VEINTICUATRO

12 4 0
                                    

Cinco minutos para la media noche.

La luna brillaba en lo alto de un cielo despejado, y el viento ululaba sombrío, amenazante, arrastrando cientos de hojas secas que parecían rasgar el suelo en un desesperado intento por no abandonar sus tierras.

—¿Segura que quieres hacerlo? —volvió a preguntar Led, tiritando del frío a pesar de ir abrigado por una de sus sudaderas verdes—. Si quieres desistir, no nos vamos a molestar.

—¡Yo sí! —declaró Rakso al cerrar el círculo de velas con la última de ellas; de camino al cementerio, se había infiltrado en una tienda de brujería para robar aquellos objetos. Seguidamente, pinchó la yema de su pulgar con la punta de la daga y derramó una gotita escarlata en cada uno de los oscuros artículos—. Todo listo —anunció, enfundando la daga en el bolsillo de la sudadera que vestía el mestizo. Aquellas velas funcionarían como una salvaguarda que protegerían a la mortal de ataques provenientes del mundo espiritual, como fantasmas o demonios menores

Olivia se adentró en el círculo, inhalando profundas bocanadas de aire con la esperanza de aumentar su valor y las reservas de energía. Led la miraba con preocupación.

—Olivia...

—Estaré bien, Led —le aseguró la joven con una sonrisa—. Me alegra poder ayudarlos en el rescate de Axel.

Un apretón de manos y una mirada que decía ‹‹buena suerte›› bastó para gritar todo lo que sentían. Era una escena encantadora y lúgubre, dos amigos haciéndose una promesa bajo la noche y rodeados por las tumbas de los fallecidos.

—Recuerda —repitió Rakso, justo cuando Led y Olivia recuperaban sus posiciones—, nunca dejes de rezar. No sólo estarás iluminando nuestro camino por las prisiones de la oscuridad, sino, que tus oraciones harán que pasemos inadvertidos frente a demonios menores.

—¿Seremos invisibles? —preguntó Led, emocionado ante la idea.

—Algo así.

Olivia volvió a inflar el pecho y, de inmediato, hundió las rodillas en el césped; el frío traspasaba la tela de sus vaqueros.

El trío se hallaba frente a un mausoleo, donde las manchas de humedad se esforzaban por resaltar en la cornisa que bordeaba toda la estructura del tejado. Un par de columnas circulares se alzaban a los costados de una puerta doble, la cual iba antecedida por algunos escalones. Led no podía creer que hace unos minutos estuviera al lado de su madre y los Landcastle en el Seattle Center ayudando a los rescatistas con agua y alimento, parecía un pasado bastante lejano, ahora estaba junto a Rakso, apunto de entrar en las profundidades del infierno, ‹‹el Seol››, como le gustaba llamarlo a los demonios.

El plan era sencillo: Primero irían por el alma cautiva de Led, ya que las prisiones de Lux se encontraban muy cerca de las prisiones de la oscuridad, y si, por mala suerte, se llegaban a topar con Evol, el encargado de custodiar las prisiones, Rakso se desharía de él con gran facilidad, ya que el demonio de la gula no era un gran contendiente; sólo debían alejarse de su estómago y estarían a salvo. Segundo, marchar al Santuario, el lugar donde aguardaba el portal que conducía a Babilonia. Tercero, atravesar la ciudad e infiltrarse en el palacio. Cuarto, derrotar a Eccles y restaurar el reino de las tinieblas. ¡Así de sencillo!

—¿Listos?

—Listos —corearon Led y Olivia, cada uno en sus posiciones.

En cuanto la mortal entrelazó sus dedos enguantados y dio inicio a los rezos, el demonio de la ira canturreó un sinfín de palabras en lengua demoniaca. Extendió el brazo derecho y las puertas del mausoleo se abrieron con un pavoroso rechinido, invitando a la pareja a adentrarse en aquella oscuridad que parecía devorarlo todo.

Los Siete Pecados Capitales: Príncipes Infernales (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora