Capítulo 5.

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—Diría que no puedo creer que hayas ignorado lo que te dije, pero todas aquí sabemos que estaría mintiendo totalmente —murmuró Valentina, enfrentándose a Lexa una vez que todas llegaron a la casa donde se hospedaban. Cerró la puerta tras ella y le envió una mirada que helaría los huesos de cualquiera, por supuesto que Lexa Woods no era cualquiera, ella ya estaba acostumbrada a ello—. Pero te pedí que hicieras una cosa, una sola cosa, y aun así me ignoraste.

Se cruzó de brazos y apoyó la espalda contra la puerta, levantando un pie sobre ella de igual forma. Su aspecto volviéndose más amenazante y rebelde que antes.

—¿Cuándo he hecho algo de lo que tú me dices?

—Antes, cuando me tenías miedo —respondió, la suela de su bota palpando la madera de la puerta con cada golpe—. Y créeme cuando te digo que me gustaba mucho más esa época.

—Bien lo dijiste, eso era antes, Valentina.

Juliana y Clarke, quienes se encontraban a unos metros tras Lexa, observaron como Valentina apretaba la mandíbula y el constante golpeteo de su bota sobre la puerta se detuvo.

—Me da igual, ¿no podías al menos usar ese diminuto y perverso cerebro tuyo para pensar en otra excusa? —dijo.

—¿Qué excusa?

—Pudiste decir otra cosa, pero no. Dijiste que ella era mi novia —murmuró, descruzando sus brazos y señalando a Juliana con la mano derecha—. ¡Y a Bess!, ¡Bess, la mayor chismosa de todo el pueblo!

—No es tan malo.

—¿Qué no es tan...? Joder, tenías que decir eso y hundirme hasta el fondo, ¿verdad? Esas son las jodidas cosas que me enojan de ti.

—Yo no te hundí. Solo cavé por encima, tú te hundiste sola cuando le dijiste ese apodo frente a Bess. ¿No se te ocurrió negarlo? —replicó, levantando una ceja hacia ella.

—Si lo negaba sería más extraño y ella iba a querer indagar más en el tema —musitó—. Y da igual, tú no tenías por qué decirlo, y mucho menos tenías que estar allí. Se suponía que tenían que permanecer aquí, lejos de todas esas personas.

—No soy tu jodida sirvienta ni tu prisionera, no tengo por qué hacerte caso.

—Pero ella sí. Y tú la llevaste allí sin mi permiso.

—¡Es una persona, maldición! No tienes por qué tratarla como un perro —escupió Lexa, completamente encolerizada.

—Lo que haga o deje de hacer con ella, o lo que le diga o no, no es tu problema. Deja de meter tu sucia nariz en mis asuntos —observó de reojo a Juliana y le dirigió una mirada fría—. Y tú.

—¿Eh?, ¿Yo? —preguntó Juliana, observando hacia todas partes buscando una posible forma de salvarse de la ira de la mayor.

—¿Por qué tenías que decirle tu nombre?, ¿O tan siquiera hablarle? Carajo, tenías que quedarte callada y no hablar con nadie —dio unos pasos firmes hacia ella, y cuando Juliana estaba segura de que le gritaría en la cara o le golpearía —no estaba segura pero nunca se sabía—, Lexa se posó frente a ella con ambas manos empuñadas a los lados del cuerpo y el ceño fruncido.

—Déjala en paz.

—Apártate, Woods.

—Ella lo hizo porque no tenía opción. ¿Es que acaso no piensas, Valentina? Si se comportaba como un jodido zombie, Bess iba a sospechar. Tenía que fingir para poder salvarte el culo —murmuró, hablándole con total desprecio en sus palabras.

—Pues no tendría que salvar mi culo si tú no hubieses actuado como una perra —replicó, acercándose un paso.

A pesar de que Valentina tuvo que bajar un poco la cabeza para observar los ojos de Lexa, ambos pares de ojos parecieron lanzar chispas cuando se encontraron.

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