Una especie de calma alarmante se instauró. La cortina de polvo se disipaba con pereza, y entre los escombros, Rakso apretaba contra su pecho el cuerpo de Led. Sus hombros temblaban debido al llanto contenido. Los ojos del mestizo yacían clavados en el techo, vacíos, sin ningún tipo de expresión; era como si su mente estuviera atrapada en un lugar remoto.
Blizzt observó las cadenas vacías, aún se mecían con pesadez, crujiendo como si sollozaran la pérdida. Eccles había destruido el fragmento de alma.
—Ni siquiera Lucifer se atrevió a... —Blizzt dejó la frase en el aire. Miraba con horror a su hermano.
—Es una pequeña muestra de lo que puedo hacer —advirtió, aspirando el aire con gran esfuerzo. Todavía le quedaba fuerzas para curvar una sonrisa de gozo—. Voy a llevar mi reino al mundo de los mortales, y no me importa a quien deba pisotear para cumplirlo.
Rakso acarició la mejilla descubierta de su compañero. Led se había ido, y lamentaba no haber contado con la suficiente valentía para decirle lo mucho que lo apreciaba, lo mucho que le quería. Apretó los labios y, con delicadeza, depositó el cuerpo en el suelo antes de cerrarle los párpados y otorgarle una postura de durmiente. Besó su frente y le prometió ganar por él. Al ver la sangre del joven manchándole las manos, su mirada cambió, las llamas crepitaban en sus cuernos y aumentaron de tamaño cuando se irguió. Líneas naranjas corrían por cada centímetro de su cuerpo, resquebrajando la piel a pedazos. Ahora que Led estaba ausente, no le importaba mostrar su verdadera identidad.
—Con que esas te traes —La prepotencia de Eccles no tenía límites. Entre sus dedos, se materializaron dos canicas negras, listas para reclamar a sus ocupantes.
—¡Rakso, no lo hagas! —espetó Blizzt al ver que su hermano consentía a la ira de consumirlo por completo. No podía arriesgarse en perderlo.
La mujer soltó una palabrota y corrió hacia él para detener la transformación, pero su cuerpo estalló en una espiral de humo que desapareció en un soplido.
—Disfruta de tus miedos, Blizzt —sentenció Eccles, guardando la prisión en el bolsillo del pantalón, junto a las otras. Sus ojos seguían postrados en Rakso—. Sólo faltas tú.
Rakso se impulsó contra Eccles y lo despidió fuera del palacio con una rigurosa tacleada. Las alas del demonio se abrieron para frenar el trayecto, pero de nada sirvió, pues, su hermano se había materializado a sus espaldas, listo para arrojar un segundo ataque. Los ojos de Eccles se agrandaron cuando Rakso entrelazó sus dedos en un enorme puño que cargó en su contra. El golpe lo arrojó de vuelta al salón del trono, como si fuera un cometa estrellándose contra la tierra.
Escupiendo sangre, el usurpador se incorporó de entre un montículo de rocas, tembloroso ante los poderes de su hermano.
—Maldito —gruñó entre dientes.
Rakso atravesó el umbral de las puertas como un terrorífico ángel vengador. El fuego lo envolvía y sus ojos brillaban de un intenso color carmesí. Cada paso que daba, provocaba que su piel se desprendiera al igual que una bola de barro seco, dejando al descubierto una carne abrazada por las llamas y las cicatrices de viejos castigos.
—Esto se termina aquí —anunció Rakso. La guadaña apareció en su mano, más grande y mortífera que antes. Podía sentir el miedo de su hermano y la sangre plateada corriendo por sus manos.
—Tienes razón —resopló el usurpador. Entre sus dedos, la última prisión del miedo palpitaba, deseosa por absorber a su nuevo habitante—. Esto se termina aquí —No podía seguir prolongando aquel combate, la situación se le había escapado de las manos y debía jugar su última carta cuanto antes—. ¡Rakso!
ESTÁS LEYENDO
Los Siete Pecados Capitales: Príncipes Infernales (Libro 1)
FantasyEn un intento por salvar su vida, Led Starcrash libera por accidente al temible Rakso, uno de los siete príncipes infernales que rigen las entrañas del mismísimo infierno y el encargado de representar la ira como pecado capital. Desde esa noche, el...