Una vez superado el hermoso estallido de emociones en el ala oncológica y las impresiones del personal de guardia, Olivia Landcastle decidió ausentarse por unos minutos para ir en la búsqueda de algunos bizcochos que ofrecía la cafetería del hospital y celebrar con dulzura el regreso de la señora Fisher y el heroísmo de Lux. Aquel evento le había devuelto la luz al temible túnel que ella y sus amigos recorrían.
Antes de llegar a su destino, decidió adentrarse en los sanitarios más cercanos, pues, no tenía pensado ir a la cafetería, un lugar bastante concurrido y donde abundaban los chicos guapos, con el maquillaje destrozado por culpa de las lágrimas. A donde quiera que fuera, llevaba consigo los consejos de su madre: ‹‹Siempre debes estar arreglada, nunca se sabe cuándo aparecerá el amor de tu vida››, y en aquel hospital, cupido hacía de las suyas con cada chico que Olivia se topaba; sólo bastaba una mirada para desear ponerle las manos encima. No necesitaba al demonio de la lujuria para caer en sus deseos más carnales.
—Eres todo un caso, Olivia Landcastle —le dijo a su reflejo, mientras deslizaba la punta del lápiz alrededor de su ojo.
Las luces titilaron, y un gruñido se hizo escuchar desde el interior de una de las cabinas para excusados.
—¿Hola?
Con la guardia en alto, Olivia se acercó a la última cabina de su mano izquierda, llamando una vez más. El chirrido de un rasguño contra el metal taladró sus oídos.
—Olivia —siseó la voz al otro lado de la puerta. Arrastraba las letras, dejando una estela de amenaza.
Lo más sensato era huir y olvidar, pero algo en su interior la impulso a sostener el lápiz delineador de forma amenazante y abrir la cabina de una patada. Estaba cansada de gritar, de huir y dejar que alguien más se encargara de sus problemas, debía ponerse los pantalones y resolver sus dificultades ella misma.
Un suspiro de alivio se escurrió por sus labios. No había nadie al otro lado. Se dio la vuelta y apoyó las manos sobre el mesón que sostenía la línea de lavabos para calmar sus nervios. Miró su reflejo y, al instante, pensó que se estaba volviendo loca, ya que éste le sonreía de una forma bastante tenebrosa.
Alzó la mano, y el reflejo la imitó sin dejar de sonreír. Curiosa, Olivia extendió la mano hacia la superficie reflectante, pero retrocedió con violencia al sentir una textura áspera e irregular. El reflejo aún mantenía su palma contra el espejo.
—¡Olivia! —gritó su reflejo, adoptando una apariencia mucho más aterradora. Las cuencas de sus ojos vacías, la piel agrietada y deshaciéndose como una bola de barro seca, y los dientes se desprendieron hasta dejar al descubierto una sonrisa incompleta.
La joven cayó al piso por la impresión, mientras que una sección del espejo se abría como una flor para darle cavidad a la criatura de las sombras, la cual se arrastraba y siseaba el nombre de su víctima.
Olivia intentó gritar por ayuda, sin embargo, la garganta se le contrajo, dificultándole la respiración y el habla. Su cuerpo se tornó rígido y pesado, como si se tratara de un enorme monolito de concreto que se hundía en las profundidades del océano. Por más que lo intentara, era incapaz de moverse.
—¡Olivia! —bramó aquella versión fantasmagórica de su persona, arrastrándose por el lustroso piso al igual que una araña. Su rostro se retorcía, y lo mismo sucedía con sus extremidades, que ahora presentaban grotescos tumultos del tamaño de una naranja—. ¡Olivia!
La criatura abrió la boca, dejando al descubierto un túnel infinito repleto de colmillos y secreciones verdes que despedían un olor nauseabundo. Estaba a pocos centímetros de ella, a un aliento de tocarle el rostro con la dentadura...
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Los Siete Pecados Capitales: Príncipes Infernales (Libro 1)
FantasyEn un intento por salvar su vida, Led Starcrash libera por accidente al temible Rakso, uno de los siete príncipes infernales que rigen las entrañas del mismísimo infierno y el encargado de representar la ira como pecado capital. Desde esa noche, el...