Esa misma noche, Christine Starcrash se encontraba sentada en uno de los sofás individuales de la salita aprendiendo a tejer bajo la tutela de un video por internet. Al inicio se le había dificultado demasiado y más de una vez la frustración pudo con ella, pero poco a poco fue agarrando el hilo y ya comenzaba a dominar las técnicas más básicas. Sus figuras de cera habían sido un éxito en el bazar de la iglesia, por lo tanto, era el momento de subir otro peldaño en sus manualidades.
—¡Hola, mamá! —saludó Led con excesivo entusiasmo. Su cabeza asomada en la esquina que doblaba hacia el pasillo de las habitaciones—. ¡ESTÁS APRENDIENDO A TEJER! —soltó más emocionado que nunca. De un salto, se posicionó junto a ella para contemplarla en su labor.
—Eso intento —dijo ella, mirando con cierta extrañeza a su hijo—. ¿Te sientes bien? Pareces muy alegre.
—Sólo estoy feliz —sonrió—. Feliz porque tus figuras fueron un éxito.
Su estómago rugió, y Christine rio al ver que las mejillas de su hijo se encendían de la vergüenza.
—Dentro del microondas está la bandeja de dedos de queso que Olivia nos dio —le recordó la mujer, volviendo su atención al tejido. Cuando le agarraba el truco a algo, era imposible despegarla hasta que terminara—. Ya comí mi parte...
—¡Dedos de queso! —exclamó como un niño pequeño y corrió hasta el lugar que su madre le señaló. Adoraba aquellos manjares, y comenzaba a pensar que no podría vivir sin ellos—. Iré a mi alcoba —anunció al devorar los dos primeros—. ¿Está bien que coma allá? Estoy terminando de organizar algunas pinturas. Aun no me decido.
La mujer asintió, sin apartar la mirada del tejido. Su concentración era sorprendente.
Y sin más que decir, el mestizo volvió a su alcoba y devoró los bocadillos en menos de un minuto.
—Esta chica sí que sabe cocinar —Sus ojos se clavaron en la bandeja vacía—. Quiero más.
Dejó escapar un suspiro y miró la hora en el reloj: eran las siete de la noche.
‹‹En veinte minutos el vuelo despegará››, pensó, mientras su cuerpo burbujeaba y reducía un poco su tamaño. El busto le creció, al igual que su cabello, que se tornó tan dorado como el oro. Parpadeó, y aquellos hermosos ojos azules que robaban la atención de las personas se tornaron violetas.
Al igual que un gato, Lux estiró su cuerpo y procedió a organizar la cama, de manera que Christine pensara que su hijo dormía entre aquellas colchas. En la mañana regresaría y retomaría su papel como Led Starcrash, por ahora, debía bajar al reino de las tinieblas, devolver el libro y averiguar el plan de Eccles.
***
Sobre un cielo despejado, el sol brillaba en el punto más alto, bañando con toda su calidez el corazón de Marais y el resto de la hermosa capital francesa. Después de casi treinta horas de vuelo, y la llegada al hotel que Olivia Landcastle les había reservado minutos antes de que el bazar de la iglesia cerrara, Led Starcrash seguía sin poder creerse que se encontraba paseando por las calles de la tan famosa ciudad. Como debían esperar a la noche para enfrentarse a la tormenta eléctrica, Led convenció a Rakso para salir a dar una vuelta, ya que una oportunidad así no debía desperdiciarse.
—¡Vamos, Rakso! Esta es la primera vez que salgo de Seattle. Olivia y Axel me han hablado tanto de esta ciudad, y ahora que estoy aquí, no puedo dejar pasar la oportunidad para conocerla —le había dicho una vez que terminaron de alojarse en la habitación del hotel.
El demonio aceptó de mala gana, porque, cual fuera su respuesta, Led saldría por su cuenta, y con la amenaza latente de sus hermanos, no podía dejarlo sin protección.
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Los Siete Pecados Capitales: Príncipes Infernales (Libro 1)
FantasyEn un intento por salvar su vida, Led Starcrash libera por accidente al temible Rakso, uno de los siete príncipes infernales que rigen las entrañas del mismísimo infierno y el encargado de representar la ira como pecado capital. Desde esa noche, el...