DIECISÉIS

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La magia parecía envolver por completo a Río de Janeiro durante la noche, desde las alturas, donde la imponente escultura del Cristo Redentor parecía cuidar toda la ciudad bajo su mirada, hasta las extensas playas que lamían los linderos de la localidad.

El viento soplaba, salado y húmedo, mientras Rakso surcaba el cielo con Led aferrado a su espalda. El mestizo contemplaba aquel luminoso bosque de concreto, acero y vidrio con una mirada risueña; el contraste de los edificios con las viviendas lo maravillaban.

Era un vuelo tranquilo, la vista que se desplegaba debajo de ellos despampanaba una hermosa fantasía, algo que Led nunca pensó que podría experimentar en vida, y Rakso se lo había obsequiado, a pesar de que no era su intensión.

—Sujétate —le ordenó el demonio—. Pienso descender.

Y la magia desapareció.

El estómago del muchacho parecía rebotar y querer huir por su boca. Apretándose con más fuerza a la espalda de su compañero, se esforzó por mantenerlo firme.

Las luces de la ciudad fueron borradas por la espesura de un silencioso bosque. Durante el día podía ser un parque agradable, pero en la noche era otra historia, y a donde quiera que se mirara, siniestras sombras se proyectaban entre la maleza.

De un salto, Led bajó de la espalda de Rakso, y éste hizo crujir su cuerpo en un satisfactorio estiramiento tras plegar sus alas de murciélago.

La luz era débil, pero gracias a los astros que brillaban sobre el firmamento, Led podía distinguir, a duras penas, los miles de árboles alzándose a su alrededor. Espesos arbustos lo cubrían todo a su paso, mientras las escaleras adoquinadas se extendían en serpenteantes rutas que no parecían tener fin.

—Está muy oscuro —advirtió Led, forzando sus ojos para obtener algo de visibilidad.

—Usa tu visión nocturna —dijo Rakso, dándose la vuelta y mostrándole al muchacho un par de brillantes ojos rojos.

Led retrocedió por la impresión. Aquello le recordaba a la fotografía nocturna de un felino. Siniestro.

—¿Có-cómo lo hago? —tartamudeó, una mezcla de miedo y deseo.

—Sólo concéntrate en lo que necesitas —contestó Rakso con los brazos cruzados, sin siquiera mirarlo.

Led cerró los ojos, sin dejar de repetir en su mente lo mucho que deseaba poder ver en la oscuridad. Una risita burlona se escuchó dentro de su cabeza, junto con el tintineo de las cadenas.

‹‹Sabía que volverías, Led››

El mencionado reconoció la voz.

‹‹Eres... tú››

‹‹Veo que aun te cuesta aceptarte —señaló la parte demoniaca de Led—. No importa, con el tiempo lo harás››

Led separó los párpados de golpe y, para su sorpresa, ya no se encontraba en el parque. La oscuridad absoluta reinaba, el agua caía a su alrededor en enormes columnas como una masa espesa, y las cadenas surcaban el infinito espacio para formar una maraña de ramas doradas. A pocos metros, el Led demoniaco permanecía de rodillas, aprisionado por aquellos hierros.

—Nos volvemos a ver, mi pequeño amigo —La voz de aquella entidad era áspera y tóxica. Led retrocedió—. Descuida, aun si estuviera libre, no podría hacerte daño. Si mueres, yo muero. Recuerda que somos uno.

—Yo no soy tú —rebatió el mestizo.

La entidad rio por lo bajo.

—Entonces, ¿cómo explicas esto? —Hizo un gesto para abarcar todo el ambiente y su persona—. Resido en tu interior, poseo tu rostro, conozco tus miedos, tus deseos...

Los Siete Pecados Capitales: Príncipes Infernales (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora