Capítulo 24.

1.1K 135 10
                                    

Ante el silencio que se extendía por el lugar, los hombros de la pelinegra se hundieron en decepción y sus ojos se cerraron mientras las manos oprimían con fuerza el ramo de flores entre ellas.

A pesar de que creyó haberlo aceptado antes, no pudo evitar esa sensación de vacío y dolor que se instauró en su interior, extendiéndose por todo su ser y marchitando un poco más su frágil corazón. Juliana creyó que había dejado de latir, porque siendo sincera, ya no tenía ninguna razón para hacerlo, aunque sabía que era fisiológicamente imposible si aún seguía viva.

Pero... ¿Lo estaba realmente? ¿Eso que tenía actualmente podría ser considerado "vida"? ¿Todo el sufrimiento, el dolor, la pena, la angustia; todo el miedo era parte de la vida? Porque si era así, Juliana creía que era mejor estar muerta, entonces.

"La muerte no es la mayor pérdida en la vida. La mayor pérdida es lo que muere dentro de nosotros mientras vivimos".

Recordó haber leído la frase alguna vez, en algún libro o quizá lo escuchó en la radio cuando era pequeña. En ese entonces, la pequeña pelinegra veía un tanto extrañas las palabras. La vida misma era complicada, y la pérdida era algo que no se podía evitar. La muerte era una pérdida significativa, y ella lo había comprobado en carne propia perdiendo a sus propios padres. Pensó que quizá el autor estuviera equivocado, porque no había algo más doloroso que perder a alguien amado. No obstante, ahora lo entendía. No era la muerte misma lo más doloroso, lo más doloroso era perderte a ti mismo, perder eso que te hacía sentir vivo, lo que te hacía funcionar, lo que hacía que tu corazón latiera. Tu esencia. A medida que iba creciendo, algo en ella se iba perdiendo, y así lo interpretó.

Ella moría lentamente. Y no por causa de una enfermedad terminal o algo así, sino por las circunstancias y las decisiones de las personas a su alrededor. No debería importarle tanto, pero lo hacía. Siempre había sido así... y ella odiaba eso.

Suspiró y se dispuso a abrir los ojos mientras se erguía en una postura firme, intentando que las emociones encontradas no la consumieran en ese mismo instante. Era hora de aceptar su destino. No podía echarse para atrás. No ahora. Y no sólo lo decía por ella.

El hombre frente a ellos, con la biblia en mano, dio un último vistazo hacia el público, escaneándolos a todos y esperando pacientemente, pero de nuevo, nadie dijo absolutamente nada. Asintió conforme y, justo cuando entreabrió sus labios para pronunciar la oración siguiente, un estruendo lo hizo callar.

Las puertas de la iglesia se abrieron de par en par y tres sombras aparecieron por ella.

—¡Yo me opongo! —murmuró una voz externa.

Al escuchar aquella voz tan anhelada, la cabeza de Juliana se levantó cual resorte y volteó ciento ochenta grados mientras su corazón daba saltos extasiado, encontrándose cara a cara con la mujer de ojos azules y sus amigas.

—¡Valentina! —chilló con alegría saliendo por cada poro de su piel.

—¿A eso le llamas entrada dramática? —inquirió Clarke que había entrado junto a ella—. Le faltó ese factor... no sé, algo. Pero te doy un seis por tu esfuerzo.

—¿Es en serio? ¿En serio quieres discutir eso ahora? —le preguntó exasperada, volteando su cabeza hacia ella al mismo tiempo que Lexa.

Clarke levantó los hombros hacia ambas.

El hombre regordete sintió su sangre hervir en furia y se posó delante de su sobrina para impedir cualquier acercamiento.

—¡¿Qué estás haciendo aquí?! —murmuró—. ¿No te da vergüenza entrar al templo de Dios así e impedir una unión sagrada y devota?

Believe In Desiny | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora