QUINCE

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En medio de una larga línea de personas, el estómago de Led rugió sin piedad, como si hubieran pasado cinco días desde su última comida. Para su fortuna, la fila avanzaba rápido, y ya podía degustar el delicioso sabor de las papas fritas de aquel establecimiento de comida rápida.

—Estás en otro país, con una tarjeta de crédito ilimitada y en una ciudad repleta de restaurantes exóticos... ¿y decides almorzar en un McDonald's? —le increpó Rakso a Led. El demonio arrojaba una rápida mirada despectiva al local—. Sí que eres único en tu especie.

—Ya que me veo en la necesidad de robar, lo justo sería gastar lo menos posible —se defendió el joven al avanzar un lugar más en la fila. Por todo el restaurante había personas comiendo, charlando con alegría y niños corriendo hacia el colorido parque de juegos que se alzaba en un rincón de la estructura.

—Eso no reducirá tu condena.

—¿No? —Led se horrorizó. Lo miraba con enormes ojos de preocupación.

—En parte, eres un demonio —le recordó, sin dejar de estudiar el extenso menú que se desplegaba en las brillantes pantallas—. Y eso es un pase directo al Seol —Miró a su acompañante, y al instante esbozó una sonrisa torcida, cargada de pura satisfacción—. Descuida, no estarás solo. Lux y yo estaremos contigo.

—¿Seol? —inquirió Led. La palabra rebotaba en su cráneo.

—Es hebreo —explicó—. En latín significa ‹‹infierno››.

La sola idea de que su alma ardería en las fauces del infierno por el resto de su eternidad desplomó la poca moral que le quedaba a Led. De nada había servido vivir con rectitud, siguiendo las leyes que Dios había escrito en piedra, si su alma ya estaba condenada por el simple hecho de haber nacido. No era justo.

La fila volvió a avanzar, y el olor de las freidoras industriales acarició el olfato del mestizo.

—¡Buenos días! ¿Puedo tomar su orden? —dijo con mucha energía la chica de la caja registradora.

Tanto Led como Rakso soltaron un grito y retrocedieron ante la sorpresa que los atendía al otro lado del mostrador.

—¡Rakso! ¡Led! —chilló eufórica justo cuando se abalanzaba sobre el cuello del príncipe, su abrazo lo asfixiaba con excesivo amor fraternal. Miró al mestizo y no se aguantó en pellizcarle las mejillas—. ¡Sabía que vendrían aquí!

—Lux... ¿Qué haces aquí? —preguntó un Led patidifuso. Con suavidad, tomó las manos de la hermana de Rakso y las retiró con educación. La multitud los miraba muy sonrientes, y aquello incomodó al joven

—¿No es obvio? ¡Trabajo aquí! Bueno, al menos lo haré por unas horas. Pero es tan divertido —Sonrió, depositando las manos sobre sus mejillas, encantada—. Puedo comer lo que quiera y me pagan por llenarles el cuerpo de grasas trans. Ahora entiendo a Evol, de seguro sería feliz en este lugar.

—¿Quién es Evol? —preguntó Led a Rakso por lo bajo.

—El demonio de la gula —respondió después de un largo suspiro.

Se escuchó un carraspeo, y las palabras de Lux se detuvieron en el acto. Los tres direccionaron su atención al hombre de camisa de rayas azules que permanecía de pie junto a las freidoras. Brazos cruzados, mirada reprobatoria; era bastante obvio que no estaba contento con las distracciones de su empleada demoniaca.

—Lo siento, señor Mattos —se disculpó muy coqueta—. Es sólo que me emocioné al ver a mis hermanos.

—Deja las charlas para tu descanso, Patricia.

—¿Patricia? —inquirió Led. Una vez más, volvió a mirar a su compañero en busca de una respuesta.

El demonio se encogió de hombros. Cada vez que se encontraba con su hermana, el fastidio tomaba posesión de él.

Los Siete Pecados Capitales: Príncipes Infernales (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora