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Capítulo 11.

Cuando Valentina regresó a casa esa noche, se llevó la gran sorpresa de no encontrar a nadie allí. Buscó desde la cocina hasta todas las habitaciones del primer y segundo piso, pero no encontró a ninguna persona.

—Maldición —chasqueó la lengua y salió corriendo por toda la casa, abriendo la puerta principal con furia—. Sabía que no debía confiar en... ¿Eh?

Sin embargo, una luz proveniente de los establos le pareció sumamente extraña. Ella no recordaba dejar nada encendido cuando fue a visitar a Max esa misma tarde.

Haciendo una mueca y ajustando su sombrero firmemente a su cabeza, Valentina dio unos pasos y se encaminó hacia el lugar, estando lista por si tenía que lidiar con ladrones.

Al llegar al pequeño establo, lo que vio allí la dejó tanto conmocionada como sorprendida.

Utilizando pilas de heno como asientos, Clarke, Lexa y Juliana se encontraban sentadas alrededor de una fogata hablando animadamente hasta que ella apareció.

Clarke fue la primera en levantarse y dirigirse hacia ella.

—Antes de que digas algo —dijo, acariciando su antebrazo derecho con la mano en un signo de nerviosismo—, fue mi idea, principalmente. Es una linda noche; las estrellas son, por alguna razón, más brillantes y ... bueno... pensé que, tal vez, a Juliana le gustaría verlas con nosotras una última vez antes de...

Valentina frunció el ceño ligeramente y entreabrió sus labios, dispuesta a regañar a la rubia menor por haber actuado sin su permiso, cuando Juliana apartó la vista del fuego y la interrumpió.

—Señorita Carvajal, le ruego que no vaya a decirle nada al respecto a Clarke y Lexa; si bien es cierto que fue su idea, yo misma accedí aun cuando sabía perfectamente que usted no estaría de acuerdo. Así que, si va a gritarle a alguien, esa debo ser yo.

Observándola en silencio unos instantes, Valentina se vio sumamente tentada a recordarle las reglas y dirigirle palabras grotescas por su comportamiento, no obstante, algo en la mirada de Juliana la hizo desistir. Se veía extraña, y Valentina no sabría decir con exactitud qué sentimiento reflejaba, pero decidió que, solo por esa vez, lo dejaría pasar.

Aún sin decir nada, la rubia suspiró y se quitó el sombrero de la cabeza, caminó unos pasos y se sentó en una pila de heno justo frente a Juliana y las llamas, y habló finalmente.

—Me quedaré aquí también —murmuró, observando a la pelinegra unos segundos antes de desviar la mirada hacia el fuego—. Solo porque debo vigilarte.

Juliana sonrió sin decir nada, agradeciéndole silenciosamente por su permiso.

Instantes después, Clarke se levantó de su asiento y tomó dos bolsas pequeñas, levantándolas para que todas las vieran.

Valentina, Lexa y Juliana la observaron.

—Tengo salchichas —musitó—. Sé que te gustan, Valentina... y, uhm... también tengo malvaviscos, podemos... podemos hacer sándwiches de malvaviscos y chocolate... solo si quieren...

Era obvio que dijo aquello en un vano intento por desaparecer la incomodidad que se instauró a su alrededor desde la llegada de la ojiazul, y absolutamente todas lo sabían, sin embargo, la única que dijo algo al respecto fue Juliana. Valentina estaba más que concentrada en el fuego, y Lexa la observaba con una extraña expresión en el rostro.

Con una sonrisa amable y un tono dulce, Juliana le habló.

—Me encantaría probar uno de esos sándwiches, si no es mucha molestia.

Los ojos de Clarke parecieron brillar de emoción y se trasladó justo al lado de la pelinegra, sacando algunos malvaviscos para la muestra.

—¡Será un placer! —dijo—. Primero tienes que ponerlos en el fuego, así —tomó una varita y enganchó el malvavisco en ella, posándolo sobre el fuego con cuidado—. Luego debes esperar a que esté medio derretido y entonces...