Capitulo 19

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Cuando me desperté a la mañana siguiente, Daniela ya se había levantado y volvía a resguardarse debajo de varias capas de ropa de Sam. Después de ser mariposa por una noche, regresó a su capullo. Fingí seguir dormido mientras ella metía su disfraz de vampira en una bolsa de plástico, que luego tiró en un cubo de la basura al lado de mi escritorio. Se marchó sin despedirse.

Esa noche, le envié un mensaje.

MJ: Buenas noches, Calle. Verás... una noche de esta semana, quiero ir a ver la peli nueva de Pixar. Dicen que no es apta para menores no acompañados por contener escenas de leve violencia animada y humor crudo. Tengo la sensación de que me gustará. ¿Te apuntas?

Envié el mensaje a las 19.58, y Daniela lo vio de inmediato. Empezó a escribirme una respuesta, pero enseguida la borró. Pasaron diez minutos, y después otros diez más, sin actividad alguna. ¿Acaso no podía pedirle una cita, aunque nos hubiéramos acostado? ¿Había incumplido algún pacto tácito sobre nuestra relación (o lo que fuera que tuviéramos)?

Cené. Miré el teléfono. Ninguna respuesta.

«Ha cambiado de idea, ha cambiado de idea, ha cambiado de idea.» Me duché. Miré el teléfono. Ninguna respuesta.

«Ha cambiado de idea, ha cambiado de idea, ha cambiado de idea.»

Intenté hacer los deberes de matemáticas. Miré el teléfono. Ninguna respuesta.

«Ay, Dios, ay, Dios, ay, Dios. Ha cambiado de idea, ha cambiado de idea, ha cambiado de idea.»

Me fui a la cama con la sensación de que alguien había abierto un paraguas negro dentro de mi pecho. Tenía los pulmones bajo las clavículas, y más abajo, en lugar de entrañas, había un agujero enorme. Por fin, a las 23.59, justo cuando me estaba durmiendo, Daniela me contestó.

DC: ¡Pixar! Claro que quiero verla. Saca las entradas. ¡Buenas noches!

La descarga de endorfinas que inundó mi sistema en cuanto vibró el teléfono y su nombre apareció en la pantalla fue tal que me preocupé. Nunca había sido adicto a nada, pero supuse que así debía de sentirse un yonki cuando necesitaba desesperadamente un chute.

«Edward Cullen, maldito cabrón, no debería haber pensado tan mal de ti», dije para mis adentros, mientras bloqueaba mi móvil y me quedaba mirando el techo.

El lunes, después de clase, Daniela y yo decidimos coger un autobús hasta el centro, donde se celebraba un festival de otoño con cerveza y comida en el parque. Aunque tenía deberes y trabajos pendientes, y el periódico necesitaba toda mi atención, Daniela estaba feliz e incluso se había cepillado el pelo, así que nada me impediría pasar tiempo con esa versión suya.

Habían transformado el parque en un campamento de pequeños toldos blancos: debajo de cada uno, se ofrecía un tipo de comida y/o de cerveza distinto. Era un paraíso hipster: mobiliario hecho con palés, teteras antiguas colgadas por el asa de cada rama, un puesto para decorar tu propio hula-hop. Los Plastic Stapler's Revenge habían conseguido que los contrataran para tocar, y sus suaves melodías acústicas se oían por toda la feria.

—¿Qué deberíamos probar primero, Calle? —le pregunté.

No obstante, antes de que pudiera responder, una voz de varón desconocida me interrumpió.

—¡¿Daniela?!

Ambas nos volvimos para descubrir al emisor de esa exclamación: era un hombre alto, bastante atractivo, con un montón de amigos varones altos y bastante atractivos.

—¡Lyndon! —gritó Daniela.

Sin pensarlo dos veces, se abrió paso entre la multitud y él la levantó en volandas en cuanto llegó a su lado. Mientras la seguía con las manos metidas en el bolsillo, caí en la cuenta de que de repente aborrecía el nombre de Lyndon y a cualquiera que se llamase así.

CHEMICAL HEARTS "ADAPTACION CACHÉ"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora