubre 1889.

8:30 p.m.

En la habitación hace eco la bofetada que voltea su rostro, su mejilla comienza a tornarse roja y a escocer. Las uñas de la mujer dejaron un rastro de aruñones y pequeñas gotas de sangre filtrándose en su piel. Zayn solo pudo jadear, pero se quedó quieto, recibiendo el maltrato. Mientras ella se le acercaba para reírse en su cara y burlarse. A ella siempre le gusto hacerlo, parecía excitarle recordándole su vida desventurada.

—Eres un bastardo mal agradecido—escupió ella sobre su rostro—Una rata de alcantarilla, una escoria en la suela de mis zapatos. No vales nada y te atreves a hacerte el digno.

—Señora Mills, yo...

—¡Cállate! —amenaza con darle otro golpe, deteniéndose con la mano en alto, cambiando el semblante de su rostro, pasando de la furia a lo engreído. Intentando no verse afectada—¿Qué dejaras de acostarte conmigo? Tú no eres nadie para dejarme, no eres nadie para pararte frente a mí y tener estos aires de valentía y dignidad. No eres nada.

La furiosa dama se acerca a su tocador, rebuscando en su joyero lleno de alhajas y saca un par de monedas, arrojándole estas a los pies.

—Solo toma tu maldito dinero y lárgate—escupe, va hacia su hermoso sillón de una pieza y se deja caer sobre él, tomando de su pequeña mesa una copa de vino casi vacía, con las marcas de su labial, usando su otra extremidad para despedirlo—No podrás venir mañana, mi esposo está de vuelta en la ciudad. Yo te avisare si requiero de tus servicios.

Mientras Malik, con la poca dignidad que le queda recogía las monedas regadas en silencio, pensó que ya era necesario dar fin a esa relación clandestina que le arruinaría en algún momento. Ya no había necesidad de seguir acostándose con mujeres para tener dinero. El señor Van Brunt se lo había garantiza. No. Él lo había prometido.

—Me han ofrecido un trabajo, señora Mills—por fin dice—Un trabajo decente, no tengo que desnudarme ante nadie ni intimar nunca más. Hare algo que se hacer bien y me pagaran bien por ello.

Por un largo momento no hay una respuesta, no hay más burlas ni palabras groseras, no hay violencia o gritos. Así que, cuando por fin se anima a levantar la mirada se encuentra con un par de ojos verdes encendidos en furia y repulsión. Ella juega con el vino en la copa sin dejar de ver al joven, toma un pequeño sorbo para después lanzar la copa sobre los pies de Zayn. Apenas logra quitarse cuando esta se rompe en mis pedazos y el vino lo alcanza a mojar.

—Regresaras rogando—sentencia ella, con un semblante tranquilo y de superioridad, como si lo que Zayn le dijera no fuera algo realmente importante—Suplicaras de rodillas que vuelva ayudarte y no sabes cuanto voy a disfrutar viendo cómo te humillaras, lamerás la suela de mis zapatos por dinero. ¿Un trabajo decente? Solo mírate, estúpido. Tú no eres nada, no hay nada bueno en ti y quien sea que te haya dado el trabajo es seguro que sabrá que contigo se pierde el tiempo. No puedes enseñarle a un mono buenos modales. Volverás.

Zayn Malik se detiene a solo un paso de abandonar por siempre esa recamara, esa vida, con una mano sobre la manija un suspiro abandona sus labios, mientras su corazón lo ahoga al latir. Se escucha a si mismo soltando por lo bajo, pero con seguridad:

—No voy a volver, señora Mills.

Cuando sale de aquel lugar, la puerta se cierra a sus espaldas, dejando tras suyo una mujer que intentaba controlar su enojo, enterrándose las uñas en las palmas. Ruth Mills suspira ahogada, en lo poco iluminado de su habitación la mujer sonríe y susurra con lágrimas en sus ojos:

—Lo harás. Volverás.

Una vez fuera de esa casa y con el viento fresco de la noche golpeando su rostro, Zayn sonríe a la noche tranquila y respira profundamente. Porque su nueva vida comenzaba ya. Sirviendo a una persona que no le pediría desnudarse, no le pedirían que tocara a nadie ni ser tocado. Tendría un trabajo decente que le diera buen dinero para dar a su pequeña familia rota, un trabajo haciendo lo que más amaba y mejor sabía hacer; escribir.

—Veo que te has despedido rápido, querido muchacho.

De entre las sombras, acercándose al faro que ilumina, Beliel Van Brunt se acerca con un paso tranquilo y sonrisa sin mostrar los dientes, con un puro en su mano izquierda y en la derecha ese bastón que jamás soltaba. De sus labios sale el humo espeso que crea una nube sobre él.

—¿La señora se lo ha tomado bien? —pregunta, curioso.

Invita a Zayn para que siga su paso y ambos caminan hacia donde el carruaje del hombre mayor los esperaba. Malik se encoge de hombros y le da una pequeña y penosa sonrisa.

—Tan bien como lo esperaba.

—No le pareció que la dejaras—tira el puro a medio consumir, su rostro no expresa más que diversión y lascivia—Imagine que cuando le dijeras que pensabas cambiar de aires, ella se pondría un tanto...molesta—sonríe al verlo y palmea su hombro—No debes preocuparte, muchacho. Pronto veras las cosas de otro modo, no es necesario que te sientas mal, o que sientas que les debes algo.

Sin embargo, sentía el malestar de todas maneras. Intentaba convencerse de que todo esto era para un mejor propósito. Se convenció y se repitió una y otra vez que el merecía más, mucho más que ser el esclavo de personas ricas.

—Les voy a demostrar de lo que soy capaz—sentencia, decidido.

Beliel mira de reojo esa expresión en el rostro de su joven protegido. Apenas levantando las esquinas de sus labios; una sonrisa, orgulloso de la facilidad con la que convertiría a esta joven e inocente alma en un depredador capaz de comerse al mundo entero.

—No tengo duda alguna sobre tu capacidad—agrega Van Brunt, deteniéndose para abrir la puerta de su carruaje para Zayn— El niño que no sea abrazado por su tribu, cuando sea adulto quemara su aldea para poder sentir su calor.

Zayn no comprende esa última oración y aun así sonríe, pero es una sonrisa con tanta confianza, que por un momento Beliel puede ver el brillo de los ángeles en sus ojos. Extasiado por el descubrimiento de ese gramo de pureza, regresa la sonrisa y sube detrás del joven.

Lo ultimo que escuchan los pocos transeúntes en la calle pedrosa es el golpe de los cascos al avanzar los caballos entre la neblina y la humedad de la oscura cuidad.

No Digas Su NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora