La noche se extendía como una infinita cobija sobre el cielo de Seattle, mientras que las luces de los edificios moteaban la oscuridad como sustitutos de las estrellas.
Led Starcrash permanecía en silencio, con el peso de su cuerpo apoyado contra el alfeizar de la ventana. Mas allá de Pioneer Square, el distrito histórico de la ciudad en el que residía, se alzaba la Space Neeedle, una enorme torre coronada por un lujoso restaurante giratorio y consagrada como el símbolo de la región. A pesar de que aún no visitaba la estructura, conocía cada detalle gracias a su amigo Axel, quien había realizado una presentación sobre ella para una de sus clases.
Suspiró, y apartó la mirada hacia la calle, donde un grupo de personas caminaba entre risas y preocupaciones; por las ropas que lucían, se podía deducir que marchaban a algún club nocturno. Led los envidió, y la culpa lo removió en el acto, pues, ningún príncipe infernal se hallaba presente para inducirle aquella emoción.
Anhelaba su antigua vida de regreso, como salir con sus amigos y enfrascar sus pensamientos en preocupaciones normales: conocer a su persona especial, obtener un empleo, pagar las facturas, llevarse el primer lugar en la exposición...
‹‹¡La exposición!››, recordó.
Y como si huyera de un fantasma, regresó al interior de su alcoba. Abrió las puertas del armario, apartó hacia un lado la ropa que colgaba y, con sumo cuidado, abrazó las pinturas que dormitaban en el fondo. Había olvidado por completo que esa noche evaluaría sus trabajos para decidir cuáles serían los tres que exhibiría en la exposición de arte que la señorita Weine, junto con el Seattle Center, había organizado.
Ahogó un grito al darse la vuelta. Los lienzos resbalaron de sus brazos, pero los reflejos de Rakso le permitieron recuperarlos antes de que se estrellaran contra el piso.
—¿Te asusté? —se burló, depositando los rectángulos de pintura sobre la cama para irlos organizando en filas.
—Un poco —confesó el joven, deteniéndose junto al demonio, que, al parecer, se había autonombrado su organizador personal.
—Tus trabajos son realmente buenos —manifestó, lanzando un ojo clínico a los detalles que presumían aquellas obras de arte, en especial, las que retrataban las prisiones del reino de las tinieblas y sus almas cautivas—. Si decides exhibir éstas —continuó, señalando los retratos infernales—, de seguro ganarás.
—Ese es el plan... Pero será difícil escoger entre tantas.
—Creo que puedo ayudarte —se ofreció el demonio, terminando de ubicar las últimas pinturas en su lugar—. Ya tienes los sentimientos y sabes lo que plasmaste, sólo falta que hables un poco del lugar... —Enmudeció al instante. Su atención había sido atraída por las dos pinturas que aún permanecían en sus manos.
—¿Sucede algo? —indagó preocupado—. ¿Rakso?
—Estas... —comenzó, depositando los lienzos en una esquina de la cama, junto a las otras—. ¿Qué retratabas aquí?
Una de ellas mostraba un magnífico jardín, repleto de exuberante vegetación, ríos de aguas cristalinas y cientos de niños corriendo con júbilo, disfrutando de los rayos dorados que arrojaba el sol y de las aves que volaban junto a ellos. En la otra, podía apreciarse un espeso océano de nubes, algunas plateadas y otras doradas; y al fondo, una diminuta silueta se alzaba imponente. Rakso tragó en seco, no sabía si sentirse maravillado o aterrado.
—No lo sé —Las yemas de los dedos de Led acariciaban las mezclas de pintura seca que impregnaban la tela. Se veía sereno, advirtió Rakso—. Fue algo que soñé durante mi primer año con la doctora Sherman. Me sentía feliz cuando desperté y quise retratarlos con la esperanza de que esa felicidad durara —La voz de Led estaba cargada de anhelo, de esperanza, de ansias por volver a aquel lugar celestial—. A veces, cuando me siento muy mal, los contemplo y... de alguna manera, me llenan de paz.
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Los Siete Pecados Capitales: Príncipes Infernales (Libro 1)
FantasyEn un intento por salvar su vida, Led Starcrash libera por accidente al temible Rakso, uno de los siete príncipes infernales que rigen las entrañas del mismísimo infierno y el encargado de representar la ira como pecado capital. Desde esa noche, el...