OCHO

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—Estoy bien, mamá, todos lo estamos —repitió Led por enésima vez con el celular pegado a la oreja. Caminaba en círculos a un extremo del enorme salón que se abría en la casa de los Landcastle—. Ya nos habíamos ido cuando ocurrió la explosión. Sí, estamos en casa de Olivia viendo las noticias.

La conversación entre Led y su madre se extendía, lo que comenzaba a cansarlo debido a lo repetitiva que se había tornado. Al otro lado de la estancia, Axel y Olivia permanecían atentos a la brillante pantalla de televisión, donde un hombre de nariz ganchuda tenía la exclusiva sobre el incidente en la Western Avenue. Las cámaras mostraban los terribles resultados de la batalla, mientras el reportero explicaba que aún no se manejaba la cifra exacta de fallecidos, sin embargo, el departamento de bomberos había confirmado que la explosión fue causada por una rotura en la tubería de gas...

Olivia y Axel intercambiaron miradas, luego miraron a Rakso, quien disfrutaba de un gran puñado de dedos de queso en un imperioso silencio sin apartar la mirada vigilante de Led.

—Mamá, tengo que colgar —dijo Led, al escuchar el comentario del reportero—. Hablamos cuando regrese a casa. No se calmará hasta que esté en sus brazos —añadió al terminar la llamada.

—Ten, come algo —Olivia le tendió una bandeja repleta de galletas y dedos de queso, mientras que el muchacho se dejaba caer en un sofá con el color de las cenizas.

Tomó un puñado de galletas y se fijó que todas las miradas estaban clavadas en él, a excepción de Rakso, que parecía enamorado de los dedos de queso que Olivia había cocinado.

En cuanto Rakso y Led habían cerrado el pacto, auxiliaron a Axel y fueron en busca de Olivia, que parecía recuperada y lista para emprender el viaje a casa. Con Axel en los brazos del demonio —quien había ocultado su forma demoniaca— se escabulleron entre las ruinas antes de que las autoridades aparecieran. Una vez lejos de la zona de desastre, Olivia llamó a su chofer y éste los terminó recogiendo en el parque Belltown Cottage.

—Ni una palabra de esto a mis padres, August —le había suplicado la joven al conductor una vez que cerraron las puertas del vehículo.

Axel despertó a medio camino, y cuando accedieron al distrito Queen Anne, Rakso soltó un silbido de fascinación al contemplar las elegantes viviendas que flanqueaban las calles.

La residencia de Olivia seguía el estilo de las vecinas: enorme, con techos asimétricos interceptados, rodeada por amplios y exuberantes jardines, y con un sutil alarde de la fortuna que disponía la familia en su fachada. La primera vez que Led visitó a su amiga, se sintió como una hormiga.

—¿Qué fue lo que sucedió ahí? —preguntó Axel, señalando la pantalla del televisor; su mano derecha cogía un puñado de galletas. De inmediato, se volvió hacia el demonio a la espera de que éste le proporcionara una respuesta—. Dijeron que fue una explosión de gas —parecía incrédulo, y algo indignado ante la manipulación de los medios informativos—. ¿Acaso nadie vio nada? ¿Por qué dijeron eso?

Rakso devoró el último de los grasosos manjares y, tras un eructo de satisfacción, se fijó en que todas las miradas estaban sobre él a la espera de una explicación.

—Es obra de Lux —declaró con un encogimiento de hombros. Volvió a la bandeja y tomó una segunda ronda de dedos de queso; nunca había probado algo igual y estaba fascinado con el sabor—. Eres muy buena cocinera —le dijo a Olivia con la boca llena.

—Por supuesto, eso lo aclara todo —contestó Axel, procurando inyectar la dosis necesaria de sarcasmo. Sus manos seguían temblando.

—¿Qué es un Lux? —indagó Olivia, acomodándose en su lugar del sofá. Aun le costaba procesar todo lo que había visto desde la seguridad del baño: Las alas de Rakso, la crueldad de aquel demonio llamado Anro, la batalla... era un choque bastante abrupto a su realidad. Su amigo le había dicho la verdad, y se sintió una tonta por no creerle desde un principio.

Los Siete Pecados Capitales: Príncipes Infernales (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora