A final de cuentas, regresar el alma de la doctora Sherman no resultó ningún reto para Evol, ya que el internet se había encargado de suministrarle toda la información necesaria para dar con el paradero de la mujer. Los avances tecnológicos de los mortales maravillaron a Evol a tal punto que se vio obligado a tomar una decisión que cambiaría el rumbo de su vida: Salir más seguido del Seol.
Bajo el manto de la noche, el demonio de la gula surcaba los cielos, pensando en su próximo movimiento. No tenía ganas de comer y las drogas no mejorarían su estado de ánimo, al igual que las bebidas alcohólicas. Su mente retrocedió unos diez minutos, bajó el umbral de una puerta, cuando liberó el alma de la mujer y dejó que ésta flotara hasta introducirse en su respectivo cuerpo; despertó como si se tratara de ‹‹La Bella Durmiente››. Su esposo la miró boquiabierto, con lágrimas en el rostro, y no tardaron en fundirse en un conmovedor abrazo que por poco hizo vomitar al demonio.
—Demasiado dulce para mi gusto —farfulló antes de retirarse, sin embargo, ser testigo de la felicidad de aquellos amantes llenó de calidez el vacío en su pecho. Quería volver a experimentar esa sensación, y para ello, debía llevar a cabo otro acto heroico.
‹‹Pero ¿qué?››, pensó, rebanando sus sesos para dar con una buena idea.
¿Volver al Seol y desafiar a Eccles? Ni soñando, era muy cobarde para enfrentar los mismos peligros que Rakso y su cachorrito medio humano que pretendía fingir ser una momia. Tal vez...
Cambió la dirección de forma brusca y descendió en picada hasta aterrizar entre la marea de lápidas que componían el Lake View. A pocos metros, divisó a Olivia sumergida en los rezos. La noche era tranquila, fría, y la niebla le otorgaba un aspecto tenebroso al cementerio, perfecto para su cometido.
—Misión cumplida —anunció el demonio con el pecho inflado de orgullo. Se detuvo a un paso del círculo de velas e inclinó su cuerpo para mirar más de cerca a la joven.
Olivia abrió el ojo derecho y contempló de manera fugaz al molesto visitante.
—Me parece bien —contestó antes de volver a sus labores.
—Y puedes sentirte tranquila —prosiguió Evol, recuperando la verticalidad y lanzando aires de fanfarronería. Seguidamente, una llamarada surgió entre sus manos para dar paso a un formidable martillo de carnicero. Plantó el hierro en el suelo y apoyó su cuerpo en el mango del arma—. Esta noche seré tu guardián personal. Si algún espíritu maligno o un demonio quiere pasarse contigo, yo me encargaré de él.
—Gracias —respondió, sin turbar su posición.
—Sí, ese soy yo, el buen Evol —concluyó con una molesta carcajada.
El estómago de ambos chirrió, y la vergüenza los invadió en el acto. Vaya manera de darse aires de superioridad. Evol rio y cogió algunas rocas que yacían desperdigadas por la zona, las apiló entre ellos dos y deslizó las yemas de sus dedos sobre la superficie irregular. Un fulgor rosa pestañeó, y los pedruscos se convirtieron en humeantes panecillos. Olivia percibió el aroma a canela y su boca se hizo agua en el acto. Abrió los ojos y Evol le ofreció uno.
—¿Es una de tus habilidades? —preguntó sorprendida. Tomó el panecillo y lo evaluó con detenimiento; la textura, el aroma, el sabor. Lo partió en dos, y el crujir de la corteza fue música para sus oídos. Era perfecto.
—Bastante básico para un demonio que representa el pecado de la gula, ¿no?
—Un poco —consintió la chica, terminando de consumir la primera mitad—, pero admito que es una habilidad bastante útil.
Evol sonrió ante el cumplido, el primero en su vida.
***
De vuelta en el Pozo, los músculos de Rakso se tensaron al girar el atril que se alzaba en el centro de la estancia a unos ciento ochenta grados. El suelo vibró bajo los pies de Led, y tuvo que guardar el equilibrio apoyándose en una de las antorchas que colgaban de las paredes.
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Los Siete Pecados Capitales: Príncipes Infernales (Libro 1)
FantasyEn un intento por salvar su vida, Led Starcrash libera por accidente al temible Rakso, uno de los siete príncipes infernales que rigen las entrañas del mismísimo infierno y el encargado de representar la ira como pecado capital. Desde esa noche, el...