No Digas Su Nombre

XIII. La oscuridad

Listo, ya lo arregle...

Su boca era tomada con posesión, igual que su cintura. La respiración pesada de Malik contra su piel y su caliente tacto. Ya no tenía aire en los pulmones después de tanto tiempo besándose, pero Liam estaba reacio a separarse. Ya después se preocuparía por la extraña situación. Pero, en ese momento, no pensaba dejar ir la lengua que humedecía sus labios y se hacía espacio entre ellos, y de esos dientes mordiendo. Jamás amo el olor al tabaco, pero sentir ese y el olor de la colonia tan suave y varonil lo estaban convirtiendo en afrodisíaco para el sistema del joven.

"Mi dulce infierno."

Cuando el beso comenzaba a tornarse más pasional y los toques se unieron a la ecuación. Su respiración se cortó abruptamente, no por el prolongado beso candente, sino por los dedos gruesos y ásperos que se cerraron sorpresivamente sobre su cuello blanco. Apenas jadeo levemente, su cuerpo choco bruscamente contra la barra y el hombre que antes lo tocaba, ahora intentaba matarlo con una mirada vacía y rostro inexpresivo. Como un muñeco con hilos, pálido y sin vida.

Liam lucho por alejarlo, arañando las manos del detective. Tratando de llamarlo sin éxito. Su voz no salía, ni siquiera un solo quejidos. Pronto, sus ojos se volvieron aún más grandes, observando detrás del hombre, una silueta oscura recargada en el marco de entrada. Parecía observar, entretenido, el momento en que estaba por morir el joven universitario.

El conocimiento de su muerte no era algo que atormentara a Liam por las noches, estaba consciente que tarde o temprano estaría vagando por el rio donde acaba de la vida hacia la tierra de los muertos. Sin embargo, jamás imagino que moriría a manos del hombre que impartía justicia. Su vista comenzaba a tornarse pañosa y puntos negros se expandían. Al menos, podría decir que murió viendo algo bonito.

Cuando un filoso cuchillo se movió rápidamente para penetrar la piel de su estómago, despertó. Una fina capa de sudor cubría su cuerpo y su respiración acelerada, el golpe de los latidos de su corazón eran dolorosos y sus ojos estaban llenos de lágrimas que comenzaban a desbordarse. Miro a su alrededor, ubicándose en su propia habitación, sobre sus propias sabanas húmedas por el sudor.

Una pesadilla, ¿Todo aquello había sido solo eso? Liam podía sentir todavía la presión en su tráquea, el ardor en su garganta y el intenso dolor donde había sido apuñalado.

"Mi dulce infierno" el susurro de esas palabras estremeció su cuerpo y su piel se erizo. Apenas tragando un poco de saliva, su garganta dolió por lo seco en ella. Bajo de la cama con los pies descalzos y salió de su habitación.

Silencio. Silencio y solo eso encontró. Sin embargo, su corazón no parecía querer tranquilizarse y el ensordecedor y solitario lugar parecía alterarlo más. Solo el sonido de sus latidos y el reloj de pared con Mickey Mouse que cuelga en la pared sobre la pared, pertenecía a Ian. Y luego, hubo algo.

Un golpeteo de cazuelas en la cocina, seguidas por una maldición ronca. Liam tomo el jarrón que su madre le compro como regalo por adquirir su primer departamento. Avanzo sin ruido, intentando controlar su respiración para no ser captado. Se detuvo a centímetros del marco de entrada y lentamente, se asomó, dejando apenas a la vista un poco de su rostro.

Su respiración se atoro cuando se encontró con la espalda ancha del detective que estuvo asesinándolo en sus sueños. Usaba la misma ropa que en su sueño, pero su cabello se miraba diferente. No era el mismo corte que usaba la última vez que lo miro. Parecía haber crecido al menos tres dedos. Incluso, si ponía un poco más de atención, la ropa parecía quedarle más pequeña, como si en esos días hubiera incrementado su masa muscular.

—He preparado huevos revueltos y freí algunas salchichas—el que hablara abruptamente, con ese tono, como si supiera desde siempre que estaba siendo observado, asusto al castaño—Deja de mirarme y toma asiento, ya te sirvo...y por favor, suelta ese jarrón.