Capitulo 14

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«Voy a tener que inmolarme», pensé mientras caminaba de un lado al otro del escenario del auditorio, esa misma tarde. No veía ninguna salida posible. Me acababa de dar cuenta de lo estúpido que era mi plan, y no me hacía a la idea de cómo podría vivir con la humillación de ser rechazado, con redención universal o sin ella.

Daniela llegaba tarde, y eso me hizo entrar en pánico y pensar que me iba a dejar plantado, lo que de hecho me habría venido estupendamente. Justo cuando me planteaba rajarme, la puerta del fondo del auditorio se abrió con un chirrido, y vi a Daniela acercándose por el pasillo entre las filas de asientos, apoyándose en el bastón. En aquel amplio espacio vacío, parecía muy pequeña. Como la figurita en miniatura de un diorama.

—¿Qué es esto? —dijo ella, cuando salté del escenario y corrí por el pasillo a su encuentro.

—Un gran gesto que lamentaré dentro de cinco minutos.

—Ah.

Encendí el proyector y la diapositiva con el título apareció en la pantalla.

—Eres un ser humano ridículo —dijo Daniela, pero su tono era de broma, y sonreía. Entonces, se acercó cojeando a la primera fila, dejó su mochila y tomó asiento—. Bueno, que empiece el espectáculo.

Daniela lo miraba entre los dedos, como si fuera una película de terror, y decía cosas como: «Qué vergüenza ajena me das», entre risas. Apreté el botón de «siguiente» hasta que apareció la diapositiva de pros y contras. Vi cómo sus ojos se movían de un lado a otro de la pantalla al leer, mientras su sonrisa se hacía más grande; pero, cuando llegó al penúltimo pro («No te abandonaré como el novio que tuviste en el cole»), Daniela se quedó de piedra.

—Para —dijo ella, en voz alta y clara.

No obstante, antes de poder detener la presentación, ella se puso de pie, se colgó la mochila al hombro y se dirigió a la salida más cercana. Parecía que se estaba repitiendo lo que había pasado la tarde en la que la había seguido al salir del despacho de Hink. Recogí mis cosas y fui tras ella, sin embargo, caminaba demasiado rápido y se alejaba corriendo de forma errática por el patio de la escuela.

—¡Espera! —grité, aunque ella no se detuvo hasta que la alcancé y le puse la mano en el hombro.

En ese momento, justo al lado de la parada del autobús, ella se derrumbó e, igual que ObiWan en Una nueva esperanza, pareció desaparecer entre un montón de ropa.

—Esto no ha salido en absoluto como lo había planeado —le dije.

Me senté a su lado mientras me pasaba las manos por el pelo; Daniela reía y sollozaba a la vez, en una mezcla entre carcajadas maníacas e hiperventilación.

—Él iba al volante —dijo entre jadeos—. Samuel conducía. Yo me destrocé la pierna, pero él...

Daniela no podía acabar la frase, pero no era necesario. Sentí que se me secaban las entrañas, que el estómago y los pulmones se me encogían hasta no ser más grandes que una alubia. Había tenido asma de niño y conocía esa sensación en la garganta, el momento en el que la zona debajo de tu esternón se convierte en cemento armado y cada respiración es una batalla.

De repente, todo cobró sentido. El cementerio. La ropa. El coche. La pista de atletismo. La estación de tren abandonada. Dios santo, incluso los Strokes.

No había escuchado la música de Daniela, sino la de él. «Nuestra canción.» Mierda. No era nuestra, sino suya. Sentí la necesidad repentina de purgar todos los temas de Julian Casablancas de mi sistema sanguíneo.

Daniela enterró la cabeza en mi hombro, más para conseguir estabilidad que por cualquier otro motivo, como si temiera hundirse en la tierra si no lo hacía.

—Por eso cambié de instituto. Necesitaba empezar de cero, lejos de todos los sitios en los que habíamos estado juntos. Intentaba poner orden en el caos de mi vida, y de repente, apareciste tú. En mis planes no entraba que me gustaras, ni besarte, no había planeado... Joder, no quería ser la chica del novio muerto. Solo pretendía...

—Por Dios, Daniela. Ni siquiera sé qué decir.

Me ardía la cara. Murray y Lola, que estaban haciendo cola para subir al autobús, nos observaban con el ceño fruncido. Lo único que me apetecía hacer era subirme al bus, marcharme de allí, llegar a casa y buscar formas de suicidarme. La autoinmolación parecía la opción preferible en ese momento. Les hice un gesto con la mano, y articulé: «Esperadme».

Daniela levantó su pesada cabeza de mi hombro, con la respiración todavía agitada.

—Entenderé que no te apetezca... —No pude acabar la frase, pues ella me agarró por el cuello de la camisa y me besó, como si yo fuera oxígeno y se estuviese ahogando, así que le dejé aspirar todo el aliento que necesitara de mis labios para salvarse.

En ese momento, me di cuenta de que Daniela Calle era un trozo de cristal dentado con el que me había cortado una y otra vez. Que el camino estaría marcado por la tristeza, el dolor y los celos.

Pensé en el poema de Pablo Neruda, que seguía doblado en mi cartera desde que me lo había dado. Pensé en amarla «secretamente, entre la sombra y el alma». Quizá eso era lo que debía hacer. Puede que mis sentimientos hacia Daniela Calle pertenecieran a la oscuridad, a un lugar inac cesible.

Sin embargo, nunca me había enamorado, no hasta ese extremo y, por egoísta que pareciera, me preocupaba no volver a sentir lo mismo por nadie. ¿Y si sobre mi familia pesaba una maldición vudú, ya olvidada, que dictaba que su segunda hija solo se enamoraría cada diecisiete años? La hermana menor de mi padre, la tía Mich, no había tenido nunca un novio (a) seria (al menos que yo supiera). Sí tenía un compañero de piso, llamado Albert, que venía a muchas reuniones familiares, pero no quiero desviarme del tema. Si la chispa del amor solo saltaba cada diecisiete años para mí, tendría treinta y cuatro cuando conociera a otra chica que me gustase. Y si las cosas con ella no funcionaban, la siguiente no aparecería hasta los cincuenta y uno. No podía esperar tanto tiempo para tener mi primera relación.

Yo le gustaba a Daniela. Estábamos bien juntas. Yo quería estar con ella. Por Dios, era lo que más quería en el mundo. Ahora bien, ¿estaba dispuesta a ignorar toda cautela e iniciar una relación con alguien que estaba claro que no había superado una pérdida?

Entonces, una profesora dijo a través de un megáfono: «Dejad sitio para el espíritu santo». (Nuestra escuela tenía la norma de «ni amor, ni empujones» para controlar los embarazos no deseados y las peleas. Así que se suponía que debíamos respetar una distancia de medio metro entre nosotros en todo momento.) Daniela se alejó de mí y se puso en pie con dificultad. Todos los alumnos estaban ya en el autobús, el conductor tocaba la bocina, y Murray me gritaba «¡Mueve el culo de una vez!». Pensé que Daniela se ofrecería a llevarme a casa para que pudiéramos hablar con calma, pero no, así que me limité a decir: «Quiero estar contigo en cualquier caso». Después, di media vuelta y salí corriendo hacia el autobús, respirando por la boca, como solía hacer de niña cuando tenía asma.

El bus se alejó del instituto, y pasó junto a Daniela,que se encaminaba cojeando hacia la carretera. Se peinó con la mano libre,tenía la cabeza agachada, como si le acabaran de comunicar una noticia trágicay terrible. Me inundó un sentimiento de tristeza y pensé que jamás había vistoa un ser humano con un aspecto tan desolado como el que tenía Daniela Calle enese momento.

CHEMICAL HEARTS "ADAPTACION CACHÉ"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora