Prólogo.

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—¡Pásala!, ¡Estoy libre!

Desde un gran ventanal, como todos los días a esa misma hora, una pequeña niña de cabello negro observaba la multitud de niños que se aglomeraban cerca de su hogar a jugar.

Suspiró observando sus manos. Las cerró y las abrió.

¿Por qué todo parecía diferente para ella?

¿Por qué nunca podía salir allí y jugar?

¿Por qué debía permanecer encerrada?

¿Por qué no podía ser una niña normal?

Elevó su vista nuevamente, viendo como los demás niños reían y pateaban la pelota de fútbol entre sí.

Se veían tan felices.

Felicidad... Un sentimiento complejo e indispensable. Satisfactorio y alegre. Algo que Juliana no experimentaba desde hace tanto tiempo...

¿Por qué no podía ella ser feliz?

—¿Otra vez viendo a esos niños?

Una voz la sacó de sus pensamientos. Negó con la cabeza para salir de su trance y dirigió su vista hacia el responsable de la voz.

A su lado, un hombre alto de traje elegante observaba por el ventanal como ella hacía hace tan sólo segundos. Sus ojos se movían, pasando entre cada niño que había y escaneándolos tan detalladamente como si estuviera estudiándolos. Juliana se preguntaba qué pasaba por su mente cuando hacía aquello.

Con manos temblorosas, tragó saliva antes de dirigirse hacia el impotente hombre.

—Buenas tardes, padre —musitó con voz dulce, tratando por todos los medios de no tartamudear. Ella sabía que no tenía permitido hacerlo.

El hombre elegante volteó la cabeza hacia ella, escaneándola también sólo por una fracción de segundo, antes de volver su vista al ventanal y hablar.

—No te entiendo, querida hija —dijo—. ¿Por qué sigues viendo a esos niños jugar y ensuciarse todos los días? Estoy a punto de enviar a alguien a cerrar las cortinas y negarte el permiso de abrirlas.

Internamente, Juliana suspiró. Su padre siempre había dicho que no debía mezclarse con ese tipo de personas. Decía que eran normales, personas ordinarias muy por debajo suyo. Personas que no significaban nada para el mundo, no tanto como ellos. Por ese motivo, siempre le prohibía hablarles.

Cuando descubrió a la menor observando a los niños, Juliana pensó que se molestaría, sin embargo, el mayor le había permitido verlos. Tal vez sintiendo compasión por lo patética que se veía con su cara pegada frente al cristal.

Pero esta vez parecía que no sería tan flexible.

—No necesitas esto. Tú no deberías verlos, ellos deberían verte a ti.

—Ni siquiera saben que existo —murmuró, casi como un susurro, mientras bajaba la cabeza procurando no ser escuchada.

Claro que no le funcionó. Había olvidado lo perfecta que era la audición de su padre.

—¿Qué te he dicho sobre murmurar cosas? Si vas a decir algo, hazlo con voz fuerte. Las personas no te tomarán en serio.

—Sí, padre —asintió, sabiendo que no le convenía llevarle la contraria al mayor.

Tras unos segundos en completo silencio, donde el hombre se dedicaba a seguir observando a los pequeños, Juliana finalmente tomó el valor necesario para hacerle la pregunta que la atormentaba siempre.

—¿Padre? —aunque era audible, la palabra fue más como un susurro, por ello, el hombre no le prestó atención. Juliana sabía que lo hacía a propósito.

Believe In Desiny | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora